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domingo, 25 de diciembre de 2016

El inmenso poder de un caramelo



Hoy he visto con mis propios ojos nacer al Niño Jesús. No en un establo de Belén, ni en los muchos belenes que pueblan nuestras casas y las plazas de nuestros pueblos. Hoy lo he visto nacer en el jardín de mi casa, y a un precio que en términos comerciales se podría considerar ridículo: 1,5 euros (unos mil francos CFA, la moneda de aquí). Por ese precio compré en el mercado un paquete de caramelos y lo repartí entre los niños que viven en torno a nuestra casa y que siempre están delante del portón esperando que salga o entre con la moto para abrirme la puerta y pedirme un caramelo. A eso de las 12 del mediodía vinieron en tropel con la mano extendida y gritando “bon Noel, bombón”; “bon Noel, bombón…”. Les di uno a cada uno y el resultado se puede ver en la foto.

Hay armas que acaban con pueblos enteros, métodos de persuasión que son capaces de conseguir lo inimaginable, pero semejantes sonrisas son el fruto de un simple caramelo, uno solo. ¿Acaso no es esa la verdadera Navidad? No pidieron ni consolas, ni wii, ni juguetes, ni nada excepcional. Pedían un “bombón” (aquí a los caramelos le llaman bombón). Y cuando lo tuvieron, fueron los seres más felices de este planeta.

Fue el momento culmen de esta Navidad en el corazón del Chad, donde las dificultades de la gente son innombrables, donde escuelas y hospitales llevan semanas cerrados por culpa de una huelga salvaje motivada por el retraso en la paga de los salarios de los funcionarios, donde agricultores y ganaderos viven enfrentados, donde la corrupción y el mal gobierno campan a sus anchas, pero también donde un simple caramelo es capaz de hacerte ver que Dios sigue naciendo, que el Niño Jesús existe realmente y es de carne y hueso. Esas sonrisas me han hecho olvidar por un instante tantas penas y desasosiegos y me han hecho recordar mi propia infancia, tiempos en los que con poquita cosa nos conformábamos y cuando alguien nos daba un caramelo, aquello era lo máximo.

Y todo por el módico precio de un “bombón”. ¿Cuándo se dará cuenta nuestro mundo que para ser realmente felices hace falta bien poco? Esas ocho sonrisas, esos ocho Niños Jesús me han dado toda una catequesis sobre la Navidad, sobre el nacimiento del Hijo de Dios, sobre lo que realmente es importante. Fue una lástima que todo sucediera después de la Misa de Navidad en la parroquia, porque sería la homilía perfecta para una celebración en un día tan especial.

Miro la televisión y no veo más que muerte, guerras, atentados terroristas, políticos que no buscan más que darse una buena imagen y sacar el máximo provecho mientras puedan. ¡Pues no! Me niego a creer que el mundo sea así. El mundo, nuestro mundo, no es así. En nuestro mundo también hay niños que sonríen, que son felices, que a pesar de la pobreza y la dificultad se ponen  guapos para festejar la Navidad; niños que agradecen un regalo tan sencillo como un caramelo. Entonces apago la tele, miro la foto, la vuelvo a mirar, no me canso de contemplarla. Son sonrisas que realmente contagian, que transmiten tantas cosas… Y todo, por el módico precio de un bombón.
Feliz Navidad.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Ya tenemos escuela

Hace tiempo que le veníamos dando vueltas al asunto. Ya los que estuvieron aquí antes de que llegara yo andaban detrás de ella, pero unas veces la falta de medios, otras la desmotivación de los padres y otras por diferentes motivos, la idea no llegaba a cuajar. Hoy, por fin, es una realidad. La Escuela Comunitaria St. Kizito ha empezado sus clases. 55 niños de primero y 50 de preescolar forman nuestra primera generación. 

Una de las maneras de motivar a los padres fue decirles: “yo no tengo hijos, por lo que no necesito tener una escuela. Pero sé que vosotros queréis lo mejor para los vuestros, asique, si os movéis, yo también me moveré y os ayudaré en todo lo que pueda, pero la cosa la tenéis que mover vosotros, no yo”. Y funcionó. Empezaron a moverse, a organizarse, a sensibilizarse unos a otros y al resto de parroquianos, y un par de años después, la escuela está en marcha. Con pocos medios, pero con una ilusión enorme.

De momento tenemos solo dos clases: una de preescolar con 50 retoños y una de primero de Primaria con 55. Más aun, en contra de lo que suele ser normal en África, el número de niñas supera al de niños, lo que refleja en cierto modo que la sensibilización de los padres va en serio. Los gastos iniciales son muchos, ya que hemos tenido que comprar pupitres, encerados, sillas, mesas, cuadernos, tiza, juguetes, material pedagógico…. Y adaptar la única sala y el hangar de que dispone la parroquia para que hagan las veces de aulas de clase, mientras esperamos poder elaborar un proyecto para financiar la construcción de una escuela de verdad. 

¿Cómo lo logramos? Ni yo mismo sería capaz de responder sin decir que creo en los milagros. Unas veces la generosidad de alguna (mucha) buena gente, otras la ayuda de la propia parroquia (que tampoco es que esté muy boyante económicamente, que digamos), y el resto la participación de los padres a través de la matrícula de los niños, han hecho que la escuela haya podido comenzar. Nuestro objetivo principal es que la escuela pueda funcionar con sus propios medios, sin depender de ayudas externas. Hemos echado cuentas y hemos visto que es posible. Lo más difícil es comenzar por los gastos iniciales que supone poner en marcha una escuela nueva, pero en cuanto esté en marcha, su funcionamiento ordinario será posible con la participación de todos los interesados. Y en eso estamos.

No sabría cómo explicar con palabras la alegría que sentí al ver a los críos en su primer día de clase: felices, cantando, riéndose cuando les hacía una foto y repitiendo las primeras frases que van aprendiendo en francés: “Booonjouuurr mon pèeeerre” (buenos días, padre); “Jeeee m’apeeeelle…” (yo me llamo), “Ça vaaa bien, meercii” (yo estoy bien, gracias)... Solo de verlos y de ver la cara de algunos padres a los que les caía la baba viendo a sus hijos en la escuela, creo que ha merecido la pena lanzarse al agua y….. que sea lo que Dios quiera.

De momento somos una “escuela comunitaria”, es decir, una escuela aun no reconocida oficialmente, pero aceptada y apoyada por los estamentos oficiales del Estado, que nos paga el salario de dos de las tres maestras que enseñan actualmente. Bueno, al menos sobre el papel, porque desde hace tres meses ningún funcionario público ha recibido su salario, incluidos los maestros. Ello ha originado una huelga a la que no se ve el final. Las dos maestras estatales han aceptado seguir viniendo a la escuela a pesar de todo. Una es una religiosa de la parroquia y la otra una maestra que acaba de ser integrada en la función pública y que acepta de venir si al menos le damos una ayuda para su desplazamiento, ya que vive lejos de la escuela. La tercera ha sido contratada por los padres de los niños y es la propia escuela quien paga su sueldo.

Con el tiempo esperamos convertirnos en “escuela católica asociada”, algo así como lo que son en España las escuelas concertadas. El proceso es largo y complicado, pero no desesperamos. El caso es empezar… Y nosotros ya hemos empezado.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Un chupito pa celebrarlo

Ayer hizo 20 años que puse por primera vez los pies en este hermoso país que es el Chad. Para celebrarlo me tomé un chupito de aguardiente de mi tierra, de la que guardo una botella con sumo cuidado y que raciono escrupulosamente tomando unas gotas solo los días realmente especiales. Tiene que durarme hasta las próximas vacaciones que, Dios mediante, serán en verano del 2017.


Mi cuñado, muy curioso él, me pidió que cuente la sensación que produce tomarse un chupito de caña tan lejos, así que allá voy, esperando satisfacer su curiosidad y tratando de expresar con palabras algo que es inexpresable. Ya desde ahora pido perdón a los que no comprendan todo lo que aquí escriba, porque son recuerdos, lugares o nombres que no todo el mundo conocerá.


Al abrir la botella y sentir el aroma característico de ese líquido tan especial, lo primero que me viene a la memoria es el café que nos tomábamos en casa después de comer, al que añadíamos siempre unas gotas para darle cuerpo y sabor (al café, claro). Luego viene el ritual de echar un poco en el chupito, con delicadeza y mucho cuidado para que no se pierda nada, que aquí eso es oro y no se puede desperdiciar ni una sola gota. El aroma que sale de la botella despierta en mí infinitos recuerdos –hay que ver lo que es la psicología humana– que me transportan ya desde el principio a mi tierra querida y añorada.


El primer sorbo sabe a gloria. A medida que el fuego va bajando por la garganta va dejando en la boca ese sabor característico a hollejo de uva, inconfundible, que me trae recuerdos de Bendoiro, de Prado, de un buen churrasco dominguero o de un pulpo en Os Concheiros. Y la imaginación se desboca y sueño que estoy en mi terruño, que llueve y hace fresco, y que por un instante Chad no está tan lejos de Galicia como parece.


El segundo sorbo lo degusto con más calma, haciendo un esfuerzo por sentir con toda su fuerza el ardor del aguardiente bajando por el esófago y saboreando de nuevo ese regustillo a orujo que queda en la boca. No se puede desperdiciar nada, porque un placer así no se tiene todos los días ni todas las semanas, ni tan siquiera todos los meses.


Al tercer sorbo ya casi me dan ganas de cantar la rianxeira, y no por los efectos etílicos del preciado líquido, sino por la euforia de sentir que Galicia sigue teniendo cosas tan buenas como el aguardiente y que Dios me da la posibilidad de disfrutarlas tan lejos. Gran verdad esa que dice que solo apreciamos lo bueno cuando no lo tenemos. Y me digo a mi mismo que soy un privilegiado por poder disfrutar de un chupito como este a tantos kilómetros de distancia de mi tierra. De verdad, con qué poco se puede hacer feliz a una persona.


Y ya, guardo la botella y espero a la próxima ocasión, que no sé cuándo será, pero que sin duda será. Y con el gustillo rancio de uva pisada y hollejo fermentado me voy a dormir, que mañana será otro día.

sábado, 2 de julio de 2016

Llegaron las lluvias



Hace mucho que no escribo en este blog, ha llovido desde entonces, y nunca mejor dicho, porque aquí cuando llueve, llueve de verdad. Lo cierto es que las dificultades para conectarse a internet y, sobre todo, para subir el más pequeño fichero desaniman a cualquiera a intentarlo. De todas formas, aquí estoy de nuevo, armándome de paciencia y aprovechando que el año pastoral ha terminado y que ahora dispongo de más tiempo libre, aunque no demasiado -para los enfermos y los pobres no hay vacaciones-, siempre hay algo que hacer y gente que atender.

El mes de junio ha llovido bastante, lo que ha aliviado mucho el calor insufrible que tuvimos que soportar en abril y mayo. Lo malo es que con las lluvias llegaron también los mosquitos, transmisores de la malaria, muy extendida por estas latitudes. De momento no me quejo, por ahora me voy librando de ella.

El año pastoral fue intenso, lleno de actividades, de experiencias, de vivencias ricas y llenas de humanidad. Acabamos de tener el Consejo Pastoral Parroquial para evaluar el año y el balance es bastante positivo, no solo en cantidad de cosas hechas, sino también en calidad y compromiso de los cristianos. Hemos tenido 140 bautismos y 41 confirmaciones, amén de las actividades relacionadas con este Año de la Misericordia propuesto por nuestro Papa Francisco. En ese aspecto no puedo más que alegrarme y agradecer a Dios por todo lo vivido: gente que no se hablaba y que han hecho las paces, cristianos que habían abandonado la Iglesia y que han decidido regresar, hombres y mujeres víctimas de las más innobles injusticias que han mostrado un espíritu reconciliador…. Todo un regalo que te hace pensar cada día con más fuerza que merece de verdad la pena ser y sentirse hijo de Dios. 

Recuerdo cuando fui a visitar a una pobre mujer centroafricana que perdió en un solo día a cuatro miembros de su familia por la violencia que reina en Centroáfrica: dos hermanos degollados por los rebeldes de la Seleka, su madre ciega cayó a un pozo al intentar huir y murió ahogada y su tío sucumbió a una subida brusca de tensión a causa del impacto emocional. Fue un golpe durísimo para ella. Mientras me lo relataba, pensaba en el pobre Job, que cuando aun no habían terminado de contarle una tragedia llegaba un nuevo mensajero con otra. Me maravilló su paz interior y su confianza. Sin rencor, sin ánimo de venganza, sólo llora por que la paz vuelva a su país. 

Leímos juntos las palabras de San Pablo a los Corintios: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de Misericordia y Dios de todo consuelo. Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios". Colabora en la parroquia visitando y llevando la comunión a ancianos y enfermos, llevando consuelo y aliento a mucha gente. Le dije que ahora es ella la que recibe ese consuelo y aliento de Dios. Fue un momento de oración que me llenó por dentro, de verdad, especialmente por su fe y su confianza en ese Dios que es padre de todos. ¿Cómo es posible que una persona que haya pasado lo que ella sólo tenga palabras de confianza y en lugar de pedir venganza sólo pida la paz para que nadie más sufra lo que ella ha sufrido? Con parroquianos así me siento cuestionado y llamado a ser cada día más un misionero de la Misericordia.

Y para poner la guinda al pastel, mis bodas de plata sacerdotales. En estas fechas se cumplen 25 años de mi ordenación sacerdotal, 25 años ya… el tiempo pasa de verdad volando. Celebrarlo aquí es un regalo añadido a los muchos que he recibido desde que regresé a Chad en 2014. 
Ahí os dejo esa foto tomada el día de Pascua. Son las bailarinas que animan los cantos de la Misa con sus danzas. Lo de sus vestidos juro que no fue idea mía, pura coincidencia, pero que me alegra porque me recuerda mi añorada Galicia… Quizás un guiño más de ese Dios tan cercano que tenemos.