Páginas

jueves, 3 de mayo de 2012

Es cuestión de solidaridad

El pasado mes de marzo la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) lanzaba la voz de alarma y advertía del grave riesgo que corre la población en la región del Sahel africano. Según la FAO, más de 16 millones de personas están amenazadas de inseguridad alimentaria y de malnutrición. La falta de lluvias ha provocado una peligrosa falta de pastos para el ganado y ha reducido el 26 por ciento la producción de cereales en esta región de África, cuyas crisis alimentarias se vienen repitiendo frecuentemente.

El Sahel es una región árida que abarca varios países de África Occidental y Central, en la que el período de lluvias va de junio a octubre, aproximadamente, pero en la que las precipitaciones del año pasado fueron escasas e intermitentes, con la consiguiente repercusión en las cosechas y en la alimentación del ganado. La consecuencia es una inseguridad alimentaria que viene agravada por la subida de los precios de los alimentos y la frágil situación política y económica de la mayoría de los países afectados.

El director regional de UNICEF para África Occidental y Central, David Gressly, afirmó hace poco que “antes de que termine 2012 más de un millón de niños y niñas padecerán desnutrición aguda, que puede provocar la muerte”. Según Gressly, la situación “comenzará a adquirir ribetes de crisis entre abril y junio”. Desgraciadamente no es la primera crisis alimentaria que asuela el continente africano. Cuando aún no se han borrado de nuestra retina las imágenes de Somalia o Etiopía, la amenaza de una nueva tragedia humanitaria se cierne sobre una de las regiones más pobres del planeta.

Aunque la climatología sea la causa principal y más inmediata de esta situación, sería injusto ver en ella la única razón de una crisis alimentaria que puede provocar millones de muertos en los próximos meses. La falta de infraestructuras, el empleo de tierras para cultivos de exportación en lugar de dedicarlas a la producción de cereales para el consumo propio –cuando estas tierras no son vendidas a compañías extranjeras–, los desplazamientos forzados de millones de personas a causa de una situación política inestable o de guerra, como es el caso actualmente en Malí y Níger, hacen que la falta de lluvias se convierta prácticamente en una sentencia de muerte.

Ante la gravedad de lo que se avecina, tanto la FAO como UNICEF han lanzado la voz de alarma apremiando a la comunidad internacional a intervenir y han afirmado que aún se está a tiempo de evitar lo peor. Para ello es necesario actuar de inmediato. Sin embargo, de los 79 millones de dólares que según la FAO son necesarios para las ayudas más urgentes, apenas se han recaudado 14, menos del 18 por ciento. Esta amenaza de hambruna llega en un momento en que Europa –especialmente España– está inmersa en una grave crisis económica que obliga a hacer recortes en los presupuestos, de los que no se salva tampoco la ayuda internacional.

Una cosa es tener que apretarse el cinturón para llegar a final de mes y otra muy diferente morirse literalmente de hambre. No podemos permanecer indiferentes ante esa situación con la excusa de que nosotros también lo estamos pasando mal. Por muy grave que sea nuestra crisis económica, renunciar a la solidaridad con los que más sufren supondría olvidar el sentido fundamental de esa Pascua de Resurrección que todavía seguimos celebrando. Cristo murió y resucitó para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Y eso, en el Sahel, se traduce hoy por tener lo mínimo para poder sobrevivir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario