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miércoles, 30 de mayo de 2012

Ese otro Islam del que no se habla

Durante los últimos meses el noreste de Nigeria ha sido escenario de ataques violentos dirigidos especialmente contra la población cristiana. Fiestas tan significativas para los cristianos como la Navidad y la Pascua se han visto particularmente teñidas de sangre y dolor a causa de los atentados  reivindicados por la secta Boko Haram, un grupo terrorista que pretende instaurar la ley islámica en todo el país.

Boko Haram significa, en lengua haussa, “la educación occidental es ilícita”. Su objetivo fundamental, además de la imposición de la sharia a todos los nigerianos, es la eliminación de todo aquello que tenga algo que ver con la cultura occidental, empezando por la religión cristiana.

Sudán es otro de los países africanos en donde el fundamentalismo islámico ha tenido siempre una gran fuerza. El deseo de la élite que gobierna en el norte de imponer la ley islámica y la cultura árabe sobre las otras etnias es uno de los elementos -aunque no el único- que contribuyeron a años de guerra y enfrentamientos que se saldaron con millones de muertos y exiliados. Tras la independencia de Sudán del Sur, la situación no ha mejorado. Los cristianos que viven en el actual Sudán se sienten cada vez más perseguidos y sufren no pocas dificultades para poder expresar o celebrar su fe cristiana.

A pesar de todo, sigue habiendo acontecimientos que nos hablan de otro Islam, de un Islam tolerante, abierto al diálogo y que incluso podría sorprender a quien no lo conozca de cerca. Son hechos y acontecimientos que están ahí, pero que desgraciadamente no salen a la luz ni tienen protagonismo en los medios de comunicación.

En el número de Mundo Negro de junio queremos poner de relieve uno de ellos, una institución original, tanto en el mundo islámico como en el contexto africano: una universidad exclusivamente para mujeres en Omdurman, una ciudad situada frente a Jartum, la capital de Sudán. El hecho es más sorprendente aún si tenemos en cuenta que su fundador, Babikir Badri, fue uno de los lugartenientes de Mohammed Ahmed el Mahdi, el líder carismático que se autoproclamó enviado de Dios para instaurar la ley divina sobre la tierra y que protagonizó la revolución que lleva su nombre en el siglo XIX, destruyendo el trabajo de muchos misioneros. Babikir Badri se propuso integrar los avances de las ciencias modernas en la cultura sudanesa. De ahí nació su idea de dar una formación intelectual a las mujeres, principales transmisoras de la educación y la cultura local. La escuela primaria que creó para formar y educar a chicas, se transformaría con el tiempo en la universidad Al-Ahfad de Omdurman.

Y justo hace unos días se producía otro acontecimiento significativo: el nombramiento del P. Giuseppe Scattolin como miembro de la Academia Egipcia de la Lengua Árabe, algo que también puede sorprender si tenemos en cuenta que, según la costumbre islámica, solo los musulmanes están autorizados para enseñar la lengua árabe. El P. Scattolin, un comboniano italiano que lleva más de 40 años trabajando en Egipto y Sudán, no solo no es musulmán, sino que es sacerdote y misionero. Su nombramiento es todo un gesto significativo por parte del mundo intelectual árabe y egipcio, que reconoce de esta manera su contribución a la cultura árabe y, sobre todo, su amor por ella y sus gentes.

El nombramiento del P. Scattolin o la existencia de la universidad Al-Ahfad de Omdurman son dos realidades que nos presentan un Islam que, sin renunciar a sus principios y tradiciones, es capaz de abrirse y dialogar con el cristianismo y el mundo occidental. Ni el cristianismo es enemigo del mundo árabe, ni el Islam lo es del mundo occidental. Cristianos y musulmanes estamos más cerca unos de otros de lo que algunos pretenden hacernos creer.

jueves, 24 de mayo de 2012

Creando lazos de amor y cooperación

Estamos a punto de cerrar el número de Mundo Negro del mes de junio. Tras las correspondientes lecturas, correcciones y pruebas, todo está ya listo para ser enviado a la imprenta. El tema de portada, un tanto singular, sorprenderá sin duda a más de uno y de una: una universidad solo para mujeres en el corazón de Sudán, país africano en donde el Islam es algo más que una religión.

Al hilo de ese reportaje y mientras preparaba el editorial para dicho número de la revista, no dejaba de pensar en las innumerables experiencias que tuve en Chad con los muchos musulmanes que hay allí y con los que me tocaba "codearme" -valga la expresión- casi a diario. Autoridades civiles o militares, comerciantes, vecinos... no puedo decir que estaba rodeado de ellos, pero sí que los tenía a mi lado casi constantemente.

La experiencia vivida en Chad me enseñó que la relación entre cristianos y musulmanes está siempre marcada por dos factores. Uno, que podríamos llamar “teórico”, evidencia las diferencias de concepción de la religión, de la persona humana y de las relaciones entre los hombres, las instituciones e incluso los Estados. Una concepción que, además, está impregnada por la cultura. En Chad pude percibir que no es lo mismo un musulmán de cultura árabe, que uno de cultura negroafricana. La cultura está marcada por la religión y la religión no escapa a la influencia cultural. A lo largo de su historia, la humanidad ha vivido, desgraciadamente, momentos trágicos, guerras de religión, conquistas y reconquistas que han sembrado de muerte y odio muchas generaciones. Incluso hoy nuestras diferencias y nuestras sensibilidades nos siguen traicionando, siendo causa de malentendidos y de polémicas que a nada conducen.

Un segundo factor, a mi juicio el más importante y el que debería ser fuente de inspiración en la relación entre unos y otros, lo constituye la colaboración que siempre ha existido en la práctica, especialmente en las actividades de caridad, de solidaridad y de ejercicio del amor al prójimo. En muchos lugares del mundo, especialmente en África, cristianos y musulmanes siempre han llegado a un entendimiento y a una colaboración estrecha cuando se trata de ayudar a los más necesitados. No en vano, el ejercicio de la caridad es el principal mandamiento de ambas creencias. En muchas actividades caritativas y de desarrollo de la parroquia había musulmanes con los que se podía trabajar estupendamente y que hasta tenían puestos de responsabilidad.

África –especialmente África subsahariana– es un escenario concreto en el que este segundo factor se pone más de manifiesto. Dispensarios, escuelas rurales, cooperativas agrícolas, asociaciones de mujeres… Un sinfín de actividades concretas en las que cristianos, musulmanes y seguidores de las religiones tradicionales logran siempre ponerse de acuerdo sin grandes dificultades, porque para ellos lo que realmente importa es el desarrollo integral de la persona humana.

El Amor de Dios, traducido en amor al prójimo es, sin duda alguna, el principal instrumento que tenemos unos y otros para crear lazos de diálogo y cooperación.

jueves, 3 de mayo de 2012

Es cuestión de solidaridad

El pasado mes de marzo la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanzaba la voz de alarma y advertía del grave riesgo que corre la población en la región del Sahel africano. Según la FAO, más de 16 millones de personas están amenazadas de inseguridad alimentaria y de malnutrición. La falta de lluvias ha provocado una peligrosa falta de pastos para el ganado y ha reducido el 26 por ciento la producción de cereales en esta región de África, cuyas crisis alimentarias se vienen repitiendo frecuentemente.

El Sahel es una región árida que abarca varios países de África Occidental y Central, en la que el período de lluvias va de junio a octubre, aproximadamente, pero en la que las precipitaciones del año pasado fueron escasas e intermitentes, con la consiguiente repercusión en las cosechas y en la alimentación del ganado. La consecuencia es una inseguridad alimentaria que viene agravada por la subida de los precios de los alimentos y la frágil situación política y económica de la mayoría de los países afectados.

El director regional de UNICEF para África Occidental y Central, David Gressly, afirmó hace poco que “antes de que termine 2012 más de un millón de niños y niñas padecerán desnutrición aguda, que puede provocar la muerte”. Según Gressly, la situación “comenzará a adquirir ribetes de crisis entre abril y junio”. Desgraciadamente no es la primera crisis alimentaria que asuela el continente africano. Cuando aún no se han borrado de nuestra retina las imágenes de Somalia o Etiopía, la amenaza de una nueva tragedia humanitaria se cierne sobre una de las regiones más pobres del planeta.

Aunque la climatología sea la causa principal y más inmediata de esta situación, sería injusto ver en ella la única razón de una crisis alimentaria que puede provocar millones de muertos en los próximos meses. La falta de infraestructuras, el empleo de tierras para cultivos de exportación en lugar de dedicarlas a la producción de cereales para el consumo propio –cuando estas tierras no son vendidas a compañías extranjeras–, los desplazamientos forzados de millones de personas a causa de una situación política inestable o de guerra, como es el caso actualmente en Malí y Níger, hacen que la falta de lluvias se convierta prácticamente en una sentencia de muerte.

Ante la gravedad de lo que se avecina, tanto la FAO como UNICEF han lanzado la voz de alarma apremiando a la comunidad internacional a intervenir y han afirmado que aún se está a tiempo de evitar lo peor. Para ello es necesario actuar de inmediato. Sin embargo, de los 79 millones de dólares que según la FAO son necesarios para las ayudas más urgentes, apenas se han recaudado 14, menos del 18 por ciento. Esta amenaza de hambruna llega en un momento en que Europa –especialmente España– está inmersa en una grave crisis económica que obliga a hacer recortes en los presupuestos, de los que no se salva tampoco la ayuda internacional.

Una cosa es tener que apretarse el cinturón para llegar a final de mes y otra muy diferente morirse literalmente de hambre. No podemos permanecer indiferentes ante esa situación con la excusa de que nosotros también lo estamos pasando mal. Por muy grave que sea nuestra crisis económica, renunciar a la solidaridad con los que más sufren supondría olvidar el sentido fundamental de esa Pascua de Resurrección que todavía seguimos celebrando. Cristo murió y resucitó para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Y eso, en el Sahel, se traduce hoy por tener lo mínimo para poder sobrevivir.