Páginas

jueves, 30 de septiembre de 2010

Mujeres de armas tomar

Todos los años, cuando llega la Navidad, las mujeres de la parroquia Daniel Comboni de Doba, en el Chad, tienen la costumbre de preparar un poco de comida y llevarla a la cárcel para que, al menos ese día, los prisioneros puedan comer algo caliente y encontrar un poco de humanidad. Si hay algo duro en África es la prisión. Ir a parar al fango de una cárcel es una experiencia de lo más inhumano y degradante.

Suelen ir solas, pero aquella vez me pidieron que las acompañara. La comida que habían preparado era mucha y la camioneta de la parroquia podría ayudar para el transporte. Además, entre los presos había algunos recién bautizados y las mujeres me pidieron que los fuese a visitar para rezar con ellos. Acepté con gusto. En parte por la curiosidad de ver una cárcel chadiana por dentro y en parte por la posibilidad que tenía de acompañar, al menos por un rato, a los que había bautizado hacía pocos meses.

A la hora acordada, las mujeres se presentaron en la parroquia con dos enormes cacerolas en las que habían preparado la boullie, un potaje a base de mijo cocido con azúcar, muy nutritivo y de gusto muy agradable. Cargaron todo en la camioneta y luego subieron ellas. A pesar de que la vieja Toyota pick-up estaba acostumbrada a las sobrecargas, le costó iniciar la marcha. Durante el corto trayecto que separa la misión del calabozo municipal las mujeres no pararon de cantar, mientras los viandantes se quedaban mirando el espectáculo de ver una camioneta abarrotada de mujeres entonando a pleno pulmón canciones de Navidad.

Cuando llegamos ante la entrada de la prisión, el policía que hacía la guardia se asustó y levantó alarmado su kalachnikoff. Al ver que eran mujeres se tranquilizó y bajó el arma. Cuando me vio bajar de la cabina del conductor, se acercó y me preguntó qué significaba todo aquello. Le expliqué el motivo de nuestra visita y el deseo de las mujeres de visitar a los presos para que pudieran celebrar, aunque sólo fuera con un poco de boullie, el día de Navidad. “No están permitidas las visitas” me dijo en tono seco. “Es Navidad -respondió una de las mujeres-. Sólo queremos dar un poco de boullie a los presos y rezar con ellos”.

El guardia, entre sorprendido y receloso, miró a las mujeres una a una, luego me miró a mi y dijo: “De acuerdo, pero antes de entrar tengo que cachearos para estar seguro que no traéis armas”. Viendo cómo las miraba, me di cuenta de lo que realmente quería, por lo que intenté oponerme a ello alegando que eran mujeres, que se merecían un respeto y que por supuesto no llevaban armas. “Si no os cacheo, no podéis entrar, es una cuestión de seguridad”, dijo firme y mostrando de nuevo su kalachnikov.

Sin mediar palabra, Alice, la más lanzada de todas, se puso frente a él con las manos en alto, en actitud sumisa y desafiante a la vez. Se lo quise impedir, pero con un gesto me hizo entender que no le importaba, que valía la pena pasar el trago con tal de poder cumplir el objetivo que las había llevado hasta allí. Una tras otra, todas las mujeres fueron pasando por las manos de aquel hombre, que no dejó un sólo centímetro sin verificar, tomándose todo el tiempo del mundo y pasando varias veces por las zonas en las que él decía que podían esconder algo. Con la cabeza bien alta, la mirada al frente y el gesto sereno, pasaron el trámite con una dignidad ante la que me sigo quitando el sombrero.

Cuando el guardia sació su machista curiosidad, me tocó el turno a mi. Me acerqué para que me cacheara también, pero con un gesto de indiferencia me hizo ver que yo no le interesaba. “Podéis pasar, pero no tardéis mucho, no quiero que haya jaleo ahí dentro”, dijo abriendo la puerta.

Entramos, las mujeres repartieron la comida y luego hablaron a los presos y rezaron con ellos. Al final me pidieron que les diera la bendición. Terminada la visita, salimos de la prisión y las mujeres aún tuvieron la delicadeza de saludar al guardia -que, por cierto, también tuvo su ración de boullie- con un “feliz Navidad”.

2 comentarios:

  1. Con la cabeza bien alta, la mirada al frente y el gesto sereno, pasaron el trámite con una dignidad ante la que me sigo quitando el sombrero.
    Si mi amigo hay mujeres que sus acciones valen oro y nos enseñar el verdadero valor del sacrificio y de la dignidad.., y son en esas situaciones donde uno redescubre el verdadero valor de la persona .Felicidades por esas mujeres, que aman tanto para soportar tanto. tqsm

    ResponderEliminar
  2. Les femmes nous montrent tellement mieux les semences du Royaume des cieux que nous mêmes les mâles !!!
    Merci pour ce témoignage !

    ResponderEliminar