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viernes, 21 de diciembre de 2012

Mons. Paride Taban: Premio Mundo Negro a la Fraternidad

La revista Mundo Negro ha concedido el Premio a la Fraternidad 2012 a Mons. Paride Taban, obispo emérito de Torit, en Sudán del Sur. El galardón le será entregado durante la celebración del XXV encuentro de Antropología y Misión, que tendrá lugar en Madrid los días 2 y 3 de febrero con el lema: “Integración, el sueño de África”.

Al cumplirse XXV años de los encuentros de Antropología y Misión, Mundo Negro quiere hacer una celebración un tanto especial. Por ello, y coincidiendo con los 50 años de la creación de la OUA (Organización para la Unidad Africana), nuestra revista ha querido premiar a una persona que ha dedicado toda su vida a construir la paz, creando puentes de encuentro, diálogo y reconciliación. 

Mientras fue obispo titular de Torit, Mons. Paride Taban destacó por su lucha incansable contra la injusticia, la crueldad, la limitación de la libertad y el odio que alimentaron la guerra que durante años sufrió Sudán. 

Por todo ese esfuerzo, Mundo Negro le otorgó el primer Premio a la Fraternidad. Corría el año 1994, y en aquel VIII Encuentro de Antropología y Misión, quienes tuvieron la oportunidad de escuchar sus palabras, quedaron marcados por la claridad con la que denunciaba la situación que estaba viviendo la población del sur de Sudán, oprimida y masacrada por el ejército sudanés que buscaba a cualquier precio la islamización de todo el país, al tiempo que abogaba incansablemente por la necesidad de crear vínculos de paz, integración y reconciliación entre los sudaneses.

Ordenado sacerdote en 1964, Paride Taban fue nombrado obispo auxiliar de Juba en 1980. Tres años después, Juan Pablo II lo ponía al frente de la recién creada diócesis de Torit, un pequeño territorio en Sudán Meridional en el que la gente estaba obligada a huir constantemente a causa de los bombardeos y de la persecución del ejército sudanés. A ella dedicará las mayores energías de su ministerio episcopal. Durante mucho tiempo vivió como obispo “nómada”, sin casa propia, huyendo de un poblado a otro para escapar de las bombas y acompañar a su pueblo en un continuo éxodo en busca de un lugar de paz. 

En febrero de 2004, a la edad de 68 años, presenta su renuncia como obispo de Torit, renuncia que es aceptada por Juan Pablo II, y se retira a las orillas del río Kuron, una zona llena de colinas en la región merdional, cerca de la frontera con Etiopía. Desde entonces se dedica en cuerpo y alma a hacer realidad un sueño que venía alimentando desde años atrás: el “Poblado de la Paz”, con la intención de convertirlo en un lugar de esperanza, de paz y de reconciliación.

Escuela de integración

La idea de un “poblado de la Paz” surgió en la mente del obispo después de visitar dos veces la comunidad de Neve Shalom/Wahat as-Salaam (oasis de paz, en hebreo y en árabe), situada cerca de la carretera que une Jerusalén y Tel-Aviv y formada por familias judías y palestinas que conviven pacíficamente a pesar del conflicto sangriento que desde hace décadas enfrenta a israelíes y palestinos. Tras visitar aquella comunidad -en 1993 y 1999-, tomó la decisión de crear algo semejante en Sudán en cuanto se viese liberado de su responsabilidad episcopal.

Una vez aceptada su renuncia como obispo de Torit por Juan Pablo II, Mons. Taban se pone manos a la obra y empieza a dar forma al sueño que venía alimentando desde hacía varios años. La zona elegida fue la ribera del río Kurón, en la región meridional de Sudán, lo que hoy es Sudán del Sur, cerca de la frontera con Etiopía. Allí viven varios grupos de pastores famosos por sus luchas étnicas y sus constantes enfrentamientos a causa del robo de ganado, una práctica ancestral en los grupos de pastores que pueblan el valle del Rift.

El objetivo del Poblado de la Paz de Kurón es favorecer que las diferentes etnias vivan y crezcan juntas, dándoles la posibilidad de conocerse para evitar los prejuicios existentes entre unos y otros. Para lograrlo, Mons. Paride Taban ha puesto en marcha, no sin dificultades, toda una serie de servicios y estructuras que puedan ayudar a la convivencia, el conocimiento mutuo y el respeto. Así, Kurón cuenta hoy con una escuela primaria, elemento fundamental para que los niños de la región crezcan en un ambiente de confianza y conocimiento que les ayude a superar los prejuicios del pasado. Cuenta también con un dispensario y un centro agrícola para que la población local pueda lograr la autosuficiencia alimentaria y reduzcan su dependencia del ganado, una de las principales causas de confrontación y enfrentamiento entre los diversos grupos de pastores de la región.

En Kurón también hay un centro de encuentros, un lugar abierto en el que se reúnen tanto los jefes tradicionales como los representantes de los diferentes grupos sociales con el fin de dialogar sobre temas relativos al estilo de vida, las costumbres o los problemas ancestrales que surgen, normalmente, por las incursiones para robar ganado.

Para llevar a cabo este proyecto, el obispo se rodeó de personas con una capacitación profesional y procedentes de diferentes etnias, personas que hoy son pieza fundamental en ese proyecto de construir un Sudán más fraterno y reconciliado. No han estado exentos de dificultades, pero los frutos se están viendo desde hace ya algún tiempo. Grupos que antes eran enemigos, han logrado superar las barreras del pasado y vivir juntos en armonía.

A pesar de la reticencia de muchas personas, que piensan que el obispo podría aprovechar su fama y su reputación internacional para atraer fondos a gran escala para proyectos de desarrollo, este apóstol incansable de la paz prefiere dedicar todas sus energías y lo que le queda de vida a construir lazos, a reconciliar, favorecer la paz y la concordia entre enemigos ancestrales. 

Precisamente por eso, por ser imagen de toda una vida dedicada a la paz, al diálogo y a la reconciliación, Mundo Negro ha querido conceder nuevamente el Premio Mundo Negro a la Fraternidad a Mons. Paride Taban y dar, así, un carácter especial a esta XXV edición de Antropología y Misión.

martes, 4 de diciembre de 2012

Gozos y esperanzas de África

El año que está a punto de concluir ha estado marcado, en lo que a África se refiere, por una mezcla de luces y sombras, de esperanzas y desencantos. Los relevos pacíficos en el poder tras la muerte de cuatro jefes de Estado ‒en Guinea-Bissau, Malaui, Ghana y Etiopía‒ o las elecciones presidenciales de Sierra Leona, Angola y Senegal ‒donde los perdedores aceptaron democráticamente sus respectivas derrotas‒ contrastan con los golpes de Estado en Malí o la propia Guinea-Bissau, ambos perpetrados cuando estaban en marcha sendos procesos electorales. Las proezas de los deportistas africanos en los Juegos Olímpicos de Londres compartieron espacio informativo con la grave sequía y las posteriores inundaciones que azotaron el Sahel.
Además, la eufórica celebración de los 20 años de paz en Mozambique se está viendo empañada por la reciente amenaza de la RENAMO (Resistencia Nacional Mozambiqueña) de volver a las armas, mientras se recrudece la situación bélica en el este de la República Democrática de Congo, o aumenta la presencia de grupos islamistas radicales en el continente, especialmente en los países del Magreb.

Con la celebración del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano II como telón de fondo y con la llegada de la Navidad, que nos invita a hacer memoria del gran acto de amor de Dios en favor de la humanidad, Mundo Negro dirige, en su número de diciembre, una mirada particular hacia el continente para ofrecer a sus lectores el balance de un año que se cierra con esa mezcla de gozo y de frustración.

El preámbulo de la constitución pastoral Gaudiun et Spes, publicada el 7 de diciembre de 1965 fruto de aquel Concilio, se hace en este contexto más actual que nunca: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”, comienza diciendo el documento. 
 
Efectivamente, en el corazón de Dios tienen cabida todos los acontecimientos humanos, desde los éxitos de los deportistas africanos, la paz de Mozambique o la consolidación de la democracia en Sierra Leona, hasta la cruenta guerra que sigue diezmando a la población de los Grandes Lagos bajo la mirada pasiva y cómplice de la comunidad internacional. La venida de Cristo al mundo es la máxima expresión de un amor que va más allá de toda lógica. Dios hace suyas las alegrías de quienes ven como la paz y la estabilidad se van haciendo realidad en sus países y asume, en la humanidad frágil de un niño que nace en un establo, la pobreza y la miseria de tantos millones de personas que siguen sufriendo injustamente.

Pero la Gaudium et Spes nos recuerda también que esos gozos y esas esperanzas, esas angustias y tristezas -especialmente las de aquellos que sufren- deben ser también las de los discípulos de Cristo, es decir, las nuestras. Sería una incongruencia celebrar la Navidad y olvidarnos de esa multitud de seres humanos que hoy siguen sufriendo a causa de guerras y calamidades, pero lo será también si nos sentimos indiferentes ante la alegría de quienes poco a poco van viendo la luz al final del túnel.

Ojalá que la presencia de Cristo hecho hombre nos estimule para que tanto las penas y las frustraciones de África, como sus alegrías y esperanzas sean también las nuestras.







jueves, 8 de noviembre de 2012

La otra cara de África

Una década después del final de la cruenta guerra civil que sembró Sierra Leona de muerte y destrucción, el país tiene ante sí la gran oportunidad de consolidar una democracia que se ha ido forjando lentamente en estos últimos años. Las elecciones presidenciales y legislativas que se celebrarán el próximo día 17 en este pequeño Estado de África Occidental constituyen lo que podría considerarse la última prueba para que los sierraleoneses se demuestren a sí mismos y a la comunidad internacional que la estabilidad política y la paz social se han instalado definitivamente en el territorio y en la conciencia nacional. Evidentemente no tendrán la repercusión mediática que están teniendo estos días las elecciones en Estados Unidos, pero su importancia es, me atrevo a decir, aun mayor por lo que se juega en ellas el pueblo sierraleonés.

Todavía permanecen en nuestra memoria las terribles imágenes de una guerra que causó decenas de miles de muertos, mutilados y desplazados. Las atrocidades cometidas durante aquel conflicto produjeron estupor e indignación en todo el mundo. Pero Sierra Leona ha cambiado. Tras el fin de la guerra se inició un proceso democrático que fue ganando espacio en la vida política del país. Cinco años después del conflicto, en 2007 se produjo un cambio de régimen pacífico, cuando el partido en el poder perdió las elecciones y el candidato oficialista, Solomon Berewa, reconoció su derrota y felicitó a Ernest Bai Koroma, líder opositor y actual mandatario del país, que ahora aspira a la reelección. Mundo Negro se desplazó hasta allí el pasado verano y constató in situ los cambios que se están produciendo y el clima de libertad y esperanza que poco a poco se va instalando en la sociedad sierraleonesa.

Si se desarrollan de forma pacífica, los comicios del próximo día 17 serán la confirmación de que el país ha curado las heridas del pasado y ha entrado plenamente en la senda de la democracia, la estabilidad y la credibilidad. Se habrá culminado una transición que bien podría considerarse como modélica para el continente.

El mes pasado otro país africano, Mozambique, celebraba con alegría 20 años de paz tras el fin de la guerra civil. Si bien es cierto que en este caso no ha habido alternancia política –el FRELIMO (Frente de Liberación de Mozambique) ha estado siempre en el poder–, todos los actores políticos, sociales y religiosos han destacado en todo momento la importancia de dirimir las diferencias políticas con el diálogo y nunca más con las armas. 
 
Desgraciadamente el protagonismo que tuvieron estas dos guerras en los medios de comunicación –como tantas otras en África– supera con creces al que están teniendo los 20 años de paz en Mozambique o el proceso democrático que se está desarrollando en Sierra Leona. 
 
Es verdad que el continente sigue siendo escenario de conflictos armados que contribuyen a mantener una imagen negativa de África, de la que no podrá liberarse mientras sus gobernantes se ofusquen en mantenerse en el poder a cualquier precio, mientras las avaricias personales o étnicas sigan estando por encima de los intereses generales de la población, o mientras las armas sigan siendo el único medio de llegar al poder o el lenguaje para dirimir las diferencias. Pero no es menos cierto que en el continente hay países y gobernantes que están dando un verdadero ejemplo de buen hacer político y de honradez democrática.

Ojalá que estas elecciones en Sierra Leona contribuyan a reforzar esa imagen positiva de África y el continente deje de ser en los medios de comunicación sinónimo de guerra, violencia, hambre y corrupción.

miércoles, 31 de octubre de 2012

Halloween y la Santa Compaña

Hace poco hablaba con un adolescente de origen gallego, nacido y criado en Galicia, pero que ahora vive en Madrid. Salió a colación el tema del Halloween y le hablé de nuestra "Santa Compaña". Me quedé a cuadros cuando me dijo que nunca había oído hablar de ella. En su círculo de amigos y en su instituto no se habla estos días de otra cosa que no sea el Halloween. Todo el mundo está pensando en el disfraz que se va a poner o en qué restaurante, hamburguesería, discoteca o centro de ocio lo van a celebrar. Y no hablemos de las escuelas primarias o guarderías. Los niños tienen que ir disfrazados de bruja, calabaza, calavera o cualquier cosa que meta miedo.

No tengo nada en contra del Halloween, una tradición cuyos orígenes se remontan a varios siglos antes de Cristo y que se celebra por todo lo alto en ciertas latitudes. Lo que me molesta es que cada año que pasa vaya ocupando cada vez con mayor fuerza el lugar de nuestras tradiciones propias. Acepto que algunos quieran celebrarla, pero que se le dé tanta importancia, incluso en nuestros centros de enseñanza, me parece una aberración. No conozco ningún instituto, escuela o guardería gallega en la que tan siquiera se mencione la tradición de la Santa Compaña, pero eso sí, el Halloween hay que celebrarlo.

Yo ya no digo que se le dé toda la importancia del mundo a la Santa Compaña o que se haga de ella un tema prioritario en el programa educativo; pero al menos que se explique y se enseñe a nuestros niños y adolescentes cuáles son nuestras tradiciones, al menos con la misma importancia que se está dando a otras que nos vienen de fuera.

Para los que no la conozcan, La Santa Compaña es una procesión de muertos o ánimas en pena que recorren errantes los caminos de una parroquia, normalmente de noche -especialmente la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre- y cuya misión principal es visitar las casas en las que pronto habrá una defunción. Si de lo que se trata es de meter miedo, puedo garantizar que hasta los mismísimos protagonistas del Halloween se quedarían petrificados de terror si se les apareciese nuestra Santa Compaña en mitad de la noche.  Y si no me creéis, preguntadle a cualquier gallego de una cierta edad y él mismo os contará.

El culto a la muerte o a los antepasados existe en todos los pueblos y culturas. He tenido la ocasión de conocer directamente cómo se vive y se celebra la muerte en rincones tan lejanos como Chad, en África Central, o México, en el continente americano. En todos ellos hay siempre una mezcla de fervor popular, respeto por los difuntos, miedo a la muerte y respeto por los que ya no están. Es triste constatar que esas tradiciones van cayendo paulatinamente en el olvido y dejando el lugar a las que nos vienen de otras latitudes, especialmente de los Estados Unidos. La fuerza que Halloween tiene en México es increíble. Y más me sorprende constatar que está incluso penetrando con fuerza en el continente africano. Es el poder de lo comercial.

miércoles, 3 de octubre de 2012

El adjetivo sí que importa

La celebración de la Jornada Mundial de las Misiones, que se celebrará el domingo 21 de octubre y que este año tiene como lema “Misioneros de la Fe”, se ve enmarcado por otros acontecimientos eclesiales de gran importancia: el 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II, la apertura del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización. Todos estos acontecimientos marcarán, sin duda, la jornada del DOMUND de este año, enriqueciéndola y dándole un sentido más eclesial y, si cabe aun, más misionero.

El Mensaje del Papa para esta jornada ayuda, además, a clarificar bien los conceptos y evitar confundir lo que es “Nueva Evangelización” con lo que tradicionalmente se ha llamada misión ad gentes, que supone no una nueva, sino una “primera evangelización” y que es la que está en el centro de la celebración del DOMUND. 

A nadie le es ajena la preocupación que sienten nuestras Iglesias de Europa por los efectos de una descristianización causada por un relativismo que nos empuja cada vez más a “vivir como si Dios no existiese”. De ahí viene la necesidad de anunciar de nuevo el mensaje evangélico, para que los que se han ido alejando de la fe vuelvan a ella. Por eso, esta Nueva Evangelización es concebida por muchos como una actividad misionera, ya que todo anuncio del mensaje de Jesús es misión evangelizadora. Y lo es porque obedece al mandato de Cristo a sus discípulos: “id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda la creación”.

Sin embargo, existe el peligro de que esa preocupación por hacer que los alejados vuelvan al seno de la fe ocupe el lugar y absorba los esfuerzos que toda Iglesia debe hacer por salir de sí misma, ir más allá de sus fronteras y anunciar ese mismo mensaje evangélico a los que todavía no lo han escuchado. Tal y como afirma Benedicto XVI en su mensaje de este año, “para un Pastor, el mandato de predicar el Evangelio no se agota en la atención por la parte del Pueblo de Dios que se le ha confiado a su cuidado pastoral, o en el envío de algún sacerdote, laico o laica Fidei donum. Debe implicar todas las actividades de la Iglesia local, todos sus sectores y, en resumidas cuentas, todo su ser y su trabajo”.

Según el Papa, todos los cristianos tenemos la responsabilidad de implicarnos en esa actividad de anunciar a Cristo a los que todavía no lo conocen. “Todos los componentes del gran mosaico de la Iglesia deben sentirse fuertemente interpelados por el mandamiento del Señor de predicar el Evangelio, de modo que Cristo sea anunciado por todas partes, -afirma Benedicto XVI-. Nosotros los Pastores, los religiosos, las religiosas y todos los fieles en Cristo, debemos seguir las huellas del apóstol Pablo, quien, prisionero de Cristo para los gentiles (Ef 3,1), trabajó, sufrió y luchó para llevar el Evangelio entre los gentiles (Col 1,24-29)”.

Si la Nueva Evangelización solo tiene en cuenta los que han dejado de creer en Cristo en la propia casa y no mira más allá de sus fronteras para “salir” y anunciar ese mismo Evangelio a los que no lo conocen todavía, puede que sea “nueva”, o que sea “evangelización”, pero de ninguna manera será plenamente misionera. Si en Europa -y, más concretamente en España- dejamos que la Nueva Evangelización eclipse nuestra responsabilidad en la Primera, estaremos renunciando a un aspecto fundamental de nuestra vocación cristiana. Es más, si a esa Nueva Evangelización le ponemos el título de "misionera" (que lo tiene, por supuesto), correremos el riesgo de desvirtuar el significado de una palabra -la MISIÓN, con mayúsculas- cuya esencia fundamental es abrir puertas y ventanas para mirar al exterior, salir de nosotros mismos e ir al encuentro de aquellos que más nos necesitan. 

Es lo mismo que pasa con la economía. El hecho de que estemos viviendo una grave crisis económica y de que en España haya millones de personas que sufren para llegar a fin de mes no nos exime de nuestra responsabilidad de ayudar también a los que mueren de hambre en el mundo a causa de la pobreza, las guerras las enfermedades o las catástrofes naturales. Que la caridad bien entendida empiece por uno mismo no significa que se la neguemos a los demás.

El Concilio Vaticano II, cuyo 50 aniversario comienza a celebrarse en este mes de octubre, dio un renovado impulso a esa actividad misionera y acuñó el término ad gentes con el decreto que lleva precisamente ese nombre. Mientras haya en el mundo un solo rincón en el que el Evangelio no haya sido predicado, seguirá estando vigente ese mandato de Jesús y todas las Iglesias, sean jóvenes o ancianas, seguirán teniendo como parte integrante de su ser y responsabilidad irrenunciable el salir de si misma, cruzar las fronteras e ir al encuentro del que no conoce a Jesús. La Nueva Evangelización ni está reñida ni debe ocupar el lugar de la Primera. Todo es cuestión del adjetivo que se le ponga.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Naturalmente rica, inmensamente pobre

La declaración de 2012 como Año Internacional de la Energía Sostenible para Todos tiene una importancia capital para los habitantes de África. Si hay un continente que tiene grandes potencialidades en la obtención de energías renovables, es el continente africano. Por su situación en el planeta, su clima o sus características geográficas, buena parte del territorio africano es un lugar privilegiado para la obtención de energía solar, eólica o hidroeléctrica. Sin embargo, más del 70 por ciento de la población del continente sigue dependiendo de la leña, el queroseno o el carbón como única fuente de energía para sus necesidades cotidianas, con la limitación que ello supone para disfrutar de una vida digna y su repercusión en el medio ambiente.

La obtención de energías renovables supone una fuerte inversión inicial, algo que no está al alcance de todos los gobiernos y, mucho menos, de las familias, obligadas por lo general a gastar la totalidad de sus escasos recursos en obtener el sustento cotidiano. Por ello es necesario aunar esfuerzos y favorecer las inversiones en el continente africano para obtener este tipo de energías. Algo se está haciendo y Naciones Unidas está apostando fuertemente por ello, pero no es suficiente. Hay que hacer todo lo posible para que este tipo de energías puedan llegar a todos los hogares africanos. La dependencia tecnológica de África con respecto a los países ricos -cuyos intereses no siempre coinciden con los de la población africana- sigue siendo un obstáculo determinante a la hora de apostar por ellas.

Pero la riqueza del continente africano no está solamente en su potencial energético. El suelo africano rebosa de cuantiosos recursos naturales: petróleo oro, diamantes, uranio o el tan preciado coltan. Estas riquezas son más atractivas para los inversores extranjeros, puesto que una vez extraídas pueden ser manufacturadas y comercializadas fuera del continente, algo que no se puede hacer tan fácilmente con la energía, que está, salvo raras excepciones, destinada a ser consumida in situ. Quizás por eso la inversión en energías sostenibles no atrae a los inversores extranjeros de la misma manera que los recursos minerales.

Otra gran riqueza natural de que dispone el continente es la propia tierra, muy fértil en algunos países, así como sus bosques tropicales y su madera. Explotada con criterio y de manera racional, podría sacar de la pobreza a muchos países africanos. Desgraciadamente, cada vez es más frecuente la venta o la cesión de tierras a compañías extranjeras para la obtención de agrocombustibles y, lo que es peor, el cultivo masivo de alimentos destinados a la exportación, en detrimento de la población local y su seguridad alimentaria.

Por otra parte, las talas indiscriminadas y, en muchos casos, la connivencia de los gobiernos con las grandes compañías extranjeras, como ocurre con la masa forestal liberiana, convierten lo que podría ser una fuente de ingresos para mejorar la vida de la población en un problema no solo ecológico, sino de gestión y de corrupción, como ha sido el caso en varios países de la franja ecuatorial, donde la madera ha servido para financiar guerras o llenar los bolsillos y engrosar las cuentas bancarias de gobernantes sin escrúpulos.

África es un continente inmensamente rico en su naturaleza. De su suelo, de sus aguas y hasta de su viento se pueden extraer la energía y los recursos necesarios para que todos sus habitantes vivan en condiciones dignas. El problema es que no son esos habitantes quienes disfrutan de ellos. En muchos casos, incluso, hasta se les priva de su propiedad.

lunes, 2 de julio de 2012

Superar el pasado

El 1 de julio se cumplen 50 años de la proclamación de independencia de Ruanda y Burundi, dos de los países más pequeños del continente africano cuya vida política y social se ha desarrollado de forma paralela desde que dejaron de ser colonias belgas. La historia reciente de ambos países ha estado marcada por enfrentamientos étnicos que han causado millones de muertos, desplazados y refugiados, pero también por un evidente crecimiento económico que mantiene viva una tenue luz de esperanza de cara al futuro.

Las trágicas imágenes del genocidio ruandés que dieron la vuelta al mundo en abril de 1994 aun siguen en la memoria de muchos y hacen difícil desligar las matanzas fratricidas entre grupos hutu y tutsi del devenir histórico de estos dos países.

Tanto Ruanda como Burundi viven hoy una relativa calma, aunque sea más una situación artificial que un verdadero clima de paz y reconciliación. La represión política que se vive en ambos países hace que la bonanza económica se quede en unos simples números que, si bien pueden tener repercusión en el bienestar material de la población, no impiden que el fantasma de la guerra o de la violencia étnica siga presente en la conciencia de la población. El proceso judicial sin ningún tipo de garantías al que está siendo sometida la opositora ruandesa Victoire Ingabire o las decenas de muertos en ataques políticos denunciados por Human Rigts Watch en Burundi son buena prueba de ello.

La memoria pesa demasiado en la historia de los pueblos; y más aún cuando esa historia está marcada por enfrentamientos y luchas cuyo origen está, sobre todo, en la pertenencia étnica. El hecho de que en ambos países más del 80 por ciento de la población pertenezca a un grupo determinado no facilita las cosas. Es cierto que el pasado colonial tuvo mucho que ver, cuando Bélgica optó decididamente por dar formación intelectual y poder político a uno de ellos. Pero ello no es excusa para que ambas partes, con cinco décadas de independencia a sus espaldas, no busquen caminos de reconciliación.

La historia de ambos países también nos ha dejado ejemplos admirables de tolerancia, fraternidad y respeto hacia el otro, más allá de su pertenencia étnica o de su pasado. Muchos han sido los ruandeses y burundeses que, siendo hutu o tutsi, han sabido dar prueba de respeto, tolerancia y reconciliación. Más de uno ha sacrificado su vida por ello. Si Ruanda y Burundi quieren avanzar y salir de ese estado permanente de violencia -latente o real-, deben saber superar los límites de las diferencias políticas, étnicas y sociales. 

Por otra parte, la cuestión étnica no es el único obstáculo que impide a estos dos pueblos mirar hacia adelante con optimismo y determinación. Su situación estratégica en la zona de los Grandes Lagos hace que sean seguidos muy de cerca por todos los que con una actitud inmoral codician los enormes recursos naturales que alberga el subsuelo de la región más rica del continente africano. Es más, la violencia étnica se ha convertido en una excusa para que el intervencionismo de los países ricos -que se traduce la mayoría de las veces en mirar para otro lado cuando se cometen matanzas indiscriminadas o en culpar a unos u otros según convenga- siga presente 50 años después de la independencia.

A pesar de todo, tanto ruandeses como burundeses tienen en sus manos el devenir de su propia historia. Son ellos y solamente ellos los que deben superar la memoria del pasado y encaminarse hacia un futuro de hermandad e igualdad.

lunes, 25 de junio de 2012

Providencial y provisional


Se cumplen en estos días ocho años que dejé mi querida misión de Doba, en Chad, para venir a España a hacerme cargo de la revista Mundo Negro, revista en la que mi presencia pronto tocará a su fin, porque la misión me llama y porque a todos los misioneros nos llega, tarde o temprano, el momento de partir.

Me vienen a la memoria un sinfín de sentimientos que inundaban mi interior por aquel entonces, cuando andaba preparando la maleta, una maleta  envuelta en una gruesa capa de polvo después de tantos años sin usarla y llena de inquilinos asustadizos que se movían desordenadamente buscando refugio. Tras pasarme un buen rato limpiándola, mi dilema era qué cosas meter en ella y qué cosas dejar fuera.

Si ahora se cumplen ocho años desde que dejé el Chad, por aquel entonces se cumplían otros ocho desde mi llegada a la misión. Cuando pasas tanto tiempo en una parroquia que tú mismo has visto nacer, porque te tocó a ti ponerla en marcha, y te llega el momento de partir, hay muchas cosas que se te pasan por la cabeza, muchos recuerdos que se despiertan y se hacen tan frescos como si los hubieses vivido ayer mismo. Revives un sinfín de anécdotas, de momentos llenos de alegría y satisfacción, te estremeces con los momentos difíciles y duros, y te parece increíble que tú hayas podido hacer tantas cosas, tener el coraje de aguantar lo que has aguantado o la suerte de haber podido disfrutar de la bondad de tanta gente que te ha rodeado.

En cierto sentido, pasaron por mi mente dos sentimientos: el de sentirme satisfecho del trabajo realizado y el de decirme a mí mismo que no era imprescindible, que otros tomarán el timón de un barco que yo había botado a la mar y que entonces estaba llamado a dejar. No, no somos imprescindibles. Somos provisionales porque nuestra vocación misionera nos pide estar siempre dispuestos a dejar lo que más amamos para ir allí donde nos dirija el soplo del Espíritu. Somos también providenciales, porque el trabajo que hacemos no lo puede hacer nadie en nuestro lugar.

Era consciente de que había sido providencial en aquella parroquia. Yo mismo la había comenzado, cuando en 1997 el obispo decidió crearla y confiarme la misión de ponerla en marcha y de organizarla. En ese trabajo invertí los mejores siete años de mi vida, y creo que no peco contra la humildad si afirmo que le dí lo mejor de mí mismo. Me rodeé de un buen grupo de laicos autóctonos para que me ayudaran en la tarea y fuesen ellos el verdadero motor que la hiciera funcionar. Sé que lo que yo he realizado nadie lo habría hecho en mi lugar. Cuando haces algo, dejas siempre tu marca personal precisamente porque eres tú quien lo ha hecho y no otro. Sin embargo, en aquel momento, pocas horas antes de partir, fui consciente de mi provisionalidad. No era ni el patrón ni el capitán del barco. Aquella hermosa nave podía navegar tranquilamente sin mí. El equipo pastoral, con el nuevo párroco y los laicos muy comprometidos, tenían sobrada capacidad para guiar el timón con seguridad y confianza, dejándose empujar con fe por el suave soplo de ese mismo Espíritu que nos había guiado unos años antes, cuando comenzamos la aventura de empezar una comunidad parroquial.

Mi paso por África duró ocho años, siete de los cuales los pasé en el hermoso barco que es la Parroquia San Daniel Comboni en Doba –la primera parroquia de África y del mundo dedicada a este gran evangelizador de África–. Sin ningún tipo de triunfalismo ni deseo de protagonismo, miraba la maleta y echando la vista atrás veía todo lo que el Señor había hecho en mí y a través de mí, y no pude menos que sentirme orgulloso y agradecido por haber podido vivirlo y recordarlo.

La parroquia comenzaba una nueva etapa con un grupo de laicos, de hijos de aquella tierra, convencidos de que es obra suya, de que la parroquia les pertenece y de que eran ellos los que tenían que llevarla a buen puerto.Yo solo fui eso, un instrumento provisional y providencial. Exactamente lo mismo que ahora aquí.

miércoles, 30 de mayo de 2012

Ese otro Islam del que no se habla

Durante los últimos meses el noreste de Nigeria ha sido escenario de ataques violentos dirigidos especialmente contra la población cristiana. Fiestas tan significativas para los cristianos como la Navidad y la Pascua se han visto particularmente teñidas de sangre y dolor a causa de los atentados  reivindicados por la secta Boko Haram, un grupo terrorista que pretende instaurar la ley islámica en todo el país.

Boko Haram significa, en lengua haussa, “la educación occidental es ilícita”. Su objetivo fundamental, además de la imposición de la sharia a todos los nigerianos, es la eliminación de todo aquello que tenga algo que ver con la cultura occidental, empezando por la religión cristiana.

Sudán es otro de los países africanos en donde el fundamentalismo islámico ha tenido siempre una gran fuerza. El deseo de la élite que gobierna en el norte de imponer la ley islámica y la cultura árabe sobre las otras etnias es uno de los elementos -aunque no el único- que contribuyeron a años de guerra y enfrentamientos que se saldaron con millones de muertos y exiliados. Tras la independencia de Sudán del Sur, la situación no ha mejorado. Los cristianos que viven en el actual Sudán se sienten cada vez más perseguidos y sufren no pocas dificultades para poder expresar o celebrar su fe cristiana.

A pesar de todo, sigue habiendo acontecimientos que nos hablan de otro Islam, de un Islam tolerante, abierto al diálogo y que incluso podría sorprender a quien no lo conozca de cerca. Son hechos y acontecimientos que están ahí, pero que desgraciadamente no salen a la luz ni tienen protagonismo en los medios de comunicación.

En el número de Mundo Negro de junio queremos poner de relieve uno de ellos, una institución original, tanto en el mundo islámico como en el contexto africano: una universidad exclusivamente para mujeres en Omdurman, una ciudad situada frente a Jartum, la capital de Sudán. El hecho es más sorprendente aún si tenemos en cuenta que su fundador, Babikir Badri, fue uno de los lugartenientes de Mohammed Ahmed el Mahdi, el líder carismático que se autoproclamó enviado de Dios para instaurar la ley divina sobre la tierra y que protagonizó la revolución que lleva su nombre en el siglo XIX, destruyendo el trabajo de muchos misioneros. Babikir Badri se propuso integrar los avances de las ciencias modernas en la cultura sudanesa. De ahí nació su idea de dar una formación intelectual a las mujeres, principales transmisoras de la educación y la cultura local. La escuela primaria que creó para formar y educar a chicas, se transformaría con el tiempo en la universidad Al-Ahfad de Omdurman.

Y justo hace unos días se producía otro acontecimiento significativo: el nombramiento del P. Giuseppe Scattolin como miembro de la Academia Egipcia de la Lengua Árabe, algo que también puede sorprender si tenemos en cuenta que, según la costumbre islámica, solo los musulmanes están autorizados para enseñar la lengua árabe. El P. Scattolin, un comboniano italiano que lleva más de 40 años trabajando en Egipto y Sudán, no solo no es musulmán, sino que es sacerdote y misionero. Su nombramiento es todo un gesto significativo por parte del mundo intelectual árabe y egipcio, que reconoce de esta manera su contribución a la cultura árabe y, sobre todo, su amor por ella y sus gentes.

El nombramiento del P. Scattolin o la existencia de la universidad Al-Ahfad de Omdurman son dos realidades que nos presentan un Islam que, sin renunciar a sus principios y tradiciones, es capaz de abrirse y dialogar con el cristianismo y el mundo occidental. Ni el cristianismo es enemigo del mundo árabe, ni el Islam lo es del mundo occidental. Cristianos y musulmanes estamos más cerca unos de otros de lo que algunos pretenden hacernos creer.

jueves, 24 de mayo de 2012

Creando lazos de amor y cooperación

Estamos a punto de cerrar el número de Mundo Negro del mes de junio. Tras las correspondientes lecturas, correcciones y pruebas, todo está ya listo para ser enviado a la imprenta. El tema de portada, un tanto singular, sorprenderá sin duda a más de uno y de una: una universidad solo para mujeres en el corazón de Sudán, país africano en donde el Islam es algo más que una religión.

Al hilo de ese reportaje y mientras preparaba el editorial para dicho número de la revista, no dejaba de pensar en las innumerables experiencias que tuve en Chad con los muchos musulmanes que hay allí y con los que me tocaba "codearme" -valga la expresión- casi a diario. Autoridades civiles o militares, comerciantes, vecinos... no puedo decir que estaba rodeado de ellos, pero sí que los tenía a mi lado casi constantemente.

La experiencia vivida en Chad me enseñó que la relación entre cristianos y musulmanes está siempre marcada por dos factores. Uno, que podríamos llamar “teórico”, evidencia las diferencias de concepción de la religión, de la persona humana y de las relaciones entre los hombres, las instituciones e incluso los Estados. Una concepción que, además, está impregnada por la cultura. En Chad pude percibir que no es lo mismo un musulmán de cultura árabe, que uno de cultura negroafricana. La cultura está marcada por la religión y la religión no escapa a la influencia cultural. A lo largo de su historia, la humanidad ha vivido, desgraciadamente, momentos trágicos, guerras de religión, conquistas y reconquistas que han sembrado de muerte y odio muchas generaciones. Incluso hoy nuestras diferencias y nuestras sensibilidades nos siguen traicionando, siendo causa de malentendidos y de polémicas que a nada conducen.

Un segundo factor, a mi juicio el más importante y el que debería ser fuente de inspiración en la relación entre unos y otros, lo constituye la colaboración que siempre ha existido en la práctica, especialmente en las actividades de caridad, de solidaridad y de ejercicio del amor al prójimo. En muchos lugares del mundo, especialmente en África, cristianos y musulmanes siempre han llegado a un entendimiento y a una colaboración estrecha cuando se trata de ayudar a los más necesitados. No en vano, el ejercicio de la caridad es el principal mandamiento de ambas creencias. En muchas actividades caritativas y de desarrollo de la parroquia había musulmanes con los que se podía trabajar estupendamente y que hasta tenían puestos de responsabilidad.

África –especialmente África subsahariana– es un escenario concreto en el que este segundo factor se pone más de manifiesto. Dispensarios, escuelas rurales, cooperativas agrícolas, asociaciones de mujeres… Un sinfín de actividades concretas en las que cristianos, musulmanes y seguidores de las religiones tradicionales logran siempre ponerse de acuerdo sin grandes dificultades, porque para ellos lo que realmente importa es el desarrollo integral de la persona humana.

El Amor de Dios, traducido en amor al prójimo es, sin duda alguna, el principal instrumento que tenemos unos y otros para crear lazos de diálogo y cooperación.

jueves, 3 de mayo de 2012

Es cuestión de solidaridad

El pasado mes de marzo la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanzaba la voz de alarma y advertía del grave riesgo que corre la población en la región del Sahel africano. Según la FAO, más de 16 millones de personas están amenazadas de inseguridad alimentaria y de malnutrición. La falta de lluvias ha provocado una peligrosa falta de pastos para el ganado y ha reducido el 26 por ciento la producción de cereales en esta región de África, cuyas crisis alimentarias se vienen repitiendo frecuentemente.

El Sahel es una región árida que abarca varios países de África Occidental y Central, en la que el período de lluvias va de junio a octubre, aproximadamente, pero en la que las precipitaciones del año pasado fueron escasas e intermitentes, con la consiguiente repercusión en las cosechas y en la alimentación del ganado. La consecuencia es una inseguridad alimentaria que viene agravada por la subida de los precios de los alimentos y la frágil situación política y económica de la mayoría de los países afectados.

El director regional de UNICEF para África Occidental y Central, David Gressly, afirmó hace poco que “antes de que termine 2012 más de un millón de niños y niñas padecerán desnutrición aguda, que puede provocar la muerte”. Según Gressly, la situación “comenzará a adquirir ribetes de crisis entre abril y junio”. Desgraciadamente no es la primera crisis alimentaria que asuela el continente africano. Cuando aún no se han borrado de nuestra retina las imágenes de Somalia o Etiopía, la amenaza de una nueva tragedia humanitaria se cierne sobre una de las regiones más pobres del planeta.

Aunque la climatología sea la causa principal y más inmediata de esta situación, sería injusto ver en ella la única razón de una crisis alimentaria que puede provocar millones de muertos en los próximos meses. La falta de infraestructuras, el empleo de tierras para cultivos de exportación en lugar de dedicarlas a la producción de cereales para el consumo propio –cuando estas tierras no son vendidas a compañías extranjeras–, los desplazamientos forzados de millones de personas a causa de una situación política inestable o de guerra, como es el caso actualmente en Malí y Níger, hacen que la falta de lluvias se convierta prácticamente en una sentencia de muerte.

Ante la gravedad de lo que se avecina, tanto la FAO como UNICEF han lanzado la voz de alarma apremiando a la comunidad internacional a intervenir y han afirmado que aún se está a tiempo de evitar lo peor. Para ello es necesario actuar de inmediato. Sin embargo, de los 79 millones de dólares que según la FAO son necesarios para las ayudas más urgentes, apenas se han recaudado 14, menos del 18 por ciento. Esta amenaza de hambruna llega en un momento en que Europa –especialmente España– está inmersa en una grave crisis económica que obliga a hacer recortes en los presupuestos, de los que no se salva tampoco la ayuda internacional.

Una cosa es tener que apretarse el cinturón para llegar a final de mes y otra muy diferente morirse literalmente de hambre. No podemos permanecer indiferentes ante esa situación con la excusa de que nosotros también lo estamos pasando mal. Por muy grave que sea nuestra crisis económica, renunciar a la solidaridad con los que más sufren supondría olvidar el sentido fundamental de esa Pascua de Resurrección que todavía seguimos celebrando. Cristo murió y resucitó para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Y eso, en el Sahel, se traduce hoy por tener lo mínimo para poder sobrevivir.

jueves, 29 de marzo de 2012

Malí: ¿Por qué?


El próximo 29 de abril los malienses deberían acudir a las urnas para elegir un nuevo presidente y refrendar la reforma de la Constitución. Sin embargo, el golpe de Estado del pasado día 22 parece haber truncado esta cita electoral. De poderse celebrar las elecciones, sería la quinta vez que los malienses acuden libremente a las urnas desde que en 1991 cayera la dictadura del general Moussa Traoré, un hecho insólito en un continente en el que los cambios de mandatario no suelen producirse de manera democrática y libre.

En nuestra revista Mundo Negro hemos estado toda la semana viendo como se iban desarrollando los acontecimientos, cambiando portada, editorial y páginas centrales. En el momento de enviarla a la imprenta, la situación era todavía confusa, pero todo dejaba presagiar que las elecciones serán anuladas. Según los artífices del golpe militar, el principal detonante que les ha llevado a levantarse contra el presidente Amadou Toumani Touré es su incapacidad para luchar contra la rebelión tuareg y el gran malestar que hay en el seno del Ejército por la falta de medios para combatir un conflicto que asola el norte del país desde hace varios años. 

Aunque la causa del levantamiento podría parecer lógica, lo que no tiene ninguna explicación es que se produzca un golpe militar para derrocar a un presidente que está a punto de dejar el poder pacíficamente al terminar su mandato constitucional. De celebrarse normalmente los comicios el 29 de abril, Touré dejaría de ser presidente de Malí. Tanto él como su predecesor, Alpha Oumar Konaré, han sabido resistir a la tentación de modificar los textos constitucionales para alargar los dos mandatos de cinco años que les concede la carta magna y han respetado el juego democrático dejando el cetro presidencial de manera ejemplar. 

¿Por qué, entonces, precipitar los acontecimientos de manera violenta y no dejar que sea el pueblo maliense quien decida sobre su propio futuro? Aun aceptando que el conflicto independentista de los tuareg está causando mucho daño en la población y en el Ejército, con centenares de muertos y cientos de miles de personas obligadas a desplazarse o a refugiarse en los países vecinos, nada justifica la destitución de un presidente por la fuerza, y menos aun cuando el propio presidente ha aceptado dejar el poder al concluir su mandato constitucional. Este golpe de Estado difiere mucho a los dos últimos acaecidos en la región: el del Guinea en 2008 y el más reciente, acaecido en Níger en 2010, cuando el presidente Tadja fue depuesto por el ejército tras reformar la constitución para perpetuarse en el poder.

Malí es uno de los países más pobres del mundo. Actualmente ocupa el puesto 175 de 187 en la lista de países incluidos en el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), publicado el pasado mes de noviembre. Esta situación, sin embargo, no le impidió ser, durante más de dos décadas, un ejemplo de buen hacer democrático, lo que demuestra que pobreza y democracia no tienen por qué ser forzosamente incompatibles. Mientras en el resto del continente africano sigue habiendo demasiados mandatarios que no se ruborizan lo más mínimo a la hora de adecuar las Constituciones de sus respectivos países para perpetuarse en el poder, los dos últimos jefes de Estado malienses aceptaron seguir las reglas democráticas. 

Este golpe militar viene a truncar una vez más las esperanzas de los malienses y supone un retroceso en la senda democratizadora que se venía produciendo en el continente africano durante los últimos años. Nos seguimos preguntando qué o quién está detrás de este golpe militar y por qué no se ha permitido a Amadou Toumani Touré ejercer su última responsabilidad como presidente de Malí: la de acatar la Constitución y dejar el poder en manos del pueblo soberano.

viernes, 23 de marzo de 2012

La delicadeza del viejo Jonás

Uno de esos días en que me tocaba visitar varios poblados, no quise regresar a casa sin visitar a Jonás Saingar, un maestro septuagenario que vive justo detrás de la misión. Había perdido hace poco a uno de sus innumerables nietos y lo menos que podía hacer era pararme un rato para saludarle y darle el pésame.

Desde que había recibido el bautismo no era el mismo hombre. Es como si hubiese recuperado su juventud. Siempre atado a su bastón, apenas lograba caminar con sus piernas débiles y torcidas. Había sobrevivido a dos operaciones y a no sé cuántas estancias en el hospital, pero todos los viernes de Cuaresma era el primero en llegar para el Vía Crucis y no se perdía ni una Misa matinal por muy temprana que fuese. Cada año, cuando hacíamos el retiro de Cuaresma a tres kilómetros de la ciudad, era el primero en tomar su viejo bastón y ponerse en camino.

Hablé un buen rato con él. Había pasado casi toda su vida enseñando a los demás y me confesaba que no es fácil enseñar hoy a los jóvenes. “Ya no es lo mismo –me decía–. Antes el maestro tenía una cierta autoridad, ahora los jóvenes ya casi no nos escuchan”. De hecho, me habló de sus propios hijos y, concretamente de una de sus hijas, que se había ido a vivir con un hombre sin haber celebrado el matrimonio. Según la tradición, el marido tiene que pagar la dote o, al menos, mostrar un interés por la familia de su mujer. Hablamos largo rato sobre el asunto. Su hija debería recibir el bautismo aquel mismo año, pero Jonás se oponía porque ni ella ni su marido mostraban excesivo interés por arreglar su situación matrimonial, ni con la Iglesia ni con la tradición. “Yo me bauticé de viejo –me dijo orgulloso–. Ella es joven y tiene todavía que comprender qué significa ser cristiano y vivir como cristiano”.

Como casi todos los ancianos africanos, Jonás tenía una nutrida familia a su alrededor. Su casa estaba siempre llena de gente. Cuando le propuse hacerle alguna fotografía para que en España pudieran conocer a uno de los ancianos ilustres de la parroquia, convocó a todos, se puso su mejor traje y me dijo: “Ya estoy listo, Padre. Cuando usted quiera puede filmarme”. Después de una buena sesión de fotografía, me preguntó por mi familia y se quedó un poco sorprendido de que mi padre sólo haya tenido cinco hijos. Pero cuando le dije que mi abuela tuvo más de cincuenta nietos y biznietos, se quedó más tranquilo. Para un anciano africano, la descendencia es algo muy importante, porque sus hijos y sus nietos son toda la riqueza que tienen y, de alguna manera, la herencia que dejan cuando se va a reunir con los antepasados.

Cuando llevábamos conversando un rato, llamó a una de sus hijas y le dijo que me sirviera un vaso de té. Entonces la conversación empezó a ir por otros derroteros. Jonás empezó a sacar su vena de maestro y con una delicadeza que sólo dan las canas empezó a darme una serie de consejos. “Padre –me dijo casi en voz baja–, el otro día hiciste algo que no está bien”. Le pregunté qué había hecho, pensando en alguno de los innumerables errores que seguía cometiendo a pesar de ir conociendo ya unas cuantas cosas de la mentalidad ngambay. “El domingo pasado –susurró–, tu camisa estaba rota cuando viniste a decir la Misa, y eso no es bueno. El domingo es el día del Señor y tenemos que estar todos bien vestidos”. En África es muy fácil que se te haga un roto en el pantalón o en la camisa, y al final, acabas acostumbrándote a ello. Sin embargo, para la gente, el día de fiesta es un día muy especial, y el párroco tiene que ser el primero en vivirlo.

Aquella pequeña corrección de Jonás me hizo pensar. Más que por el “error” en sí, por la forma de decírmelo. No es normal que la gente se atreva a corregirte, y menos aún si eres un blanco. Sólo un anciano se atreve a ello. Esa es una de las grandes riquezas que los caracteriza. Tienen una habilidad especial para encontrar el momento y la forma de decirte las cosas. Entonces me di cuenta de que “babá” Jonás me había tomado ya por uno más de su familia.

martes, 6 de marzo de 2012

En memoria de Marie-Noëlle

Se acerca el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Cada año por estas fechas solía andar yo muy excitado y metido de lleno en la SENAFET (Semana Nacional de la Mujer Chadiana, en siglas francesas). Aparte de las muchas ocupaciones que ya tenía en la parroquia, debía dedicarle buena parte de mi tiempo al trabajo de la promoción de la mujer. Ya en más de una ocasión he contado lo que las mujeres de mi parroquia significaban para mi y para el funcionamiento de las actividades, particularmente las de desarrollo.

Cada año, al llegar el 8 de marzo -fiesta nacional en Chad, por cierto-, la parroquia y, más concretamente los grupos de mujeres, eran un hervidero de actividades: exposiciones de productos artesanales, muestras de cocina, costura, etc... todo ello unido a conferencias y talleres de formación.

Cada año también, Marie-Noëlle, mujer excepcional donde las haya, se dejaba la vida en que todo estuviese a punto. Siempre era ella el alma de la SENAFET. Era soltera, algo que no entraba demasiado en los cánones tradicionales africanos. Una mujer soltera no es nunca bien vista, a no ser que sea religiosa o que alguna otra circunstancia particular y muy excepcional la haya apartado del matrimonio y de la maternidad. Sabía de las presiones que constantemente ejercía sobre ella su familia y su entorno, pero nunca hablamos de ello. Para ella lo que realmente importaba era poder entregarse en cuerpo y alma a su trabajo de animadora. Era mi brazo derecho -y buena parte del izquierdo- en todo lo relacionado con la pastoral social, con el desarrollo, la formación de las mujeres y la animación de las comunidades y cooperativas campesinas.

Siendo mujer no tenía reparos en ponerse ante una asamblea de hombres y hablarles de manera clara y concisa sobre cuestiones de agricultura, sanidad, derechos humanos o igualdad de género. Apenas había podido terminar la secundaria, aunque compensaba su falta de formación escolar con un ingenio y un saber hacer que siempre me dejaban asombrado. Tenía unas dotes de animación y de movilización que ya las quisiera yo para mi.

Cuando dejé el Chad, en el año 2004, su salud era bastante delicada. Había tenido que ser hospitalizada varias veces por diversos problemas ligados a la hipertensión. Al poco de llegar a España me llegó la noticia de su muerte. Me dolió mucho cuando me enteré; pero más me dolió cuando supe que además de los problemas de tensión tenía otro que había sabido llevar de manera callada y serena. Había contraido el virus del sida. Los rumores enseguida empezaron a correr. Era inevitable. Una mujer soltera, en el sentido literal de la palabra, no es posible en una sociedad como la chadiana. Su caso no iba a ser una excepción.

Escuché todo tipo de rumores y habladurías sobre el origen de su enfermedad y como la pudo contraer. Nunca quise escucharlos. Yo sabía de sus dificultades y de las presiones a las que constantemente se veía sometida. Para mi lo más importante es que ella siempre hizo del desarrollo y de la emancipación de la mujer el ideal de su vida. Prefiero recordarla montada en su moto o en su bicicleta recorriendo kilómetros y kilómetros de pistas intransitables para ir hasta el último rincón de la parroquia a dar una sesión de formación; o verla en el despacho hasta horas bien tardías peleándose con la gramática francesa para terminar un informe o una charla.

Cada año, cuando llega el 8 de marzo, la recuerdo con una mezcla de nostalgia y cariño agradecido. Ya no está físicamente con las mujeres ni preparando la SENAFET; pero me consta que su espíritu sigue presente en muchas de las mujeres y de los hombres que ella formó y a los que transmitió ese espíritu luchador y abnegado. Gracias, Marie-Noëlle, y feliz SENAFET 2012.

jueves, 1 de marzo de 2012

Abanderadas de la igualdad


El pasado 4 de febrero la keniana Anastasia Njambi Maina recibía en la sede de Mundo Negro el Premio Mundo Negro a la Fraternidad 2011 por su labor comprometida en favor de los habitantes de Korogocho, uno de los macrosuburbios de Nairobi, la capital de Kenia.

Anastasia es muy conocida en su entorno, especialmente por su determinación y su gran capacidad de liderazgo. Sin embargo, fuera de Nairobi -y no digamos ya fuera de Kenia- su nombre pasa totalmente desapercibido. Es una de tantas mujeres africanas que de manera anónima están sosteniendo hogares, comunidades y pueblos enteros gracias a su carisma y generosidad. Madre de seis hijos, se ocupa además de otros tantos huérfanos que viven en su casa. La cooperativa Badilisha Maisha (cambio de vida) que ella lidera, aglutina ya a unas 200 mujeres que, gracias al apoyo que reciben, pueden mantener a sus familias.

Al otro lado del Atlántico, en el continente americano, hay también miles de mujeres que, desde el anonimato, luchan día a día contra la pobreza, la exclusión y la desigualdad. Entre ellas, merecen una mención especial las mujeres afrodescendientes, cuya marginación se ve agravada por el hecho de que, además de mujeres, son negras. A unas cuantas (las de la foto) las encontré el verano pasado, durante mi viaje a Ecuador y Colombia, y confieso que me dejaron impresionado.

El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, una conmemoración cuyo origen se remonta a los inicios del siglo pasado y que nació como reivindicación de los derechos de la mujer trabajadora. Con el paso del tiempo y no sin dificultades, esta celebración ha ido tomando cuerpo y hoy está reconocida por la Organización de las Naciones Unidas y es, incluso, fiesta nacional en algunos países. 

A lo largo de todos estos años, la situación de la mujer también ha ido evolucionando. De ser totalmente ignorada y marginada socialmente o verse privada de derechos tan fundamentales como el de votar, ha pasado a gozar de una reconocida igualdad frente al hombre, al menos sobre el papel. En muchos países ya no es noticia que una mujer ocupe cargos de responsabilidad en el mundo de la política, la economía o la investigación. Incluso en países como Ecuador o Colombia, en el que las mujeres negras siguen trabajando en los sectores económicos peor remunerados, una mujer afrodescendiente -Alexandra Ocles- llegó a ocupar un cargo ministerial. Junto a ella hay otras muchas que nunca renunciaron a progresar y hoy son auténticas mujeres bandera en sus respectivas comunidades. No os perdáis el reportaje que hemos publicado sobre ellas en el número de marzo de Mundo Negro.

A pesar de todos estos avances, en muchos lugares del mundo ser mujer sigue siendo sinónimo de marginación y desigualdad, como lo es también de fuerza vital, trabajo y empeño para salir adelante. Todavía hoy, a comienzos del siglo XXI, el 80 por ciento de los pobres siguen siendo mujeres; el 49 por ciento de las niñas escolarizadas en África -que todavía son una minoría- no pasan de la Primaria y de las que logran llegar a Secundaria un tercio no pueden terminanrla. Más de dos tercios de los adultos analfabetos son mujeres, sin olvidar la gran lacra que sigue suponiendo el tema del machismo violento, particularmente en algunos países de América Latina.

No cabe duda de que queda aun mucho camino por recorrer, pero el testimonio de Anastasia Njambi o el ejemplo audaz de Alexandra Ocles y tantas otras líderes afro de Ecuador y Colombia son luces que abren la puerta a la esperanza. Al igual que ellas y de diversas formas, ya sea desde el silencio cotidiano de un pequeño barrio, en el más remoto pueblo rural, o desde los altavoces de la esfera pública, muchas mujeres siguen abanderando hoy la lucha por la igualdad.