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jueves, 29 de diciembre de 2011

XXIV Encuentro Antropología y Misión






La revista Mundo Negro acaba de convocar el XXIV encuentro de Antropología y Misión con el lema: "Cooperativas: Juntos por un desarrollo sostenible". El objetivo del encuentro es ayudarnos a comprender mejor el gran papel que juegan las cooperativas y las pequeñas asociaciones comunitarias en la lucha contra la pobreza, y viene al hilo de la declaración de 2012 como Año Internacional de las Cooperativas.

Durante el encuentro se entregará el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2011 a Anastasia Wambui Maina, mujer comprometida en el suburbio de Korogocho, en Kenia, y líder de la cooperativa Badilitsha Maisha.

Lugar: Sede de la revista Mundo Negro. c/ Arturo Soria, 101 (28043 - Madrid)
Metro: Arturo Soria
Autobuses: 11, 70, 114, 115, 122, 200

Más información:
www.mundonegro.com
tel.: 91 415 24 12

jueves, 22 de diciembre de 2011

Aunar esfuerzos

La Asamblea General de las Naciones Unidas ha declarado el 2012 como el Año Internacional de las Cooperativas con el lema “Las empresas cooperativas ayudan a construir un mundo mejor”. Según la ONU, esta declaración tiene tres objetivos principales: aumentar la conciencia pública sobre las cooperativas y su contribución al desarrollo socioeconómico y al logro de los Objetivos de Desarrollo del Milenio; promover su formación y crecimiento; y motivar a los gobiernos a establecer políticas, leyes y reglamentos que favorezcan su formación, crecimiento y estabilidad.

En un mundo tan globalizado como el nuestro, la solución a los problemas que afligen a la humanidad, especialmente en el continente africano, pasan ineludiblemente por aunar esfuerzos, trabajar juntos y superar el individualismo al que algunos modelos de sociedad nos pretenden llevar. La ONU no se equivoca al considerar las pequeñas cooperativas y asociaciones comunitarias como una herramienta eficaz para luchar contra el subdesarrollo, porque contribuyen de manera concreta a la reducción de la pobreza, favorecen la seguridad alimentaria y promueven el desarrollo rural y la integración social.

Esta proclamación llega, además, en un momento en el que el tema de la tierra se está convirtiendo en uno de los grandes problemas del continente africano. Desde hace varios años, empresas o gobiernos extranjeros están comprando grandes extensiones de tierra con el fin de dedicarlas a cultivos extensivos destinados a la exportación para la elaboración de agrocombustibles, en detrimento de una población local que cada vez tiene más dificultades para sobrevivir.

Hablar de la tierra en África no es cualquier cosa. Es la madre que da el alimento, el hogar que acoge a los difuntos y donde reposan los antepasados, patrimonio colectivo e inalienable que goza de un carácter sagrado. Por eso, el hecho de que se venda a empresas o gobiernos extranjeros es para los campesinos africanos, que son la mayoría de la población, peor que una traición; es como vender la propia vida. En los últimos cinco años, más de 50 millones de hectáreas de tierras cultivables -una extensión tan grande como casi toda España- han ido a parar a manos extranjeras. Ya no se trata solamente del expolio de las riquezas que hay en el subsuelo. Si la venta incontrolada continúa, la población africana corre el riesgo de verse desposeída hasta del mismo suelo.

La exhortación apostólica "Africae Munus", firmada por Benedicto XVI en su reciente viaje a Benín, denuncia sin ambigüedad “que una minoría confisque los bienes de la tierra en detrimento de pueblos enteros”, y exhorta a la Iglesia africana a “alentar a los gobernantes a proteger los bienes fundamentales como la tierra y el agua para la vida humana de las generaciones actuales y las del futuro”. 

La creación y fortalecimiento de cooperativas y organizaciones comunitarias contribuirá, sin duda, a luchar contra esa confiscación o venta indiscriminada de bienes tan preciados y a garantizar un futuro mejor para las generaciones venideras. La experiencia que viví en Chad así me lo ha demostrado. Allí donde un grupo de personas, por pobres que sean, se ponen a trabajar juntas, el resultado siempre es asombroso.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Noche de Paz

Buceando en mi archivo de fotos en búsqueda de alguna imagen africana que pudiese hacer alusión a la Navidad me encontré con esta belleza. La foto no es mía, es de un compañero que la hizo en Chad hace varios años. Como no creo que se me eche encima pidiéndome derechos de autor, aquí os la enseño. ¿Dónde está ahí la Navidad? Preguntarán algunos. Pues está precisamente en esa cara de paz y de serenidad que llega hasta el fondo del alma de quien sepa mirarla con el corazón.

Durante los años que pasé en Chad siempre me sentí removido por dentro con la actitud y la humanidad de los niños. Sus risas, sus juegos, su vitalidad incombustible, incluso en los momentos de mayor precariedad, siempre me sorprendieron. Pero lo que más relajaba mi espíritu era verlos dormir. No sé cómo lo logran, pero son capaces de dormir en cualquier lugar, a cualquier hora y en toda clase de posturas. Y lo más sorprendente es que ni el hambre, ni la guerra, ni la enfermedad les quitan el sueño. Comen una vez al día -dos los que tienen algo más de suerte-. Desde que apenas levantan un palmo del suelo empiezan a colaborar en las tareas de la casa, ya sea cuidando a los animales, yendo a buscar agua o en las labores del campo. Los privilegiados que pueden ir a la escuela deben recorrer varios kilómetros a pie para asistir a las clases. Y, a pesar de todo ello, son libres como el viento, espontaneos como los pájaros y felices como las mariposas.

Esa libertad, espontaneidad y felicidad es lo que a veces añoro. Nuestra sociedad, con sus prisas, sus primas de riesgo, sus juicios por corrupción o su angustia por esa crisis económica que nos quita el sueño a todos y nos impedirá tener una Navidad "como Dios manda" -tiene narices la expresión-, contrasta enormemente con la paz y serenidad de esta criatura durmiendo la siesta "a pierna suelta", y nunca mejor dicho. A él no le preocupa que el Gobierno haga recortes (a él se los han hecho desde que nació); que los mandamases de su país sean corruptos o deshonestos, que la bolsa haya perdido cinco puntos en dos días o que ciertos "reallity shows" pierdan audiencia. No necesita colchones Flex, ni loción Nenuco ni pañales Dodotis. Le basta un simple tronco de árbol.

No me extraña nada, pues, que Dios haya querido hacerse niño. Niño en un pesebre, niño en el Portal de Belén, rodeado del buey y la mula, adorado por los Magos de Oriente y reverenciado por ángeles y pastores. Pero también niño que duerme plácidamente sabiendo que por muchas penas que haya tenido el día, nada mejor que un buen tronco para echar un delicioso y reconfortante sueño. Dichoso tú, mi pequeño, que a tan corta edad ya sabes lo que realmente vale la pena en esta vida. Lo demás... ya Dios dirá.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Belenes del Mundo

Aquí os presento algunos de los Belenes que tenemos expuestos en nuestra sede de Mundo Negro en Madrid. En total son más de 200 Belenes de los cinco continentes, elaborados con los materiales más diversos (hojas de maíz, madera, cerámica, hojas de pino, plastilina, miga de pan, papel....). Una maravilla que los que vivís en Madrid no os podéis perder. La visita es gratis....

Exposición de Belenes del mundo
Museo Mundo Negro
C/ Arturo Soria, 101
Metro: Arturo Soria
Autobuses: 122, 11, 70, 114, 115, 200.

Del 7 de diciembre al 7 de enero (excepto 25 de diciembre y 1 de enero)

Horario: de 17:00 a 20:00 horas.
ENTRADA GRATUITA































viernes, 2 de diciembre de 2011

Carta de Navidad


La exhortación apostólica Áfricae Munus (El compromiso de África), que Benedicto XVI entregó a la Iglesia africana durante su reciente visita a Benín como conclusión del II Sínodo Africano, es una llamada a la esperanza y una invitación a mirar con optimismo el futuro del continente y a renovar el compromiso en favor de la reconciliación, la justicia y la paz, elementos básicos para la vida de todos los pueblos y de los que África está especialmente sedienta.

Con una excelencia teológica, propia de Ratzinger, Benedicto VXI ahonda en las raíces más profundas de la reconciliación describiéndola como un don que sólo puede venir de Dios a través de Jesucristo, pero que necesita de la intervención de los hombres para hacerse efectiva y real. Según el Papa, “la reconciliación y la justicia son las dos condiciones esenciales de la paz. Una paz conseguida sin justicia es ilusoria y efímera; y una justicia que no brote de la reconciliación por la verdad en el amor queda inacabada”. La Paz auténtica, la que se escribe con letras mayúsculas y es capaz de curar todas las heridas del pasado, “no es fruto de negociaciones y acuerdos diplomáticos basados en intereses, es la paz de la humanidad reconciliada consigo misma en Dios y de la que la Iglesia es el sacramento”.

El nacimiento de Jesús en Belén, que pronto vamos a celebrar, es la culminación de esa reconciliación entre Dios y la humanidad. El Misterio de la Encarnación no es otra cosa que la manifestación de la voluntad de Dios por estar en medio de su pueblo, su deseo de hacerse humano para, junto con los hombres y mujeres de buena voluntad, buscar caminos de reconciliación, de justicia y de paz.

Esta iniciativa divina no excluye, sin embargo, la actuación humana. Dios viene a salvar a su pueblo y quiere que sea el mismo pueblo el actor principal de su salvación. Sólo Dios es artífice y fuente de paz, pero para que la paz se dé es necesario que el hombre la busque, la fomente y la defienda. No basta con que Dios se encarne y se reconcilie con la humanidad. Es preciso que la humanidad se reconcilie también consigo misma.

En este sentido, Africae Munus nos llega como una hermosa carta de Navidad en la que Benedicto XVI ofrece un programa concreto para la búsqueda de esa ansiada reconciliación. Una carta que nos invita a confirmar la opción preferencial por los más pobres, condenar sin paliativos la ignominiosa explotación de las riquezas del continente africano por parte de los países ricos, exigir que se haga justicia a las víctimas de la guerra y la violencia -”sin justicia no puede haber una verdadera reconciliación”, afirma el Papa-, defender los derechos de refugiados y desplazados o tener una atención especial a los enfermos de sida, no solamente desde el punto de vista médico, sino también ético y moral.

Estamos a punto de clausurar un año que ha sido intenso en lo que a la actualidad del continente africano se refiere. Las revueltas en el Magreb, la pertinaz sequía del Cuerno de África con la consiguiente situación de hambruna para millones de personas, la crisis marfileña, la independencia de Sudán del Sur, la concesión del Premio Nobel de la Paz a Ellen Johnson o las elecciones presidenciales en varios países -algunas modélicas, otras no tanto-, dejan sentimientos encontrados y nos dicen que, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, África ha emprendido la senda de la reconciliación. El II Sínodo Africano puso unas bases sólidas a esa senda, Africae Munus podrá servir de guía para el camino. Sólo falta que África empiece a caminar.

Por cierto, y a modo de post data, muchas de las cosas que el Papa dice a la Iglesia y al pueblo de África podrían servirnos a nosotros también -particularmente a nuestros políticos-; de manera especial lo que se refiere a la reconciliación, a la necesidad de un protagonismo humano en la búsqueda del bien común y en la lucha por la verdad, la justicia y la paz.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Una oda a la esperanza


Aunque sea un poco largo, quiero transcribir literalmente el discurso que el Papa dirigió
el pasado día 19 a las autoridades civiles y religiosas de Benín. No tiene desperdicio,
es una verdadera joya que bien podría ser dirigida a nuestros dirigentes políticos 
(salientes y entrantes) y a nuestras autoridades religiosas. Cuánta razón tiene.....



Señor Presidente de la República,
Distinguidas autoridades civiles, políticas y religiosas,
Damas y caballeros Jefes de Misiones Diplomáticas,
Queridos hermanos en el Episcopado, Señoras y Señores,
queridos amigos,

Doo noumi! [saludo solemne en fon]

Señor Presidente, habéis querido ofrecerme la ocasión de este encuentro ante una prestigiosa asamblea de personalidades. Es un privilegio que aprecio, al mismo tiempo que agradezco de todo corazón las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todo el pueblo de Benin. Deseo dar las gracias también la Señora representante de los Cuerpos Constituidos por sus palabras de bienvenida. Y expreso mis mejores deseos para todas las personalidades presentes, que son responsables de primer orden de la vida nacional en Benin, cada uno en su respectivo ámbito.

En mis intervenciones anteriores, he unido frecuentemente la palabra África a la de esperanza. Lo hice hace dos años en Luanda, en un contexto sinodal. Por otro lado, la palabra esperanza se encuentra muchas veces en la Exhortación apostólica postsinodal Africae munus que luego firmaré. Cuando digo que África es el continente de la esperanza, no hago retórica fácil, sino expreso simplemente una convicción personal, que es también de la Iglesia. Con demasiada frecuencia nuestra mente se queda en prejuicios o imágenes que dan una visión negativa de la realidad africana, fruto de un análisis pesimista. Es siempre tentador señalar lo que está mal; más aún, es fácil adoptar el tono del moralista o del experto, que impone sus conclusiones y propone, a fin de cuentas, pocas soluciones adecuadas. Existe también la tentación de analizar la realidad africana de manera parecida a la de un antropólogo curioso, o como alguien que no ve en ella más que una enorme reserva de energía, minerales, productos agrícolas y recursos humanos fáciles de explotar para intereses a menudo escasamente nobles. Estas son visiones reduccionistas e irrespetuosas, que llevan a una cosificación nada correcta para África y sus gentes.

Soy consciente de que las palabras no tienen el mismo significado en todas partes. Pero el término esperanza varía poco según las culturas. Hace algunos años dediqué una Carta encíclica a la esperanza cristiana. Hablar de la esperanza es hablar del porvenir y, por tanto, de Dios. El futuro enlaza con el pasado y el presente. El pasado lo conocemos bien: lamentamos sus errores y reconocemos sus logros positivos. El presente, lo vivimos como podemos. Lo mejor, lo espero aún y con la ayuda de Dios. En este terreno, compuesto de múltiples elementos contradictorios y complementarios, es donde se trata de construir con la ayuda de Dios.

Queridos amigos, quisiera leer a la luz de esta esperanza que nos debe animar, dos aspectos importantes de África en la actualidad. El primero se refiere a la vida sociopolítica y económica del continente en general; el segundo al diálogo interreligioso. Estos aspectos son interesantes porque nuestro siglo parece haber nacido con el dolor y la dificultad de hacer crecer la esperanza en estos ámbitos específicos.

En los últimos meses, muchos han expresado su deseo de libertad, su necesidad de seguridad material y su deseo de vivir en armonía en la diferencia de etnias y religión. Ha nacido incluso un nuevo Estado en vuestro continente. También ha habido muchos conflictos provocados por la ceguera del hombre, por sus ansias de poder y por intereses político-económicos que ignoran la dignidad de la persona o de la naturaleza. La persona humana aspira a la libertad, quiere vivir dignamente; desea buenas escuelas y alimentación para los niños, hospitales dignos para cuidar a los enfermos; quiere ser respetada y reivindica un gobierno límpido que no confunda el interés privado con el interés general; y, sobre todo, desea la paz y la justicia. En estos momentos hay demasiados escándalos e injusticias, demasiada corrupción y codicia, demasiado desprecio y mentira, excesiva violencia que lleva a la miseria y a la muerte. Estos males afligen ciertamente vuestro continente, pero también al resto del mundo. Toda nación quiere entender las decisiones políticas y económicas que se toman en su nombre. Se da cuenta de la manipulación, y la revancha es a veces violenta. Desea participar en el buen gobierno. Sabemos que ningún régimen político humano es perfecto, y que ninguna decisión económica es neutral. Pero siempre deben servir al bien común. Por tanto, estamos ante una reivindicación legítima, que afecta a todos los países, de una mayor dignidad y, sobre todo, de más humanidad. El hombre quiere que su humanidad sea respetada y promovida. Los responsables políticos y económicos de los países se encuentran ante decisiones determinantes y opciones que no pueden eludir.

Desde esta tribuna, hago un llamamiento a todos los líderes políticos y económicos de los países africanos y del resto del mundo. No privéis a vuestros pueblos de la esperanza. No amputéis su porvenir mutilando su presente. Tened un enfoque ético valiente en vuestras responsabilidades y, si sois creyentes, rogad a Dios que os conceda sabiduría. Esta sabiduría os hará entender que, siendo los promotores del futuro de vuestros pueblos, es necesario que seáis verdaderos servidores de la esperanza. No es fácil vivir en la condición de servidor, de mantenerse íntegro entre las corrientes de opinión y los intereses poderosos. El poder, de cualquier tipo que sea, ciega fácilmente, sobre todo cuando están en juego intereses privados, familiares, étnicos o religiosos. Sólo Dios purifica los corazones y las intenciones.

La Iglesia no ofrece soluciones técnicas ni impone fórmulas políticas. Ella repite: No tengáis miedo. La humanidad no está sola ante los desafíos del mundo. Dios está presente. Y este es un mensaje de esperanza, una esperanza que genera energía, que estimula la inteligencia y da a la voluntad todo su dinamismo. Un antiguo arzobispo de Toulouse, el cardenal Saliège, decía: «Esperar no es abandonar; es redoblar la actividad». La Iglesia acompaña al Estado en su misión; quiere ser como el alma de ese cuerpo, indicando incansablemente lo esencial: Dios y el hombre. Quiere cumplir abiertamente y sin temor esa tarea inmensa de quien educa y cuida y, sobre todo, de quien ora incesantemente (cf. Lc 18,1), que muestra dónde está Dios (cf. Mt 6,21) y dónde está el verdadero hombre (cf. Mt 20,26; Jn 19,5). Desesperar es individualismo. La esperanza es comunión. ¿No es este un camino espléndido que se nos propone? Invito a emprenderlo a todos los responsables políticos, económicos, así como del mundo académico y de la cultura. Sed también vosotros sembradores de esperanza.

Quisiera abordar ahora el segundo punto, el del diálogo interreligioso. No parece necesario recordar los recientes conflictos provocados en nombre de Dios, y las muertes causadas en nombre de Aquel que es la vida. Toda persona sensata comprende la necesidad de promover la cooperación serena y respetuosa entre las diferentes culturas y religiones. El auténtico diálogo interreligioso rechaza la verdad humanamente egocéntrica, porque la sola y única verdad está en Dios. Dios es la Verdad. Por tanto, ninguna religión, ninguna cultura puede justificar que se invoque o se recurra a la intolerancia o a la violencia. La agresividad es una forma de relación bastante arcaica, que se remite a instintos fáciles y poco nobles. Utilizar las palabras reveladas, las Sagradas Escrituras o el nombre de Dios para justificar nuestros intereses, nuestras políticas tan fácilmente complacientes o nuestras violencias, es un delito muy grave.

Sólo puedo conocer al otro si me conozco a mí mismo. Sólo lo puedo amar si me amo a mí mismo (cf. Mt 22,39). Por tanto, el conocimiento, la profundización y la práctica de su propia religión es esencial para un verdadero diálogo. Este sólo puede comenzar con la oración personal sincera de quien quiere dialogar. Que se retire en el secreto de su habitación interior (cf. Mt 6,6) para pedir a Dios la purificación de sus motivos y la bendición para el encuentro deseado. Esta oración pide también a Dios el don de ver en el otro a un hermano que debe amar, y de reconocer en la tradición en que él vive un reflejo de esa Verdad que ilumina a todos los hombres (Nostra Aetate, 2). Por eso conviene que cada uno se sitúe en la verdad ante Dios y ante el otro. Esta verdad no excluye, y no comporta una confusión. El diálogo interreligioso mal entendido conduce a la confusión o al sincretismo. No es este el diálogo que se busca.

No obstante los esfuerzos que se han hecho, sabemos también que a veces el diálogo interreligioso no es fácil, o incluso inviable por diversas razones. Esto no significa un fracaso. Las formas de diálogo interreligioso son múltiples. La cooperación en el ámbito social o cultural pueden ayudar a las personas a comprenderse mejor a sí mismas y a vivir juntos con serenidad. También es bueno saber que no se dialoga por debilidad, sino que dialogamos porque creemos en Dios, creador y padre de todos los hombres. El diálogo es una forma más de amar a Dios y al prójimo (cf. Mt 22,37) en el amor de la verdad.

Tener esperanza no es ser ingenuo, sino hacer un acto de fe en Dios, Señor del tiempo y Señor también de nuestro futuro. La Iglesia Católica pone así en práctica una de las intuiciones del Concilio Vaticano II, la promoción de las relaciones amistosas entre ella y los miembros de religiones no cristianas. Durante décadas, el Consejo Pontificio que lo gestiona establece lazos, multiplica las reuniones y publica regularmente documentos, con el fin de favorecer ese diálogo. La Iglesia trata de reparar la confusión de lenguas y la dispersión de los corazones nacida del pecado de Babel (cf. Gn 11). Saludo a todos los líderes religiosos que han tenido la amabilidad de venir aquí para encontrarme. Deseo asegurarles, así como a los de otros países africanos, que el diálogo ofrecido por la Iglesia Católica nace del corazón. Les animo a promover, especialmente entre los jóvenes, una pedagogía del diálogo, de modo que descubran que la conciencia de cada uno es un santuario que se ha de respetar, y que la dimensión espiritual construye la hermandad. La verdadera fe lleva invariablemente al amor. Y en este espíritu os invito a todos a la esperanza.

Estas consideraciones generales se aplican de manera particular a África. En vuestro continente, hay numerosas familias cuyos miembros profesan creencias diferentes, pero siguen permaneciendo unidas. Esta unidad no se debe sólo a la cultura, sino que está cimentada en el afecto fraterno. Hay naturalmente a veces fracasos, pero también muchos éxitos. En este ámbito concreto, África puede ofrecer a todos materia de reflexión y ser así una fuente de esperanza.

Por último, quisiera utilizar la imagen de la mano. Esta compuesta por cinco dedos muy diferentes entre sí. Sin embargo, cada uno de ellos es esencial y su unidad forma la mano. El buen entendimiento entre las culturas, la consideración no altiva de unos hacia otros y el respeto de los derechos de cada uno, son un deber vital. Se ha de enseñar esto a todos los fieles de las diversas religiones. El odio es un fracaso, la indiferencia un callejón sin salida y el diálogo una apertura. ¿No es ese el buen terreno donde sembrar la simiente de la esperanza? Tender la mano significa esperar a llegar, en un segundo momento, a amar. Y, ¿hay acaso algo más bello que una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse un instrumento de diálogo. Puede hacer florecer la esperanza, sobre todo cuando la mente balbucea y el corazón recela.

Según la Sagrada Escritura, hay tres símbolos que describen la esperanza para el cristiano: el yelmo, que le protege del desaliento (cf. 1 Ts 5,8), el ancla segura y firme, que fija en Dios (cf. Hb 6,19 ), y la lámpara, que le permite esperar el alba de un nuevo día (cf. Lc 12,35-36). Tener miedo, dudar y temer, acomodarse en el presente sin Dios, y también el no tener nada que esperar, son actitudes ajenas a la fe cristiana (cf. S. Juan Crisóstomo, Homilía XIV sobre la Carta a los Romanos, 6: PG 45, 941C) y también, creo yo, a cualquier otra creencia en Dios. La fe vive el presente, pero espera los bienes futuros. Dios está en nuestro presente, pero viene también del futuro, lugar de la esperanza. El ensanchamiento del corazón no es sólo la esperanza en Dios, sino también la apertura al cuidado de las realidades corporales y temporales para dar gloria a Dios. Siguiendo los pasos de Pedro, del que soy sucesor, deseo que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios (cf. 1 P 1,21). Estos son los votos que formulo para toda África, que me es tan querida. ¡Ten confianza, África, y levántate. El Señor te llama! Que Dios os bendiga. Gracias.

Cotonou (Benín), 19-11-2011
Benedicto XVI

Nota: El texto en diversas lenguas, además del vídeo,
están disponibles en la página del Vaticano (AQUÍ)

lunes, 31 de octubre de 2011

Santas africanas de hoy

Ellen Johnson
En este mes de noviembre en que tradicionalmente recordamos a nuestros difuntos y veneramos a Todos los Santos, hacemos memoria de nuestros antepasados, aquellos que nos precedieron y a los que rendimos culto especialmente por el bien que hicieron a la comunidad y el ejemplo que nos dejaron sobre cómo vivir aquí en la tierra nuestra fe y confianza en Dios.

Si miramos el santoral, vemos que la presencia masculina supera con creces a la femenina, aunque yo estoy convencido que en todos estos siglos ha tenido que haber más mujeres que hombres que se hayan dejado la piel por el bien de los demás. No se trata de reivindicar nada, sino de constatar que a lo largo de nuestra historia -y es una historia muy larga- la contribución de la mujer al avance de la humanidad no siempre se ha visto recompensada con un justo y merecido reconocimiento, y menos aún si se trata de mujeres africanas.

Leymah Gbowee
La concesión del Premio Nobel de la Paz a la liberiana Ellen Johnson-Sirleaf, ha llevado a la primera jefa de Estado africana a ser noticia en todos los medios de comunicación. Otra africana, la también liberiana Leymah Gbowee, compartía con ella el galardón -además de la yemení Tawakkul Karman-, por su lucha incansable liderando a las mujeres liberianas para que presionasen a sus maridos y forzarlos a firmar la paz en el país.

Pocos días antes la keniana Wangari Maathai, Nobel de la Paz en 2004, ocupaba también las páginas de actualidad tras fallecer en un hospital de Nairobi a consecuencia de un cáncer. Había sido la primera mujer africana en recibir este importante galardón tras más de cien años de existencia. Ya iba siendo hora, pensé en aquel entonces...

Marguérite Barankitse
Pero no son las únicas mujeres de África que recientemente han recibido un premio de prestigio internacional, aunque sí las más conocidas y de las que más se ha hablado. Marguérite Barankitse, más conocida como el ángel de Burundi, y a quien Mundo Negro concedió en 2008 el Premio a la Fraternidad, recibirá el día 24 en París el Premio 2011 de la Fundación Chirac para la prevención de conflictos por su acción en favor de los huérfanos hutu, tutsi y twa, víctimas de la guerra que hubo en su país. Por su parte, la abogada chadiana Jacqueline Moudeïna acaba de ser galardonada con el Right Livelihood Award, más conocido como Premio Nobel Alternativo, por “sus esfuerzos incansables con gran riesgo personal para obtener justicia para las víctimas de la antigua dictadura de Hissein Habré en Chad y aumentar el conocimiento y la vigilancia de los derechos humanos en África”, según el jurado.

Jacqueline Moudeïna
Coincidencia o no, todas estas mujeres tienen en común el haber visto reconocido su esfuerzo por la búsqueda de la justicia, la paz y la reconciliación y por promover un desarrollo digno para África. Con ellas hay muchas más que, desde en el anonimato, luchan cada día para conseguir un futuro mejor para los suyos.

Hace ya varios años que diferentes plataformas venían abogando porque el Premio Nobel de la Paz fuese para  las mujeres africanas. El de este año no ha sido para todas ellas, pero sirve igualmente para poner a la mujer africana en el lugar que se merece. Poco a poco ha sabido salir de la marginación y la exclusión a la que desgraciadamente suele estar sometida por razones históricas, culturales o de tradición y dar un paso al frente reivindicando su dignidad.

Wangari Maathai
Cada día son más las que contribuyen de manera anónima a que el pueblo africano pueda tener un futuro mejor y en el que la justicia, la paz o la reconciliación dejen de ser un deseo inalcanzable. Lo que no es tan frecuente, sin embargo, es ver premiado ese esfuerzo con galardones de prestigio internacional.¿Qué más tienen que hacer las mujeres de Africa para ser reconocidas?

Sin duda Wangari Maathai, desde la morada de los antepasados -y yo con ella desde esta tierra-, se sentirá orgullosa de ver como los galardones otorgados a Ellen Johnson, Leymah Gbowee, Marguérite Barankitse o Jacqueline Moudeïna contribuyen en algo a saldar esta deuda histórica.

martes, 25 de octubre de 2011

No olvidemos a la vieja Jeanne

No hace mucho vi en un blog un comentario en el que alguien publicaba un montaje fotográfico que mostraba el rostro de Steve Jobs, el fundador de Apple, y varios niños africanos esqueléticos y pidiendo algo de comer. El titular era de lo más elociuente: "Una persona muere, 100 millones lloran por ella. Millones de personas mueren, nadie llora por ellas". Me impactó mucho, debo confesarlo, y me hizo reflexionar.

Hoy he visto en los telediarios y en la prensa escrita -especialmente en la deportiva- la cobertura mediática que se ha dado a la muerte del motociclista italiano Marco Simoncelli, y ha vuelto a mi memoria lo publicado en aquel blog.

No tengo nada contra Steve Jobs ni contra Simoncelli, como tampoco tengo nada contra Antoñete -torero donde los haya- ni ninguna otra personalidad pública o privada que haya destacado en el mundo de los negocios, del deporte, del arte o de la cultura. A todos ellos respeto y a muchos los admiro por lo que han dado a nuestro mundo y a nuestra sociedad.

Lo que ya me escuece un poco por dentro y hace que me sienta mal es cómo nuestra sensibilidad y nuestros sentimientos -merecedores también de todo respeto- se disparan cuando una persona famosa se muere, y lo fríos que nos quedamos ante los millones que diariamente son expulsados de este mundo -si, expulsados- porque se les ha negado el pan, la medicina o simplemente las ganas de vivir.

A mi se me rompió el alma cuando me enteré de que la vieja Jeanne, una anciana de mi parroquia en Chad, se había muerto. No era conocida. Era una simple viuda que ni siquiera tuvo quien le llorase en el entierro. Algunos no comprendieron que su muerte me doliera tanto. Al fin y al cabo era eso, una simple viuda como las miles de viudas que hay en Chad. Nadie hizo un minuto de silencio por ella en un estadio de fútbol, no salió ni en los telediarios ni en las revistas del corazón. Su muerte fue una más.

Y sin embargo, la vieja Jeanne había hecho tanto o más bien que todos esos artistas, deportistas o toreros. Jeanne pasó su vida haciendo el bien, dando ejemplo y testimonio de simplicidad, de humildad y, sobre todo, de generosidad. Yo recibí de ella el mayor testimonio durante los ocho años que viví en Chad.

Tampoco pido que le hagan un homenaje póstumo, ni que se exponga su cuerpo en una capilla ardiente para que todos la admiren y le presenten sus respetos antes de llevarla a su última morada. Lo que sí me gustaría es que tuviésemos los ojos y el corazón más abierto para saber apreciar a tantas y tantas personas que diariamente son "Santos en vida", en lugar de adorar a los que nos presentan en los medios de comunicación, por muy famosas que sean.

Simoncelli, Steve Jobs y Antoñete son tres. Como ellos habrá muchos más por ahí. Pero personas como la vieja Jeanne son millones; y lo triste es que ese pequeño detalle se nos escape con tanta facilidad. Ahora que se acerca el mes de noviembre y todos iremos a los cementerios para recordar a nuestros difuntos, recordemos también a tantos y tantas Santos que hubo, hay y habrá en nuestro amado mundo. Recordemos, como no, a Simoncelli, a Antoñete o a Steve Jobs; pero, por favor, no nos olvidemos de la vieja Jeanne.

jueves, 13 de octubre de 2011

todos, todo, siempre

El próximo día 23 se celebra el día del DOMUND, conocido popularmente como el día en que se pide dinero para las misiones. Los tiempos han cambiado y la concepción de la misión también, aunque hay que reconocer que en la mente de mucha gente todavía sigue esa imagen de la hucha con un "chinito" o un "negrito" que pasan hambre y necesitan ser evangelizados.

Para nosotros, los misioneros, es un día muy especial. Aparte de hacer un esfuerzo para presentar el verdadero rostro de la misión hoy, nos corresponde animar aun con mayor intensidad a nuestra vieja Iglesia española, para que deje de mirarse tanto a sí misma y se abra a los demás con una mirada menos paternalista y más fraterna.

Como cada año, el Papa escribe un mensaje con motivo del Día Mundial de las Misiones. He de reconocer que esos mensajes pocas veces me llenaban y a duras penas veía en ellos alguna novedad. El de este año, sin embargo, me ha gustado. Quizás sea porque una de las grandes cualidades de Benedicto XVI es la de saber sintetizar y expresar las ideas de forma clara y brillante, se esté o no de acuerdo con él. 

El mensaje de este año lleva por título “como el Padre me ha enviado, así también os envío yo (Jn 20, 21)”. Aunque a primera vista parece un título simple y poco original para una jornada misionera, su contenido saca a la luz lo que esas palabras de Jesús significan hoy no sólo para los creyentes, sino para todos aquellos que buscan el bien de la humanidad.

En primer lugar, afirma que para ser fiel a su vocación misionera, la Iglesia “nunca puede encerrarse en sí misma. Se enraíza en determinados lugares para ir más allá”. Nacida en tierras de Palestina y en un ambiente cultural judío, la Iglesia llegó a Europa y Asia y se extendió por todos los rincones del planeta, llegando al Nuevo Mundo y echando raíces profundas en el continente africano. Hoy ya no se habla de una Iglesia europea que da o de la que parten misioneros, y otra que recibe. El envío misionero tiene hoy origen en cualquier país del mundo. Arraigada ya en los cinco continentes, sigue sintiendo la llamada a ir más allá.

Ya no es noticia ver misioneros asiáticos trabajando en África, africanos en América Latina o latinoamericanos en Europa. El carácter geográfico de la misión está dando paso a otro más singular y que tiene su raíz en la verdadera llamada a la misión: la de salir de uno mismo para acercarse al otro allí donde esté, con su pobreza y su sufrimiento, pero también con su riqueza y su dignidad.

Por otra parte, citando la encíclica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, Benedicto XVI deja bien claro que “no se puede aceptar que en la evangelización se descuiden la promoción humana, la justicia y la liberación de toda forma de opresión. Desinteresarse de los problemas temporales de la humanidad significaría ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad”. Cada cristiano es un enviado de Dios para paliar la pobreza y el sufrimiento de su semejante, ya sea esa pobreza de orden espiritual, intelectual, moral o material.

Por último, el Papa recuerda que la misión universal “implica a todos, a todo y siempre”. Todos estamos implicados en ella, no de manera esporádica y ocasional, cuando llegan campañas misioneras como el DOMUND, la Infancia Misionera o la Campaña contra el Hambre, entre otras muchas. Cada día, cada semana, cada mes, los que hemos escuchado la Palabra de Dios y queremos ponerla en práctica debemos hacer de ella nuestro modo constante de vida. “Por su participación responsable en la misión de la Iglesia -concluye el mensaje del Papa- el cristiano llega a ser constructor de la comunión, de la paz, de la solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad”.

El “así os envío yo” de Jesús a los Apóstoles es, para los cristianos hoy, una llamada a ser esos constructores de solidaridad, de vida, de paz y de comunión. Somos enviados a ser constructores y colaboradores de Dios en ese proyecto para toda la humanidad.

viernes, 7 de octubre de 2011

Se acaban las lluvias


Se fue el verano. Bueno, al menos eso parece, porque los servicios meteorológicos dicen que este "fresco" es transitorio y que volverá el calor. En cualquier caso, con la llegada del otoño vuelven las rutinas de un nuevo curso: retorno a las clases, reuniones de programación anual, planificaciones... mientras el calor veraniego nos va dejando sus últimos coletazos. A ver si es verdad y por fin nos viene algo de agua, que falta nos está haciendo.

En Chad, por estas fechas, se produce también un cambio de estación. Es la época en que las lluvias se retiran y poco a poco van dando paso a los ocho meses que dura la estación seca. Son las semanas más complicadas y las más delicadas para las cosechas, porque es cuando el mijo está terminando de madurar. Las últimas lluvias son auténticos torrenciales en los que pueden caer más de 50 litros por metro cuadrado en apenas un par de horas, siempre acompañadas de vientos huracanados capaces de llevarse por delante cualquier cosecha.

Recuerdo las primeras que viví. Me impresionaron tanto que hasta sentía miedo. No sólo por la virulencia de la lluvia y el viento, sino por los rayos y los truenos que caían por todas partes haciendo temblar la casa y hasta mis propios huesos (que en aquella época estaban, literalmente, a flor de piel). Jamás había visto llover de esa manera. Acostumbrado al suave orvallo gallego, ese "calabobos" que va empapando suave pero concienzudamente la tierra, las calles, los muros, las gentes y todo lo que se ponga por delante, me dejaban sin habla los ruidosos y abundantes chaparrones africanos. La Naturaleza es así, y África, para bien y para mal, es un lugar en el que se muestra con toda su fuerza, pero también con toda su belleza.

Terminadas las lluvias, viene la época de la cosecha. Todos los poblados se convierten en un hormigueo de gente que va a los campos para recoger el fruto de tantos sudores y el objeto de tantas esperanzas. Si las lluvias fueron buenas, la cosecha será buena y habrá alimento para todo el año. Si las lluvias escasearon o fueron demasiado fuertes, tocará un año de sufrimiento y escasez, algo que, por desgracia, se está haciendo cada vez más frecuente. Sí, por desgracia África también es el lugar en el que la Naturaleza está sufriendo más los efectos de nuestro maltrato.

Con las cosechas llega también el momento de ir de poblado en poblado para celebrar las "Misas de acción de gracias"; momento hermoso e intenso en el que más disfrutaba como sacerdote. Y es que el sentido de agradecimiento -y de agradecimiento a Dios- es muy fuerte en el pueblo africano. Cuando llegan estas fechas, siempre añoro aquellas correrías, las carreteras todavía inundadas de agua y casi impracticables, la muchedumbre cantando y bailando durante la Misa para ofrecer su "diezmo" al Dios de la vida, del campo y del mijo, a ese Dios que, a pesar de todo, siempre está con su pueblo.



lunes, 26 de septiembre de 2011

Adiós, mamá Maathai

Esta mañana me he levantado con la triste noticia del fallecimiento de Wangari Maathai, una gran mujer que, pese a su enorme fuerza vital, perdió finalmente su largo y duro combate contra el cáncer. Su lucha por la vida, por la naturaleza, por un desarrollo sostenible para los pueblos de África, le supuso el Nobel de la Paz en 2004, convirtiéndose en la primera mujer africana en recibir dicho galardón.

Comenzó plantando árboles en el jardín de su casa y acabó creando un movimiento -El Cinturón Verde- formado por un ejército de mujeres que ha plantado ya más de 50 millones de árboles en su país, Kenia.

Su defensa de la paz, la justicia, los derechos humanos y la supervivencia del medio ambiente le causaron no pocos problemas. Fue insultada y humillada varias veces en la calle y hasta en el mismísimo Parlamento keniano, del que formaba parte; atacada por la Policía, amenazada de muerte y hasta encarcelada. Nada de eso pudo con ella. Tuvo que ser un cáncer quien finalmente la parase los pies.

Mujer culta, fuerte y tenaz; la primera de África Oriental y Central que consiguió un doctorado en Ciencias Biológicas. Madre y abuela, es una de esas mujeres ante las que uno se quita el sombrero y a la que bien se puede considerar una de las "madres del continente". Al poco de recibir el Nobel de la Paz, decía lo siguiente:

"Cuando era niña, me impresionaba una enorme higuera que había cerca de nuestra casa. Mi madre me había dicho que no se podía cortar. No lejos de ese árbol estaba el nacimiento de un arroyo al que yo iba a buscar agua. Cuando cortaron la higuera, el arroyo se secó. Mis hijos nunca la verán, ni verán tampoco el arroyo. Cuando visito ese pequeño valle de mi infancia, siento que la tragedia se abate sobre la tierra que pisan mis pies. Contemplo barrancos que me hablan de erosión del suelo. En las caras de los habitantes locales se refleja el hambre. La leña es escasa porque se han cortado todos los árboles. Por eso quiero luchar contra la tala indiscriminada, la erosión del suelo, la desertización, la contaminación del agua; y también contra la pobreza, el hambre, la esclavitud de la mujer, condenada a caminar horas y horas en busca de leña para el fuego".

En 2007 vino a España para el encuentro de "España-África: Mujeres por un mundo mejor". Dejó una gran huella entre nosotros. La revista Mundo Negro tuvo el honor de poder hacerle una entrevista y hasta nos dedicó una fotografía para los lectores de Aguiluchos -nuestra revista para niños y jóvenes- en cuya dedicatoria nos invitaba a todos a plantar árboles. En el jardín de nuestra casa crece uno, plantado precisamente por los niños que acuden mensualmente a las convivencias organizadas para ellos. Se plantó hace ya varios años siguiendo el deseo de Wangari y ahí sigue, apuntando al cielo y creciendo día a día. Lo veo diariamente desde mi despacho porque está justo debajo de mi ventana. Desde hoy lo miraré aún con más cariño y respeto.

Hoy plantaré un árbol. Será mi pequeño homenaje a esa mujer que admiro y respeto. Adiós, mamá Maathai.


jueves, 1 de septiembre de 2011

Líderes de piel negra

Cuando la Asamblea General de Naciones Unidas declaró 2011 como “Año Internacional de los Afrodescendientes”, la revista Mundo Negro se propuso darle un protagonismo especial a la población afro, tal y como era el deseo de su fundador, el P. Enrique Faré, quien escribía en el editorial del primer número: “Mundo Negro quiere ser portadora de la vida y los problemas de los negros, no sólo de África, sino de todo el mundo que llamamos breve y simplemente 'mundo negro', sin la más mínima intención de desprecio o de desestimación de los negros frente a los blancos”.

Desde sus inicios, hace ya más de medio siglo, Mundo Negro ha intentado ser fiel a ese deseo y no quiere dejar escapar ninguna ocasión que se presente para tocar la realidad de los negros que viven en otros lugares, particularmente en el continente americano. El vigésimo tercer encuentro de Antropología y Misión, celebrado el pasado mes de febrero, tuvo por título "Afrodescendientes, comunidad viva con identidad propia". Su objetivo fue poner de relieve la realidad de los negros que viven hoy fuera de África pero que siguen teniendo en ella sus raíces. Una comunidad viva, a pesar de que sigue siendo marginada, olvidada y en ocasiones incluso ignorada, pero también una comunidad que, dentro de la diversidad que supone el entorno diferente en el que vive, tiene una identidad y una cultura propias marcadas por sus raíces africanas. Durante este año, además, la revista dedica cada mes una pequeña sección a las diferentes comunidades afrodescendientes que pueblan el continente americano.

El pasado mes de junio tuve la oportunidad de viajar a Colombia y Ecuador para conocer más de cerca esa realidad y ser testigo directo de la lucha de los afroamericanos por mantener viva su memoria y sus raíces. Fruto de ese viaje son dos reportajes que Mundo Negro publica en el número de septiembre -y a los que seguirán otros en los próximos meses- en el que presentamos los anhelos del pueblo afroecuatoriano, una comunidad que, pese a vivir a veces en situaciones extremas de violencia y marginación, no ceja en su empeño por defender su propia cultura  y reivindicarse a sí mismo.

En Ecuador, como en otros lugares del continente americano, es normal que los negros se queden fuera de las instancias de decisión políticas, económicas y sociales. Frente a esta situación de marginalidad, las organizaciones negras luchan por recuperar las tradiciones culturales y exigen un reconocimiento que les sigue siendo negado por buena parte de la sociedad. Al frente de esas asociaciones hay una serie de líderes, hombres y mujeres en su mayoría anónimos, pero con una gran capacidad de organización y un carisma particular. Tuve la ocasión de hablar con ellos y pude constatar su fuerza y su orgullo de ser negros. Algunos son académicos o maestros, otros, en cambio, simples ciudadanos, jóvenes y mayores, que han descubierto en su negritud la principal fuente de su identidad.

En ese viaje constaté también la gran aportación que la Iglesia está haciendo en esa lucha por el reconocimiento y la visibilidad de los afroecuatorianos. La mayoría de los movimientos comenzaron gracias al compromiso de la pastoral afro, y buena parte de los líderes con los que me crucé reconocían que lo que son hoy se lo deben en gran medida a los misioneros que despertaron en ellos el espíritu de lucha para reivindicar sus derechos y les ayudaron a descubrir el valor y la dignidad de ser negro.

lunes, 29 de agosto de 2011

La guerra ignorada de Tumaco

“¿Imaginas una explosión por donde pasa tu hijo, o mientras estás comprando?, varias personas fueron evacuadas de la tienda sin piernas y ciegas”.

“En Tumaco han puesto una bomba en una gran tienda de comida, y han herido a cinco, dos muertos. En el Municipio de Tumaco han matado a 7 policías en una semana, y a 3 tumaqueños trabajadores. ¿Por qué nadie difunde lo que aquí nos pasa? ¿Aquí no merecemos la paz?”

“En Tumaco hay una GUERRA. Llevamos 6 granadas en plena calle: Una frente a un colegio, otra en plena calle, otra en una ferretería, otra en una tienda, y hoy en pleno parque. Más de 6 asesinados, muchos heridos, mucho miedo de la gente por salir a la calle. Mucha policía que no soluciona el problema”.

Son frases, lamentaciones, condenas, o como queráis llamarlo, de José Luis, un misionero que vive en Tumaco y que ya no sabe qué hacer para que el mundo se entere de lo que allí está pasando. No hace mucho tuve la suerte de compartir un par de días con él, en su casa, en su comunidad, con su gente tumaqueña. Y me sorprendió el gran contraste que hay. Por un lado una gente magnífica, pobre pero digna, acogedora, con unas ganas enormes de vivir y de salir de esa situación de marginación en la que se encuentran por el simple hecho de ser negros, pobres …. y tumaqueños. Por otra, unos grupos armados, mafiosos y asesinos que se pelean por el control de cada milímetro de terreno y de cada gramo de droga que deambula por la región.

Tumaco es una pequeña isla en la costa pacífica de Colombia, en la frontera con Ecuador. Zona hermosa, de playas paradisíacas, manglares exhuberantes y sabrosos mariscos. Podría ser un paraíso en la tierra. Desgraciadamente el tráfico de drogas, armas y personas hace de esa región una de las más violentas del mundo. Hace poco la diócesis publicó un extenso informe con el título “Que no digan que no pasa nada”, un exhaustivo y completísimo informe de lo que allí está sucediendo y que os recomiendo vivamente.

Me sorprendió sobremanera la confianza y la seguridad que emana de sus gentes. Los tres días que viví allí constaté que la puerta siempre está abierta, que la violencia extrema que asola esta pequeña ciudad es una violencia muy particular. La casa en la que me alojaba, por ejemplo -una sencilla barraca que sirve de hogar para la comunidad comboniana-, está siempre abierta, como las de los demás vecinos. La puerta tiene una cerradura (más por decir que la tiene que por protección) y la ventana es una simple tela mosquitera que hasta un niño pequeño podría rasgar con la mano. No, no es una violencia al estilo de otras ciudades como Mexico o Johannesburgo. La violencia de Tumaco está ligada al narcotráfico, a las terribles mafias que lo controlan todo y que son, por desgracia, el peor enemigo de jóvenes y adolescentes, a quienes tratan de aprisionar entre sus tentáculos de sicariato y chantaje.

Pero la peor desgracia de Tumaco está siendo el anonimato. Lo que allí está pasando no sale en los medios de comunicación. Quizás porque allí no hay petróleo ni nada interesante o susceptible de reportar un beneficio. Tumaco solo tiene un puñado de gente de piel negra que no interesa a nadie. Por eso no se habla de las granadas que explotan en plena calle, a la puerta de un colegio o en el interior de una tienda; por eso nadie cuenta que cada semana muere asesinada media docena de personas, ni que los adolescentes de 15 o 16 años son embaucados o chantajeados para que hagan de sicarios de muerte a cambio de un puñado de dólares y amparados en la ley de protección del menor, que impide juzgar a una persona menor de 18 años.

Desde aquí me uno a José Luis y  a todos los que intentan dar a conocer esa indignante realidad. Estamos en el Año Internacional de los Afrodescendientes. Ojalá que se note. Ojalá quienes tienen en su mano parar esta vergüenza hagan algo para que la guerra ignorada de Tumaco deje de ser ignorada y -sería lo ideal- deje también de ser una guerra.


sábado, 27 de agosto de 2011

La riqueza de la novedad


Nuestra casa de Madrid acogió a varios grupos de peregrinos que vinieron de África para la JMJ. Algunos se alojaron con nosotros, otros simplemente vinieron para saludar. Entre estos últimos, un grupo de chadianos que nos conocían y a los que me hizo ilusión ver de nuevo, ya que despertaron en mi la añoranza de los ocho hermosos años que pasé en ese país del corazón de África.

Tuve la tentación de cruzar con ellos algunas palabras en Nganbay, la lengua que se habla en la misión donde trabajé y de la que tanto me costó aprender los elementos mínimos para una escueta conversación. Sin embargo, me faltó valentía para hacerlo al constatar con una cierta frustración lo mucho que he olvidado de ella. Eso me recordó mis primeros meses en la misión, cuando le dedicaba horas y horas y no acababa de ver los frutos.

Desde mi llegada me había metido en serio con ella. Recuerdo que fue una experiencia de lo más frustrante. Me podía pasar horas enteras estudiando para luego constatar que la gente no se enteraba de nada cuando le hablaba. El Ngambay es una lengua tonal, por lo que además de aprender el significado de las palabras hay que conocer a la perfección el tono de las sílabas correspondientes. Una dificultad añadida es la misma construcción de las frases, ya que la concepción de la realidad y de las cosas sigue criterios que para un europeo como yo eran algo totalmente nuevo y desconocido.

En la cultura Ngambay -y en su lengua- todo gira en torno al cuerpo humano. La expresión “repetir”, por ejemplo, se dice “seguir las huellas de la voz”; la copa del árbol es la cabeza del árbol, las hojas son las orejas y las raíces los pies; la puerta es “la boca de la casa”, las ventanas los ojos y así todo lo demás. Para decir que estoy contento tengo que decir que “mi vientre está dulce”; y para expresar mi fe o confianza en alguien tengo que “poner mi vientre sobre su cabeza”...

Con esta manera de elaborar frases y expresiones los textos litúrgicos son de lo más variopinto, aunque también una hermosa manera de expresar el sentido de la vida y de la confianza en Dios. Dios es aquel que “tiene los huesos fuertes” (el todopoderoso), el que “tiene el vientre blanco” (santo) o aquel con quien y por quien “hacemos sonar los cuernos” (glorificamos y alabamos). También es el que “deja atrás nuestros pecados” (nos perdona) o quien “tiene siempre sus ojos puestos sobre nuestras cabezas” (nos cuida y protege).

Hacer memoria de aquellos primeros pasos y de aquellas primeras frustraciones me ayudó a comprender también la continua sorpresa de los peregrinos que, por primera vez en su vida, salían de su terruño africano y se aventuraban en una gran urbe como es Madrid. Un día me fui a dar una vuelta por la ciudad y me encontré con algunos de ellos, con los que pude cruzar unas palabras. Recuerdo concretamente un pequeño grupo que venía de Malí y de Burkina Faso. Estaban tan sorprendidos de tantas cosas que sus mentes no lograban asimilar tanta novedad: desde las escaleras mecánicas del Metro hasta las fuentes del parque del Retiro, milagrosas según ellos, porque echaban agua constantemente y no se veía el río por ninguna parte.

Y comprendí muy bien su sorpresa y sus sentimientos, porque también yo, cuando llegué a África por primera vez, experimenté la sensación de ver que todo era nuevo para mi. Fue como haber puesto el cuentaquilómetros a cero y empezar todo de cero, con la dificultad que eso supone, pero también con la sensación de irme enriqueciendo cada día un poco más. El estudio de la lengua fue sólo un aspecto de ese gran esfuerzo por cambiar mi mentalidad y mi propia manera de ver y analizar las cosas: la concepción del tiempo, de las relaciones humanas; el sentido de la paciencia y tantas otras cosas, sin contar las enfermedades o la alimentación, que merecerían un capítulo aparte.


martes, 23 de agosto de 2011

Perlas de la JMJ


Quiero traer aquí un bonito testimonio que José María Michavila publica hoy en el diario El Mundo. Una hermosa lección de los jóvenes participantes en la JMJ. 
(Diario El Mundo, 23 de agosto de 2011, pág. 10)

Historia de otra mochila

Pepe, de trece años, perdió su mochila. No era una mochila cualquiera. Era su mochila de peregrino de la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud), con su crucifijo, el Evangelio, el móvil y algunos entrañables recuerdos personales. Y también con todos sus ahorros: ¡veintiséis euros!

Lo preocupante del asunto es que no le sucedió en un lugar cualquiera sino que fue en pleno paseo de la Castellana, la avenida central más grande de la capital de España. Tampoco era una hora cualquiera. Era el momento en que cerca de un millón de jóvenes terminaron de rezar el vía crucis con el Papa el pasado viernes 19 de agosto. Un grupo de amigos, en compañía de sus hijos, había acompañado el rezo de la multitud sentados en el asfalto central de la Castellana. Justo delante del Ministerio del Interior.

Al terminar el acto, el Papa pasaba de regreso. Quisieron acercarse para verle lo más cerca posible. En esas, Pepe le pidió a su padre que le subiera a hombros. Y pudo ver de cerca al Papa. Se quedó más que feliz. Pero en el lío del momento su querida mochila quedó olvidada en el suelo. Un disgusto. Nada grave, pero sí un disgusto. Pepe y sus amigos buscaron un buen rato entre los miles de pies que allí andaban. Imposible. En esa aglomeración no podía aparecer una mochila, que, además, era exactamente igual a otros cientos de miles de mochilas.

Esa misma noche, ya muy tarde, Irene, su hermana mayor, recibió una llamada en el colegio en el que dormía con su equipo de voluntarios. Pese a la hora, estaba todavía despierta y trabajando con un grupo de amigas, también voluntarias, en procurar que la concentración de más de millón y medio de jóvenes prevista para la noche del sábado saliera lo mejor posible. Carlos, voluntario responsable del centro de atención de incidencias, quería decirle algo. En una Iglesia de Alberto Alcocer había una mochila. Dentro de ella, un papel hacía pensar en que el dueño era hermano de Irene. Y así era. La mochila había pasado por varias manos. Todas de buenas personas, de gente preocupada en encontrar a su dueño y devolverla. Y lo consiguieron. Apareció la mochila, el crucifijo, el Evangelio, el móvil y los veintiséis euros.

No hace falta ser un eminente jurista para saber bien que, por desgracia, hay que hacer leyes para sancionar a los que roban. Y que, cuando hay un grupo algo numeroso de gente, siempre hay alguien que roba o que se aprovecha de un descuido ajeno. Que la ley es necesaria, pero que no basta. Y que no vale cualquier ley. Que hay leyes buenas, que dan buenos resultados para la convivencia, y leyes que no ayudan a mejorar la sociedad.

No hace falta ser peregrino de la JMJ para recordar que hay algo mucho más eficaz que las leyes para hacer una sociedad mejor. Aunque no está de más escuchar que no podemos sentirnos dioses para hacer leyes que decidan quien tiene derecho a vivir y quién no. Y que ese mundo mejor no lo crea el puro poder, el derecho positivo, la norma escrita, los parlamentos o los boletines oficiales sin más. Ese mundo lo crean personas y leyes que respetan a todos porque saben valorar la dignidad de los demás como la suya misma. Que tienen la humildad de saber que hay verdades, cosas que son como son. Y no está nada mal aprender que es posible encontrar un mundo de convivencia basado en el respeto a los demás. Incluido el respeto a su mochila perdida. Otra mochila con un móvil. Esta vez de paz. Así lo aprendió en esas jornadas mi hijo Pepe.

José María Michavila fue ministro de Justicia en el Gobierno de Aznar y actualmente es profesor de Derecho de la UCM.

jueves, 18 de agosto de 2011

A vueltas con la JMJ


Desde mi despacho en la redacción de Mundo Negro oigo el ensordecedor estruendo de los pitidos de los coches que no pueden acceder a la A2 (autopista que llega del aeropuerto de Barajas y por la que se accede al centro de Madrid). La curiosidad me pica y salgo a la calle a ver qué pasa. Han cortado el acceso a la autopista que está justo delante de nuestra casa. El follón es impresionante. Hoy llega el Papa a Madrid, y los cortes de circulación y las medidas de seguridad están haciendo de Madrid y de su tráfico rodado un verdadero caos, pese a ser el mes de agosto.

Llevo varios días dándole vueltas a todo este asunto: la JMJ, los indignados, las manifestaciones de los “anti-Papa” y todas las polémicas y comentarios que salen en los medios de comunicación. Es evidente que la visita de Benedicto XVI a España no deja indiferente a nadie.

Por una parte, me alegra ver estos días la ciudad. Está a rebosar de gente. Son multitudes de jóvenes, de todas las razas, lenguas, colores y edades. Madrid es una fiesta multicolor en la que la inmensa mayoría de los jóvenes están dando ejemplo de civismo, alegría, espontaneidad y ganas de celebrar la alegría de ser joven y cristiano. En eso na hay ninguna duda: la JMJ es un acontecimiento maravilloso en el que uno se da cuenta que la fe y sus múltiples maneras de vivirla y celebrarla son la mayor riqueza de nuestra Iglesia y que los jóvenes son su mayor exponente. Como Combonianos tenemos una presencia en el parque del Retiro de Madrid. A ella acuden a diario miles de personas que evidencian esa multiculturalidad, diversidad y riqueza. Hay alegría, espontaneidad, un regalo para todos los que nos consideramos cristianos.

Pero está también la otra parte, la de la polémica, la de una Iglesia que busca la ostentación y la grandiosidad, una Iglesia que, para sufragar los gastos de semejante ostentación, no ha tenido reparos en aliarse con los ricos y poderosos de este mundo, con los que están al origen de la crisis económica que estamos viviendo y que a tantas familias ha dejado en la mayor de las desesperaciones. Grandes empresas y grupos financieros que no tienen reparo en dar por un lado su apoyo a la JMJ (cuestión de imagen y de márketing) y por otro financiar guerras injustas, ventas de armas y explotación de los más pobres y más débiles. Y lo más triste es que nuestro cardenal lo justifica diciendo que “es lo que se hace normalmente cuando hay otro tipo de acontecimientos culturales o deportivos”.Sí, es lo que se suele hacer, pero no con cualquiera ni a cualquier precio, digo yo.

Algunos colectivos han dicho que “sí, pero no así”. Es decir, que sí están a favor de la visita del Papa y de la JMJ -¿Y quién no lo está, viendo lo maravilloso que está siendo el ver tanto joven en nuestras calles?-, pero no de esta manera. Yo me uno a ellos. Creo que se puede ser cristiano y manifestarlo de mil maneras, pero, desde luego, jamás desde semejante ostentación y parafernalia. Desgraciadamente, en la organización y en los actos litúrgicos y oficiales está quedando de lado esa iglesia de la calle, la de los pobres, la de las comunidades de base. No es esa “otra Iglesia”, como algunos afirman erróneamente. No es otra. La Iglesia de los ricos y la de los pobres son la misma, es una sola, pero con formas diferentes de ser y de manifestarse. Lo triste es que a nuestra jerarquía le gusta mostrar sólo una cara. Y si no me creen, miren quienes son los grupos y movimientos que protagonizan todos los actos oficiales.

La decisión de obligar a los religiosos y religiosas que serán recibidos por el Papa en El Escorial a llevar el hábito correspondiente es una muestra más de esa obsesión por la imagen, por mostrar una Iglesia clásica y formal. En este sentido, no tiene desperdicio el editorial de la revista Vida Nueva del pasado 26 de junio (os lo recomiendo sinceramente).

Me entristeció ver que en la Misa de inauguración oficial de la JMJ presidida el otro día por el cardenal Rouco se dio rienda suelta al uso del latín (no tengo nada contra él, ojo) y se ignoraron tantas y tantas lenguas nativas de los miles de jóvenes que abarrotaron la plaza de Cibeles y los aledaños. ¿No es un encuentro internacional?

Madrid será estos días un poquito el centro del mundo. Todos los ojos están puestos en nuestra ciudad. Yo me quedo con la frescura de los jóvenes, con su alegría y espontaneidad, con esa maravillosa oportunidad y ese hermoso regalo que es tener en nuestra casa tanta vitalidad, tanta alegría y tanta riqueza cultural. Lo demás... Ya Dios lo juzgará.