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sábado, 8 de marzo de 2014

Mi primer baño

Cada día que pasa voy entrando un poco más en la vida de la parroquia. Desde mi llegada, hace ya dos meses, he dedicado la mayor parte del tiempo al aprendizaje de la lengua, herramienta fundamental para entrar en contacto con la gente. A medida que van pasando las semanas, voy realizando también pequeñas tareas pastorales para conocer mejor lo que será mi trabajo cuando asuma la responsabilidad como párroco.

El inicio de la Cuaresma fue para mi un auténtico baño en lo que se refiere a la vida y las costumbres de esta comunidad cristiana. El Miércoles de Ceniza fue un día muy especial, yo me atrevería a decir que incluso más que un domingo. Y no me refiero a la solemnidad del día, sino a la enorme afluencia de gente que acudió a la parroquia. La celebración comenzó a las cinco de la tarde. El recinto de la parroquia se llenó por completo. Todo el mundo quería recibir la ceniza sobre su cabeza: hombres, mujeres, jóvenes, niños... hasta las mamás traían a los niños en sus brazos para que también les pusiéramos la ceniza a ellos.

La verdad es que aquí hay toda una mezcla de fe sincera con creencias tradicionales y religiosidad popular. La ceniza tiene un significado muy especial para esta gente. Muchos la ven como algo que les puede proteger del mal, de las enfermedades o del mismo demonio o los malos espíritus. También tiene el significado del dolor y el arrepentimiento. Dónde está el límite entre lo cristiano y lo pagano sólo Dios lo sabe. Lo importante es que es un buen momento para hacer una catequesis a cristianos y catecúmenos sobre la importancia de la conversión y, especialmente, sobre el amor de Dios, que nos acoge como un padre y nos perdona.

Con tanta gente, la celebración duró unas dos horas, durante las cuales creo que debí perder un par de kilos, porque la sudada fue de campeonato. El calor húmedo hizo que terminara completamente empapado, igual que si me hubiese caído vestido al río. En ese sentido, también fue un auténtico baño para mi. Ya casi había olvidado el calor típico de esta época del año. Nada más llegar a casa me di una buena ducha, vacié literalmente una botella de agua de litro y medio y puse la ropa a secar.

Dos días después, viernes, celebramos el Via Crucis. Se hace todos los viernes de Cuaresma, y es literalmente un camino de la cruz. Con cerca de 40 grados a la sombra, un sol de justicia y un camino polvoriento, creo que debe asemejarse bastante a lo que el pobre Jesús tuvo que pasar en los últimos instantes de su vida. Comienza a las tres y media de la tarde, más o menos la hora en la que Jesús recorrió el camino del Calvario con la cruz a cuestas. El punto de partida es la casa donde vivimos los sacerdotes. Vamos haciendo camino rumbo a la parroquia, parándonos estación tras estación. Unos se turnan para llevar la cruz; otros para leer los textos de cada estación, otros para entonar los cantos... todo está bien organizado.

Las primeras estaciones se dejan hacer sin dificultad, pero ya a partir de la cuarta o la quinta las piernas empiezan a flaquear. El sol implacable nos da de frente y el polvo, la humedad del ambiente y el calor se mezclan en una especie de alianza maléfica que hace que el recorrido sea un auténtico viacrucis literalmente hablando. A pesar de que el camino hasta la parroquia no es muy largo, tardamos hora y media en hacerlo. No hay prisa. Lo importante es meditar cada estación, cada paso que Jesús tuvo que dar para llegar al Calvario, lugar en el que culminó su obra de redención de toda la humanidad.

Participa mucha gente, lo que me sorprendió agradablemente y me dio ánimo para superar el cansancio y el calor. Como vamos por medio de la calle, mucha gente se para para observarnos, mientras que a medida que avanzamos otros se van uniendo al grupo, hasta hacer una multitud que se anima mutuamente, canta y reza al paso de cada estación para hacer memoria del suplicio que tuvo que pasar Jesús al dar su vida por nosotros.


Y la semana que viene más. Comenzaremos los retiros cuaresmales, una auténtica experiencia que ya viví en mi anterior período en Chad y de la que guardo un recuerdo imborrable. Durante dos días completos los cristianos se reúnen en un lugar apartado para rezar, meditar, reflexionar y prepararse a la celebración de la Pascua. Tengo ya ganas de que empiecen, porque es el momento más importante del año y el que la gente vive más intensamente.