El próximo 29 de abril
los malienses deberían acudir a las urnas para elegir un nuevo
presidente y refrendar la reforma de la Constitución. Sin embargo,
el golpe de Estado del pasado día 22 parece haber truncado esta
cita electoral. De poderse celebrar las elecciones, sería la quinta
vez que los malienses acuden libremente a las urnas desde que en 1991
cayera la dictadura del general Moussa Traoré, un hecho insólito en
un continente en el que los cambios de mandatario no suelen
producirse de manera democrática y libre.
En nuestra revista Mundo Negro hemos estado toda la semana viendo como se iban desarrollando los acontecimientos, cambiando portada, editorial y páginas centrales. En el momento de enviarla a la imprenta, la situación era todavía
confusa, pero todo dejaba presagiar que las elecciones serán
anuladas. Según los artífices del golpe militar, el principal
detonante que les ha llevado a levantarse contra el presidente Amadou
Toumani Touré es su incapacidad para luchar contra la rebelión
tuareg y el gran malestar que hay en el seno del Ejército por la
falta de medios para combatir un conflicto que asola el norte del
país desde hace varios años.
Aunque la causa del
levantamiento podría parecer lógica, lo que no tiene ninguna
explicación es que se produzca un golpe militar para derrocar a un
presidente que está a punto de dejar el poder pacíficamente al
terminar su mandato constitucional. De celebrarse normalmente los
comicios el 29 de abril, Touré dejaría de ser presidente de Malí.
Tanto él como su predecesor, Alpha Oumar Konaré, han sabido
resistir a la tentación de modificar los textos constitucionales
para alargar los dos mandatos de cinco años que les concede la carta
magna y han respetado el juego democrático dejando el cetro
presidencial de manera ejemplar.
¿Por qué, entonces,
precipitar los acontecimientos de manera violenta y no dejar que sea
el pueblo maliense quien decida sobre su propio futuro? Aun aceptando
que el conflicto independentista de los tuareg está causando mucho
daño en la población y en el Ejército, con centenares de muertos y
cientos de miles de personas obligadas a desplazarse o a refugiarse
en los países vecinos, nada justifica la destitución de un
presidente por la fuerza, y menos aun cuando el propio presidente ha
aceptado dejar el poder al concluir su mandato constitucional. Este
golpe de Estado difiere mucho a los dos últimos acaecidos en la
región: el del Guinea en 2008 y el más reciente, acaecido en Níger
en 2010, cuando el presidente Tadja fue depuesto por el ejército
tras reformar la constitución para perpetuarse en el poder.
Malí es uno de los
países más pobres del mundo. Actualmente ocupa el puesto 175 de 187
en la lista de países incluidos en el Informe sobre Desarrollo
Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD),
publicado el pasado mes de noviembre. Esta situación, sin embargo,
no le impidió ser, durante más de dos décadas, un ejemplo de buen
hacer democrático, lo que demuestra que pobreza y democracia no
tienen por qué ser forzosamente incompatibles. Mientras en el resto
del continente africano sigue habiendo demasiados mandatarios que no
se ruborizan lo más mínimo a la hora de adecuar las Constituciones
de sus respectivos países para perpetuarse en el poder, los dos
últimos jefes de Estado malienses aceptaron seguir las reglas
democráticas.
Este golpe militar viene
a truncar una vez más las esperanzas de los malienses y supone un
retroceso en la senda democratizadora que se venía produciendo en el
continente africano durante los últimos años. Nos seguimos
preguntando qué o quién está detrás de este golpe militar y por
qué no se ha permitido a Amadou Toumani Touré ejercer su última
responsabilidad como presidente de Malí: la de acatar la
Constitución y dejar el poder en manos del pueblo soberano.
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