Páginas

viernes, 21 de diciembre de 2012

Mons. Paride Taban: Premio Mundo Negro a la Fraternidad

La revista Mundo Negro ha concedido el Premio a la Fraternidad 2012 a Mons. Paride Taban, obispo emérito de Torit, en Sudán del Sur. El galardón le será entregado durante la celebración del XXV encuentro de Antropología y Misión, que tendrá lugar en Madrid los días 2 y 3 de febrero con el lema: “Integración, el sueño de África”.

Al cumplirse XXV años de los encuentros de Antropología y Misión, Mundo Negro quiere hacer una celebración un tanto especial. Por ello, y coincidiendo con los 50 años de la creación de la OUA (Organización para la Unidad Africana), nuestra revista ha querido premiar a una persona que ha dedicado toda su vida a construir la paz, creando puentes de encuentro, diálogo y reconciliación. 

Mientras fue obispo titular de Torit, Mons. Paride Taban destacó por su lucha incansable contra la injusticia, la crueldad, la limitación de la libertad y el odio que alimentaron la guerra que durante años sufrió Sudán. 

Por todo ese esfuerzo, Mundo Negro le otorgó el primer Premio a la Fraternidad. Corría el año 1994, y en aquel VIII Encuentro de Antropología y Misión, quienes tuvieron la oportunidad de escuchar sus palabras, quedaron marcados por la claridad con la que denunciaba la situación que estaba viviendo la población del sur de Sudán, oprimida y masacrada por el ejército sudanés que buscaba a cualquier precio la islamización de todo el país, al tiempo que abogaba incansablemente por la necesidad de crear vínculos de paz, integración y reconciliación entre los sudaneses.

Ordenado sacerdote en 1964, Paride Taban fue nombrado obispo auxiliar de Juba en 1980. Tres años después, Juan Pablo II lo ponía al frente de la recién creada diócesis de Torit, un pequeño territorio en Sudán Meridional en el que la gente estaba obligada a huir constantemente a causa de los bombardeos y de la persecución del ejército sudanés. A ella dedicará las mayores energías de su ministerio episcopal. Durante mucho tiempo vivió como obispo “nómada”, sin casa propia, huyendo de un poblado a otro para escapar de las bombas y acompañar a su pueblo en un continuo éxodo en busca de un lugar de paz. 

En febrero de 2004, a la edad de 68 años, presenta su renuncia como obispo de Torit, renuncia que es aceptada por Juan Pablo II, y se retira a las orillas del río Kuron, una zona llena de colinas en la región merdional, cerca de la frontera con Etiopía. Desde entonces se dedica en cuerpo y alma a hacer realidad un sueño que venía alimentando desde años atrás: el “Poblado de la Paz”, con la intención de convertirlo en un lugar de esperanza, de paz y de reconciliación.

Escuela de integración

La idea de un “poblado de la Paz” surgió en la mente del obispo después de visitar dos veces la comunidad de Neve Shalom/Wahat as-Salaam (oasis de paz, en hebreo y en árabe), situada cerca de la carretera que une Jerusalén y Tel-Aviv y formada por familias judías y palestinas que conviven pacíficamente a pesar del conflicto sangriento que desde hace décadas enfrenta a israelíes y palestinos. Tras visitar aquella comunidad -en 1993 y 1999-, tomó la decisión de crear algo semejante en Sudán en cuanto se viese liberado de su responsabilidad episcopal.

Una vez aceptada su renuncia como obispo de Torit por Juan Pablo II, Mons. Taban se pone manos a la obra y empieza a dar forma al sueño que venía alimentando desde hacía varios años. La zona elegida fue la ribera del río Kurón, en la región meridional de Sudán, lo que hoy es Sudán del Sur, cerca de la frontera con Etiopía. Allí viven varios grupos de pastores famosos por sus luchas étnicas y sus constantes enfrentamientos a causa del robo de ganado, una práctica ancestral en los grupos de pastores que pueblan el valle del Rift.

El objetivo del Poblado de la Paz de Kurón es favorecer que las diferentes etnias vivan y crezcan juntas, dándoles la posibilidad de conocerse para evitar los prejuicios existentes entre unos y otros. Para lograrlo, Mons. Paride Taban ha puesto en marcha, no sin dificultades, toda una serie de servicios y estructuras que puedan ayudar a la convivencia, el conocimiento mutuo y el respeto. Así, Kurón cuenta hoy con una escuela primaria, elemento fundamental para que los niños de la región crezcan en un ambiente de confianza y conocimiento que les ayude a superar los prejuicios del pasado. Cuenta también con un dispensario y un centro agrícola para que la población local pueda lograr la autosuficiencia alimentaria y reduzcan su dependencia del ganado, una de las principales causas de confrontación y enfrentamiento entre los diversos grupos de pastores de la región.

En Kurón también hay un centro de encuentros, un lugar abierto en el que se reúnen tanto los jefes tradicionales como los representantes de los diferentes grupos sociales con el fin de dialogar sobre temas relativos al estilo de vida, las costumbres o los problemas ancestrales que surgen, normalmente, por las incursiones para robar ganado.

Para llevar a cabo este proyecto, el obispo se rodeó de personas con una capacitación profesional y procedentes de diferentes etnias, personas que hoy son pieza fundamental en ese proyecto de construir un Sudán más fraterno y reconciliado. No han estado exentos de dificultades, pero los frutos se están viendo desde hace ya algún tiempo. Grupos que antes eran enemigos, han logrado superar las barreras del pasado y vivir juntos en armonía.

A pesar de la reticencia de muchas personas, que piensan que el obispo podría aprovechar su fama y su reputación internacional para atraer fondos a gran escala para proyectos de desarrollo, este apóstol incansable de la paz prefiere dedicar todas sus energías y lo que le queda de vida a construir lazos, a reconciliar, favorecer la paz y la concordia entre enemigos ancestrales. 

Precisamente por eso, por ser imagen de toda una vida dedicada a la paz, al diálogo y a la reconciliación, Mundo Negro ha querido conceder nuevamente el Premio Mundo Negro a la Fraternidad a Mons. Paride Taban y dar, así, un carácter especial a esta XXV edición de Antropología y Misión.

martes, 4 de diciembre de 2012

Gozos y esperanzas de África

El año que está a punto de concluir ha estado marcado, en lo que a África se refiere, por una mezcla de luces y sombras, de esperanzas y desencantos. Los relevos pacíficos en el poder tras la muerte de cuatro jefes de Estado ‒en Guinea-Bissau, Malaui, Ghana y Etiopía‒ o las elecciones presidenciales de Sierra Leona, Angola y Senegal ‒donde los perdedores aceptaron democráticamente sus respectivas derrotas‒ contrastan con los golpes de Estado en Malí o la propia Guinea-Bissau, ambos perpetrados cuando estaban en marcha sendos procesos electorales. Las proezas de los deportistas africanos en los Juegos Olímpicos de Londres compartieron espacio informativo con la grave sequía y las posteriores inundaciones que azotaron el Sahel.
Además, la eufórica celebración de los 20 años de paz en Mozambique se está viendo empañada por la reciente amenaza de la RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña) de volver a las armas, mientras se recrudece la situación bélica en el este de la República Democrática de Congo, o aumenta la presencia de grupos islamistas radicales en el continente, especialmente en los países del Magreb.

Con la celebración del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II como telón de fondo y con la llegada de la Navidad, que nos invita a hacer memoria del gran acto de amor de Dios en favor de la humanidad, Mundo Negro dirige, en su número de diciembre, una mirada particular hacia el continente para ofrecer a sus lectores el balance de un año que se cierra con esa mezcla de gozo y de frustración.

El preámbulo de la constitución pastoral Gaudiun et Spes, publicada el 7 de diciembre de 1965 fruto de aquel Concilio, se hace en este contexto más actual que nunca: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”, comienza diciendo el documento. 
 
Efectivamente, en el corazón de Dios tienen cabida todos los acontecimientos humanos, desde los éxitos de los deportistas africanos, la paz de Mozambique o la consolidación de la democracia en Sierra Leona, hasta la cruenta guerra que sigue diezmando a la población de los Grandes Lagos bajo la mirada pasiva y cómplice de la comunidad internacional. La venida de Cristo al mundo es la máxima expresión de un amor que va más allá de toda lógica. Dios hace suyas las alegrías de quienes ven como la paz y la estabilidad se van haciendo realidad en sus países y asume, en la humanidad frágil de un niño que nace en un establo, la pobreza y la miseria de tantos millones de personas que siguen sufriendo injustamente.

Pero la Gaudium et Spes nos recuerda también que esos gozos y esas esperanzas, esas angustias y tristezas -especialmente las de aquellos que sufren- deben ser también las de los discípulos de Cristo, es decir, las nuestras. Sería una incongruencia celebrar la Navidad y olvidarnos de esa multitud de seres humanos que hoy siguen sufriendo a causa de guerras y calamidades, pero lo será también si nos sentimos indiferentes ante la alegría de quienes poco a poco van viendo la luz al final del túnel.

Ojalá que la presencia de Cristo hecho hombre nos estimule para que tanto las penas y las frustraciones de África, como sus alegrías y esperanzas sean también las nuestras.