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viernes, 25 de noviembre de 2016

Ya tenemos escuela

Hace tiempo que le veníamos dando vueltas al asunto. Ya los que estuvieron aquí antes de que llegara yo andaban detrás de ella, pero unas veces la falta de medios, otras la desmotivación de los padres y otras por diferentes motivos, la idea no llegaba a cuajar. Hoy, por fin, es una realidad. La Escuela Comunitaria St. Kizito ha empezado sus clases. 55 niños de primero y 50 de preescolar forman nuestra primera generación. 

Una de las maneras de motivar a los padres fue decirles: “yo no tengo hijos, por lo que no necesito tener una escuela. Pero sé que vosotros queréis lo mejor para los vuestros, asique, si os movéis, yo también me moveré y os ayudaré en todo lo que pueda, pero la cosa la tenéis que mover vosotros, no yo”. Y funcionó. Empezaron a moverse, a organizarse, a sensibilizarse unos a otros y al resto de parroquianos, y un par de años después, la escuela está en marcha. Con pocos medios, pero con una ilusión enorme.

De momento tenemos solo dos clases: una de preescolar con 50 retoños y una de primero de Primaria con 55. Más aun, en contra de lo que suele ser normal en África, el número de niñas supera al de niños, lo que refleja en cierto modo que la sensibilización de los padres va en serio. Los gastos iniciales son muchos, ya que hemos tenido que comprar pupitres, encerados, sillas, mesas, cuadernos, tiza, juguetes, material pedagógico…. Y adaptar la única sala y el hangar de que dispone la parroquia para que hagan las veces de aulas de clase, mientras esperamos poder elaborar un proyecto para financiar la construcción de una escuela de verdad. 

¿Cómo lo logramos? Ni yo mismo sería capaz de responder sin decir que creo en los milagros. Unas veces la generosidad de alguna (mucha) buena gente, otras la ayuda de la propia parroquia (que tampoco es que esté muy boyante económicamente, que digamos), y el resto la participación de los padres a través de la matrícula de los niños, han hecho que la escuela haya podido comenzar. Nuestro objetivo principal es que la escuela pueda funcionar con sus propios medios, sin depender de ayudas externas. Hemos echado cuentas y hemos visto que es posible. Lo más difícil es comenzar por los gastos iniciales que supone poner en marcha una escuela nueva, pero en cuanto esté en marcha, su funcionamiento ordinario será posible con la participación de todos los interesados. Y en eso estamos.

No sabría cómo explicar con palabras la alegría que sentí al ver a los críos en su primer día de clase: felices, cantando, riéndose cuando les hacía una foto y repitiendo las primeras frases que van aprendiendo en francés: “Booonjouuurr mon pèeeerre” (buenos días, padre); “Jeeee m’apeeeelle…” (yo me llamo), “Ça vaaa bien, meercii” (yo estoy bien, gracias)... Solo de verlos y de ver la cara de algunos padres a los que les caía la baba viendo a sus hijos en la escuela, creo que ha merecido la pena lanzarse al agua y….. que sea lo que Dios quiera.

De momento somos una “escuela comunitaria”, es decir, una escuela aun no reconocida oficialmente, pero aceptada y apoyada por los estamentos oficiales del Estado, que nos paga el salario de dos de las tres maestras que enseñan actualmente. Bueno, al menos sobre el papel, porque desde hace tres meses ningún funcionario público ha recibido su salario, incluidos los maestros. Ello ha originado una huelga a la que no se ve el final. Las dos maestras estatales han aceptado seguir viniendo a la escuela a pesar de todo. Una es una religiosa de la parroquia y la otra una maestra que acaba de ser integrada en la función pública y que acepta de venir si al menos le damos una ayuda para su desplazamiento, ya que vive lejos de la escuela. La tercera ha sido contratada por los padres de los niños y es la propia escuela quien paga su sueldo.

Con el tiempo esperamos convertirnos en “escuela católica asociada”, algo así como lo que son en España las escuelas concertadas. El proceso es largo y complicado, pero no desesperamos. El caso es empezar… Y nosotros ya hemos empezado.