Llegar a África por primera vez para
ocuparse de una parroquia nueva no es fácil. En los primeros años que
viví en Doba me di cuenta de lo importante que es poder tener a tu
lado un “viejo lobo” de las misiones. Por eso, me alegré mucho
cuando llegó Luigi, un comboniano italiano que tiene a sus espaldas
más de cincuenta años en África -de los que más de 30 los ha pasado en el
Chad-.
Luigi nació en Tartano, en el norte de
Italia, hace ahora 82 años. Fue ordenado sacerdote el 26 de junio de
1955 y dos años después fue destinado a Sudán, donde vivió su
primera experiencia misionera. En 1964 sufrió en persona el rechazo
del integrismo islámico y fue expulsado junto a otros muchos
misioneros. De eso hace ya mucho tiempo, pero se le nota que lleva
Sudán en el corazón (seguro que estará estos días muy atento a lo que allí se está cociendo). Tras su expulsión, estuvo dos años en
Uganda, con la esperanza de poder regresar algún día. Sin embargo,
el destino le llevó por otros caminos. En 1966 fue destinado
Centroáfrica y en 1998 llegó al Chad, para acompañar al joven e
inexperto misionero que yo era por entonces.
Después de cenar, solíamos sentarnos
en la veranda a contemplar el maravilloso cielo africano poblado de
estrellas y a degustar una deliciosa citronela. Era un momento
privilegiado para compartir vivencias. Entre sorbo y sorbo, le
preguntaba sobre su experiencia en Chad y me hablaba de cuando el
país estuvo en guerra, cuando no había ni un mendrugo de pan que
llevarse a la boca, de como muchas veces, al levantarte por la mañana
y salir a la calle, se encontraba con un cadáver ante la puerta. Le
tocó vivir los duros años ochenta, cuando los codós (guerrilleros)
andaban por todas partes, cuando coger el coche para ir a cualquier
parte era arriesgarse a recibir un balazo, porque disparaban contra
todo lo que se movía.
Recuerdo con especial nostalgia cuando
regresaba de mis correrías por la sabana visitando los poblados.
Nada más oír el coche, Luigi salía de su cuarto, me ayudaba a
descargar los bártulos, abría el frigorífico a gas –que, dicho sea de
paso, funcionaba cuando quería–, sacaba una cerveza y me decía:
«Toma, refréscate un poco, descansa, que estarás cansado y
cuéntame cómo te ha ido».
Sus largos años recorriendo la sabana
chadiana le han enseñado muchas cosas. Sabe lo que se agradece una
cerveza fresca al llegar a casa y la ofrece con una sonrisa de tal
manera, que, sin darte cuenta, te olvidas del cansancio, de los
problemas, del mal estado de las carreteras y del calor que has
tenido que aguantar durante todo el día.
Luigi es persona de costumbres. Se
levanta todos los días a las cuatro y media de la mañana y a las
cinco en punto ya está en la iglesia rezando y preparándose para la
Misa, que es a las cinco y media. Por las tardes, a la caída del
sol, pasea de un lado a otro del jardín y entra en la capilla para
hacer su oración. Siempre el mismo horario, siempre el mismo ritmo,
y todo ello con una fidelidad que a un joven sacerdote como yo le
hacían plantearse muchas cosas. Todas las mañanas se sentaba ante
su manual de ngambay (la lengua local) y se ponía a
estudiar. Desde mi cuarto le oía repetir las frases una y otra vez.
Viéndole y escuchándole, recordaba mis años de universidad, cuando
los libros de periodismo eran mi pan cotidiano.
Una de sus grandes "debilidades" era el
contacto con la gente. Sabe lo importante que es “perder” el
tiempo con los demás. Por eso, cada vez que íbamos a visitar un
poblado, iba casa por casa saludando a todos, preguntando por los
campos, la cosecha, los hijos.... Recuerdo cuando una de las
comunidades hizo su retiro de Cuaresma. Le metió a sus viejas pero resistentes piernas los cinco kilómetros que hay desde la ciudad hasta el lugar
del retiro. Se fue y regresó a pie, caminando con su gran amigo
Charles, un anciano de la parroquia.
A ser misionero no se aprende en los
libros, se aprende cada día, poco a poco. Tener al lado a alguien
que pueda mostrarte el camino es muy importante. Si los ancianos
africanos son, como decía Ahmadou Hampate Ba, bibliotecas
vivientes, los misioneros mayores, como Luigi, son auténticos
manuales de vida misionera dispuestos a abrir sus páginas para que
los que venimos detrás podamos enriquecernos de su sabiduría y de
su experiencia. Gracias, querido Luigi.