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sábado, 18 de septiembre de 2010

El molino de Békondjo

Cuando aquella mañana me dijeron que habían detenido al coordinador rural de Bekondjo -uno de los 54 poblados que componían mi parroquia-, apenas lo pude creer. Era un hombre muy honesto, íntegro, comprometido con la causa del poblado y el principal impulsor de un hernoso proyecto: tener un molino en el pueblo para poder moler el mijo sin tener que acudir a los molinos de los árabes, cuyos precios abusivos suponían una carga extra para las mujeres obligándolas a hacer verdaderos malabarismos económicos para alimentar a los suyos. Al bueno del hombre lo habían acusado de haber robado el dinero de la caja comunitaria en la que se guardaban los ahorros de los campesinos para comprar, algún día, el ansiado molino.

No me lo podía creer. ¿Cómo podían acusarlo de robar la caja si el dinero se guardaba siempre en la parroquia y sólo la Hermana responsable de las actividades de desarrollo de la parroquia tenía acceso a él? Algo me olía mal, asíque allá me fui, con la Hermana y varios miembros de la cooperativa, a ver al comisario. El panorama que me encontré en el puesto de la Gendarmería era digno de una foto. Varias decenas de personas esperaban en la puerta, sentadas en el suelo, con varios policías ante ellos pidiéndoles inútilmente que se marcharan. Su coordinador era inocente y no se irían de allí sin él, por mucho que les amenazara la policía.

Poco a poco me fui enterando de la movida. El denunciante, uno de los jerifaltes del poblado, quería confiscar los ladrillos que la gente había hecho para construir la caseta del futuro molino. Eran buenos, de calidad, y al tipo aquel le parecieron los más idóneos para construir un par de habitaciones más en su casa. Evidentemente el coordinador se opuso, por lo que recibió en castigo por su "falta de respeto a la autoridad" la acusación de querer quedarse él con todo.

Di media vuelta, fui al despacho de la parroquia y cogí todos los recibos de la entrega del dinero que la cooperativa había depositado en la parroquia, convencido de que eran una prueba irrefutable de su inocencia. Con el fajo de papeles en el bolsillo me presenté ante el comisario diciéndole que debía tratarse de un error, porque ese hombre había depositado el dinero en mis manos y era yo quien lo tenía guardado. Como prueba le mostré los recibos firmados por mí. El comisario me miró con desprecio y me preguntó amenazante si lo estaba acusando de detención ilegal. Me dejó desarmado. Nuevamente le mostré los papeles y le dije que yo no acusaba a nadie, simplemente le estaba demostrando que aquél hombre que había detenido era inocente.

Me sentí tentado a regresar a la misión a buscar el dinero para mostrárselo, pero me lo pensé mejor, no fuera que ante un buen fajo de billetes el comisario perdiera la cabeza y fuese más lejos. Intenté convencerle por todos los medios, pero no había nada que hacer. Ante la amenaza de ser detenido yo también por calumnias contra las fuerzas de seguridad, no me quedó más remedio que abandonar.

Pocos días después se celebró una especie de juicio en el que se retiró la acusación de robo (al menos de algo habían servido mis pruebas), pero al bueno del coordinador se le impuso una suculenta multa para que pudiese recuperar su libertad. La propia gente se encargó de recaudar lo necesario y al final nuestro amigo fue liberado. Así es como funciona la justicia en el Chad.

Poco tiempo después, vino a mi casa acompañado de varios miembros de la cooperativa. Me dijeron que el momento había llegado y que querían comprar el molino, porque se acercaba la cosecha y no querían estar un año más dependiendo de los árabes. Además, visto lo sucedido, tanto el dinero ahorrado como los ladrillos eran objeto de la codicia de no pocas personas "importantes" y no querían tener más problemas. El precio total rondaba los cuatro millones de Francos CFA (alrededor de un millón de pesetas de aquel entonces). Pero había un problema: les faltaba un millón para completar el precio. Me lo pidieron con el compromiso de devolvérmelo con los beneficios que el molino les reportaría.

¿De dónde podía yo a sacar un millón de Francos (250.000 de las antiguas pesetas)?  Hablé con mis compañeros y decidimos pedirlo a amigos y conocidos de España. Por suerte sigue habiendo mucha gente generosa y solidaria y, al cabo de un par de meses, conseguimos el dinero que faltaba. Por fin, el sueño del molino se pudo hacer realidad.

La historia no acaba ahí. Los beneficios del molino no sólo sirvieron para devolver el "préstamo", sino que se utilizan desde entonces para pagar la escolaridad de todos los niños del pueblo, para mantener el propio molino o para la hospitalización de los que tienen la desgracia -que son muchos- de sufrir alguna grave enfermedad.

Por cierto, el dinero devuelto del crédito (traducido a hoy serían unos 1.500 euros) sirvió después para financiar otros proyectos, también con la condición de que sería rembolsado para poder seguir siendo utilizado. Si hay alguien que todavía no sabe lo que son los microcréditos, la banca ética y todas esas cosas, que se dé una vuelta por Bekondjo. Es un molino precioso.

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