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viernes, 25 de marzo de 2011

Primavera en Chad

Hace unos días viajaba de regreso a Madrid desde tierras palentinas. La carretera que une Palencia con Aranda de Duero transcurre entre campos sembrados y enormes viñedos. Me sorprendió la hermosura y exuberancia de la naturaleza en pleno auge en esta época del año; y ello me hizo recordar, cómo no, mi querida tierra chadiana.

La estación de lluvias suele empezar entre finales de mayo y primeros de junio. Tras varias semanas de calor sofocante y ambiente pesado y bochornoso en el que se nota como la electricidad estática invade el ambiente y hace que todos vivamos en una tensa espera, estallan por fin las primeras tormentas. La enorme fuerza de la naturaleza se manifiesta ostensiblemente en los rayos y los truenos y se completa con lluvias torrenciales que liberan toda la tensión acumulada durante meses y dejan una enorme sensación de liberación y de paz.

Y en cuanto caen las primeras gotas de lluvia, surge el milagro de la vida. De un suelo arenoso que parece estéril y muerto, brotan de la noche a la mañana infinidad de hierbas y plantas de todo tipo y tamaño. Lo que durante la estación seca parecía puro desierto se transforma en un par de días en vergel rebosante de vida y de verdor. El color pajizo de la hierba seca sometida durante meses a un sol abrasador, o la negritud de los campos quemados por el tan temido y perjudicial "feu de brousse", dan paso a una explosión de color que deslumbra la vista y alegra enormemente el corazón. Hierbas, flores, espigas... todo surge como por arte de magia, mientras el olor húmedo del aire indica que hemos empezado una nueva estación.

Sin más comentarios, os dejo a continuación algunas fotografías de esa maravillosa explosión de vida y de exuberancia de color.

 

lunes, 14 de marzo de 2011

Tres días en la "brousse"


Cuando llega la Cuaresma, algo bulle en las comunidades cristianas de Chad. Cada año, por estas fechas, los cristianos se van a la “brousse” (el bosque) para pasar tres días meditando, orando y buscando caminos de vida renovada, para preparar así la gran fiesta de la Pascua.

En aquellas latitudes Cuaresma y Pascua coinciden con la estación más calurosa, justo antes de que comiencen las lluvias, cuando el aire húmedo y el bochorno tormentoso son más duros de soportar. Era cuando más sufría, pero también cuando más feliz y lleno de vida me sentía, porque era una experiencia rica, intensa, llena de la Palabra de Dios y del compartir con la gente lo más profundo de sus vivencias y de su fe.

Cuando llegaba el momento del retiro cuaresmal, los cristianos se daban cita en un lugar determinado. Normalmente al pie de un gran árbol, a varios kilómetros de cualquier zona habitada. Iban a pasar tres días alejados de todo, en plena sabana, durmiendo en el suelo con un impresionante cielo estrellado como único techo. Es una dinámica que les dice mucho, por lo iniciático, por la salida al bosque, por el estar “fuera”, como la salida de Jesús al desierto.

Recuerdo el último en el que participé. Vino muchísima gente, cerca de doscientas personas. Hasta la vieja Hélène, una anciana ciega y coja que, a pesar de faltarle una pierna, todos los años recorre los dos kilómetros que hay desde su vieja choza hasta el lugar del retiro. Llegó tarde, cuando ya había anochecido. Aunque la noche no es obstáculo para ella -sus ojos viven en constante oscuridad-, caminar por la sabana con una sola pierna no es fácil. Fue la primera en levantarse por la mañana, y lo primero que hizo fue venir a saludarme: “Bom, m’isi ne; Mbay to maji” (Padre, ya estoy aquí; Dios es bueno). Los catequistas habían preparado ya un pequeño rincón con pajas trenzadas que serviría de capilla improvisada para colocar el Santísimo, presencia del Señor que acompañará a la gente, como lo hizo con el pueblo de Israel durante su travesía por el desierto.

Durante el día se iban desgranando los temas de las catequesis: la necesidad de perdonarse y reconciliarse, buscar el camino para llevar el mensaje del Evangelio a la vida cotidiana, analizar lo que no funciona en la comunidad, el barrio o el poblado... A un cierto momento, un hombre levanta la mano y pide la palabra. Se lleva mal con su vecino porque un día sus cabras entraron en su campo de mijo. Desde entonces no se hablan y él no se siente feliz. Da la casualidad de que el propietario de las cabras está también en el retiro y corrobora la historia afirmando que él no puede estar todo el día pendiente de sus animales. Tras un diálogo y un momento de oración, los dos vecinos se dan la mano, se perdonan y se comprometen a no volver a discutir. El resto de la gente lo celebra con un sonoro aplauso.

Al llegar la noche, todo se transforma. En torno al altar improvisado en el que se encuentra el Santísimo flanqueado por dos lámparas de petróleo, la gente se postra para hacer su adoración. El cielo estrellado y el silencio de la sabana, alumbrados tenuemente por la luz de las lámparas, crean un ambiente hermoso, íntimo, en el que uno apenas puede ver al que está a su lado, pero se siente en presencia de Dios y de la comunidad. Es uno de los momentos más intensos del retiro. Alguna mujer entona suavemente un canto que los demás siguen, también de forma suave, como para decirle a Dios, sin molestarlo, que su pueblo está a sus pies, que le quiere rendir homenaje y ponerse en sus manos. Surgen espontáneamente oraciones por la paz, pidiendo perdón, de alabanza, de acción de gracias… Lo vivido durante la jornada se hace oración íntima y compartida. Cada uno va desgranando con sus palabras los sentimientos del corazón para ponerlos en manos de su Señor. Al final, un Padrenuestro y todos a dormir. Una enorme alfombra de estrellas servirá de techo protector.

El último día es muy especial. Las mujeres se levantan muy temprano para irse a lavar al río y acicalarse como si fuera un domingo. Hay que ponerse elegante porque se va a celebrar la Eucaristía de conclusión del retiro; una Eucaristía muy especial. No hay prisas. En África nunca hay prisa, las cosas importantes requieren su tiempo porque hay que vivirlas con toda su intensidad. La Eucaristía, celebrada de manera festiva como si fuera ya el día de Pascua, pone el broche de oro a tres días intensos, llenos de la presencia de Dios. Los cristianos han vivido su retiro y regresan al poblado cantando, orando, con el corazón lleno de alegría y la fe renovada. Mientras yo, aquí en España, pienso en cómo lo voy a celebrar este año.

martes, 8 de marzo de 2011

Mujeres con dignidad

Hoy se cumplen cien años del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una conmemoración que nació en el mundo occidental en 1911 pero que cada vez cobra más fuerza en África, un continente en el que la mujer vive todavía en situación de marginación y de exclusión en muchos ámbitos de la vida social.

Los datos están ahí: el 80 por ciento de los pobres son mujeres; el 83 por ciento de las niñas no escolarizadas vive en África; el 49 por ciento de las escolarizadas no terminan la Primaria y de las que pasan a Secundaria, el 30 por ciento no llegan a terminarla; más de dos tercios de los adultos analfabetos de África son mujeres... sin olvidar el ignominioso escándalo de la violencia sexual de la que son víctimas con frecuencia. 

No es la primera vez que escribo en este blog sobre la mujer, ni será la última. Los años que viví en Chad me dieron la posibilidad de conocerla de cerca, de constatar con mis propios ojos que esos datos son una triste realidad. Constaté también que a pesar de ello y aunque cargada de trabajo y frecuentemente marginada, la mujer africana posee una enorme dignidad y una conciencia de su propio papel en la sociedad digna de admiración. Es ella la que sostiene la economía, no sólo la doméstica, sino buena parte de la economía nacional. Las mujeres africanas generan, ellas solas, el 80 por ciento de los alimentos, controlan entre el 70 y el 90 por ciento de las pequeñas transacciones comerciales, realizan la mayor parte de las tareas agrícolas y la totalidad de las tareas domésticas. Y todavía les queda tiempo para colaborar en la marcha de su comunidad cristiana o de la parroquia. Reconozco sin rubor y con todas las de la ley que eran ellas las que hacían funcionar la mía y que en más de una ocasión me sacaron las castañas del fuego.

Aunque en la sociedad moderna se la sigue marginando, especialmente en los puestos de  responsabilidad -yo tuve no pocos problemas por ponerlas en los puestos clave de la parroquia-, la historia nos dice otra cosa. Muchas han sido las mujeres que gobernaron los pueblos de África, que guiaron a los suyos por sendas de prosperidad, de justicia y de reivindicación social, pero que desgraciadamente son poco conocidas -¿Por qué será?-. Fueron grandes mujeres que destacaron por su grandeza, por su sabiduría o por su audacia en defensa de la independencia frente a las potencias coloniales: Makeda, reina de Saba (Etiopía), Amina en el reino Hausa (Ngeria), Njinga en Angola o Ranavalona en Madagascar son algunas de ellas.

Hoy, gracias a Dios y como si de una reencarnación de aquellas mujeres históricas se tratase, están surgiendo en el continente una serie de mujeres con carácter que han sabido salir de esa marginación y son una referencia para sus países. Una de ellas, Ellen Johnson-Sirleaf, se convirtió no hace mucho en la primera mujer que asumía la jefatura de Estado de un país africano por voluntad expresa de sus ciudadanos. Johnson recibió hace muy poco el Premio Africano a la Igualdad de Género.

Cada vez es más frecuente ver a mujeres que ocupan cargos importantes en los ministerios o en los parlamentos africanos. Cada día son más las mujeres que destacan en multitud de disciplinas de las ciencias y de las artes: juristas, economistas, científicas o escritoras contribuyen al desarrollo de un continente que tiene una gran deuda con ellas. Hoy existen incluso varios movimientos y corrientes de un feminismo propiamente africano, movimientos que quieren reivindicar la dignidad de la mujer, no por oposición al hombre -como lo pretenden ciertos feminismos radicales e inútiles que tenemos que soportar en nuestro llamado "mundo civilizado"- sino del ser “mujer africana” con voz e identidad propia. En la medida en que se le dé el espacio que le corresponde, el futuro del continente -y del resto del mundo- brillará cada vez más. No tengo ninguna duda de ello.

NB: Os invito a firmar la petición de que se le conceda el Nobel de la Paz 2011. (Aquí)