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viernes, 10 de septiembre de 2010

Las dos caras de Limbeaze

Durante uno de los muchos viajes que tuve la oportunidad de hacer al continente africano, me crucé con el P. Ángel Santamaría, un misionero de San Vicente de Paúl, de esos que te dejan huella en cuanto cruzas dos palabras con él. A decir verdad, no fue exactamente en el continente, sino en la isla de Madagascar, en un lugar paradisíaco llamado Tolagnaro.

Una de las muchas actividades que realizaba allí el bueno de Ángel -hace tiempo que le perdí la pista y no sé si continúa por aquellas tierras- era visitar la cárcel, donde se había hecho muy popular y querido entre los presos y sus carceleros.

Y, cómo no, me invitó un día a acompañarle para que viera en qué condiciones viven allí los que, según el tribunal de turno, tienen una cuenta pendiente con la justicia, hayan o no cometido un delito. Y digo esto porque esta historia tiene que ver con una pobre mujer a la que encarcelaron por un delito que no había cometido. Bueno, más que con una mujer, con su hija.

Limbeaze -así se llama la niña-  tenía apenas dos meses de edad cuando a su madre la acusaron falsamente de asesinato y la metieron en la cárcel. Como la pobre mujer no tenía con quien dejarla, no le quedó más remedio que llevársela consigo. Eso había pasado tres años antes de que Ángel me contara la historia. Limbeaze había pasado los tres primeros años de su vida en el patio de una prisión, sin saber lo que es el mundo exterior, sin ver a otros niños, sin poder ir a la escuela y, evidentemente, sin la alimentación adecuada que requería su corta edad.

Gracias a sus continuas visitas, el P. Ángel pudo ver en qué situación vivían los presos y descubrió que allí había niños, como Limbeaze, que nunca habían salido al exterior. Cuando la vio sintió mucha pena y pidió al director de la cárcel que le dejara sacarla de allí para que pudiese al menos ir a la escuela. La madre  estaba de acuerdo, así que convencieron al director y tanto Limbeaze como Sambelahy, un niño de cuatro años, pudieron dejar aquel lugar y hospedarse en un centro llamado Avotra, un centro educativo que tienen las Hijas de la Caridad en la ciudad y en el que podrían ir a la escuela con los demás niños y tener una comida caliente y adecuada cada día.

Mientras el padre Ángel me contaba esta hermosa historia, me iba enseñando algunas fotos que tenía. Yo le pedí las dos de Limbeaze, porque esas dos fotos hablan por sí solas. La primera se la hizo justo el día que sacaron a Limbeaze de la cárcel para llevarla al centro educativo. La segunda, apenas mes y medio después.

Sobran los comentarios. Como me decía el P. Ángel, es toda una poesía que canta a la vida y que nos muestra cómo el rostro de un niño puede expresar con semejante fuerza tanto el miedo, la desconfianza o el dolor como la inmensa alegría de vivir.

Bien cierto es aquello de que el rostro es el espejo del alma...

1 comentario:

  1. Querido Amigo,que el rostro de Limbeaze nos ayude a nunca flaquear..,y a siempre trabajar por el bien común y en la lucha por los derechos humanos..,que su vida y la de tantos otros nos impulsen a comprometernos, siempre y cada día por la justicia y la paz.Gracias. te quiero siempre mucho.

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