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lunes, 25 de junio de 2012

Providencial y provisional


Se cumplen en estos días ocho años que dejé mi querida misión de Doba, en Chad, para venir a España a hacerme cargo de la revista Mundo Negro, revista en la que mi presencia pronto tocará a su fin, porque la misión me llama y porque a todos los misioneros nos llega, tarde o temprano, el momento de partir.

Me vienen a la memoria un sinfín de sentimientos que inundaban mi interior por aquel entonces, cuando andaba preparando la maleta, una maleta  envuelta en una gruesa capa de polvo después de tantos años sin usarla y llena de inquilinos asustadizos que se movían desordenadamente buscando refugio. Tras pasarme un buen rato limpiándola, mi dilema era qué cosas meter en ella y qué cosas dejar fuera.

Si ahora se cumplen ocho años desde que dejé el Chad, por aquel entonces se cumplían otros ocho desde mi llegada a la misión. Cuando pasas tanto tiempo en una parroquia que tú mismo has visto nacer, porque te tocó a ti ponerla en marcha, y te llega el momento de partir, hay muchas cosas que se te pasan por la cabeza, muchos recuerdos que se despiertan y se hacen tan frescos como si los hubieses vivido ayer mismo. Revives un sinfín de anécdotas, de momentos llenos de alegría y satisfacción, te estremeces con los momentos difíciles y duros, y te parece increíble que tú hayas podido hacer tantas cosas, tener el coraje de aguantar lo que has aguantado o la suerte de haber podido disfrutar de la bondad de tanta gente que te ha rodeado.

En cierto sentido, pasaron por mi mente dos sentimientos: el de sentirme satisfecho del trabajo realizado y el de decirme a mí mismo que no era imprescindible, que otros tomarán el timón de un barco que yo había botado a la mar y que entonces estaba llamado a dejar. No, no somos imprescindibles. Somos provisionales porque nuestra vocación misionera nos pide estar siempre dispuestos a dejar lo que más amamos para ir allí donde nos dirija el soplo del Espíritu. Somos también providenciales, porque el trabajo que hacemos no lo puede hacer nadie en nuestro lugar.

Era consciente de que había sido providencial en aquella parroquia. Yo mismo la había comenzado, cuando en 1997 el obispo decidió crearla y confiarme la misión de ponerla en marcha y de organizarla. En ese trabajo invertí los mejores siete años de mi vida, y creo que no peco contra la humildad si afirmo que le dí lo mejor de mí mismo. Me rodeé de un buen grupo de laicos autóctonos para que me ayudaran en la tarea y fuesen ellos el verdadero motor que la hiciera funcionar. Sé que lo que yo he realizado nadie lo habría hecho en mi lugar. Cuando haces algo, dejas siempre tu marca personal precisamente porque eres tú quien lo ha hecho y no otro. Sin embargo, en aquel momento, pocas horas antes de partir, fui consciente de mi provisionalidad. No era ni el patrón ni el capitán del barco. Aquella hermosa nave podía navegar tranquilamente sin mí. El equipo pastoral, con el nuevo párroco y los laicos muy comprometidos, tenían sobrada capacidad para guiar el timón con seguridad y confianza, dejándose empujar con fe por el suave soplo de ese mismo Espíritu que nos había guiado unos años antes, cuando comenzamos la aventura de empezar una comunidad parroquial.

Mi paso por África duró ocho años, siete de los cuales los pasé en el hermoso barco que es la Parroquia San Daniel Comboni en Doba –la primera parroquia de África y del mundo dedicada a este gran evangelizador de África–. Sin ningún tipo de triunfalismo ni deseo de protagonismo, miraba la maleta y echando la vista atrás veía todo lo que el Señor había hecho en mí y a través de mí, y no pude menos que sentirme orgulloso y agradecido por haber podido vivirlo y recordarlo.

La parroquia comenzaba una nueva etapa con un grupo de laicos, de hijos de aquella tierra, convencidos de que es obra suya, de que la parroquia les pertenece y de que eran ellos los que tenían que llevarla a buen puerto.Yo solo fui eso, un instrumento provisional y providencial. Exactamente lo mismo que ahora aquí.