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viernes, 3 de septiembre de 2010

Puro amor de madre

Durante una entrevista que me hicieron con motivo de los 50 años de nuestra revista Mundo Negro, me preguntaron qué opinaba de la mujer africana. Mi respuesta debió gustar al periodista, porque fue, a la postre, el título de su reportaje. Le dije, con toda la sencillez del mundo, que a pesar de ser sacerdote me considero un enamorado de la mujer africana. No pensaba yo que esa respuesta iba a causar tal impacto.

Lo cierto es que durante los ocho años que viví en África, concretamente en el Chad, he podido constatar la inmensa fuerza vital que alimenta el día a día de muchas mujeres; ya sean jóvenes, adultas o ancianas. Desde que se levantan hasta que se acuestan no paran de trabajar, de luchar incansablemente para dar de comer a sus hijos.

Trabajan el campo, van a por agua, llevan al mercado sus productos para ganar unas pocas monedas con las que vestir a sus retoños, llevarlos a la escuela o pagar los comprimidos de cloroquina; y todavía les queda tiempo para llevar algo de comida a los presos que están en el calabozo local, ir a visitar al familiar que está postrado en la cama del hospital o acercarse a la parroquia para echar una mano como catequistas, mujeres de la limpieza o cocineras cuando hay sesiones de formación. Y todo eso sin tener en cuenta que la mayoría de ellas caminan varias decenas de kilómetros diarios. Ellas sí que son merecedoras de la famosa "Compostela", reconocimiento que la catedral de Santiago otorga a los peregrinos que llegan caminando a la tumba del Apóstol.

Todo esto viene a colación porque a mi regreso de África, cuando el destino me puso al frente de la revista Mundo Negro, descubrí -con cierta sorpresa y enorme gozo por mi parte- que el sagrario de la capilla de los Misioneros Combonianos de Madrid tiene una hermosa talla cuya fotografía encabeza este blog. Sorpresa porque ya había vivido en esta misma casa durante cinco años -mientras estudiaba periodismo y hacía mis primeros pinitos en la revista- y nunca me había percatado de la enorme expresividad de ese sagrario. Gozo porque vi reflejado en esa imagen al Dios en el que siempre había creído pero que hasta entonces no había sabido cómo definir. Tuve que ir a África y regresar ocho años después para darme cuenta de que esa talla, que lleva ahí desde que se construyó la casa y ante la que rezaba todos los días, tiene una imagen que habla por sí sola.

Esa mujer, con el niño a la espalda y amasando el pan cotidiano, es la viva imagen del Dios que descubrí en Chad. Un Dios que carga a sus espaldas con cada uno de sus hijos; un Dios que trabaja incansablemente día y noche para alimentar a los que ama -es decir, a todos-; un Dios que no tiene reparos en recorrer kilómetros y kilómetros y que lo da todo por amor, por puro amor de madre.

2 comentarios:

  1. Felicidades por el blog. Se nota que has vivido intensamente esos años en África.

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  2. Querido Amigo Felicidades,he recordado esa imagen como si fuera hoy..,me da mucha felicidad ver como tu caminar ..vivir..sufrir y gozar con nuestro pueblo..,te ha fortalecido en el Amor..,pero sobre todo decirte que en ti siempre he visto ese amor profundo y comprometido por todos los hombres..,y más por la defensa y el trabajo por la mujer..,como siempre sabes que te quiero. Lucha.

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