El
año que está a punto de concluir ha estado marcado, en lo que a
África se refiere, por una mezcla de luces y sombras, de esperanzas
y desencantos. Los relevos pacíficos en el poder tras la muerte de
cuatro jefes de Estado ‒en
Guinea-Bissau, Malaui, Ghana y Etiopía‒
o las elecciones presidenciales de Sierra Leona, Angola y Senegal
‒donde
los perdedores aceptaron democráticamente sus respectivas derrotas‒
contrastan con los golpes de Estado en Malí o la propia
Guinea-Bissau, ambos perpetrados cuando estaban en marcha sendos
procesos electorales. Las proezas de los deportistas africanos en los
Juegos Olímpicos de Londres compartieron espacio informativo con la
grave sequía y las posteriores inundaciones que azotaron el Sahel.
Además,
la eufórica celebración de los 20 años de paz en Mozambique se
está viendo empañada por la reciente amenaza de la RENAMO
(Resistencia Nacional Mozambiqueña) de volver a las armas, mientras
se recrudece la situación bélica en el este de la República
Democrática de Congo, o aumenta la presencia de grupos islamistas
radicales en el continente, especialmente en los países del Magreb.
Con
la celebración del 50 aniversario del inicio del Concilio Vaticano
II como telón de fondo y con la llegada de la Navidad, que nos
invita a hacer memoria del gran acto de amor de Dios en favor de la
humanidad, Mundo Negro dirige, en su número de diciembre, una mirada particular
hacia el continente para ofrecer a sus lectores el balance de un
año que se cierra con esa mezcla de gozo y de frustración.
El
preámbulo de la constitución pastoral Gaudiun et Spes, publicada el
7 de diciembre de 1965 fruto de aquel Concilio, se hace en este
contexto más actual que nunca: “Los gozos y las esperanzas, las
tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre
todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y
esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada
hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”,
comienza diciendo el documento.
Efectivamente,
en el corazón de Dios tienen cabida todos los acontecimientos
humanos, desde los éxitos de los deportistas africanos, la paz de
Mozambique o la consolidación de la democracia en Sierra Leona,
hasta la cruenta guerra que sigue diezmando a la población de los
Grandes Lagos bajo la mirada pasiva y cómplice de la comunidad
internacional. La venida de Cristo al mundo es la máxima expresión
de un amor que va más allá de toda lógica. Dios hace suyas las
alegrías de quienes ven como la paz y la estabilidad se van haciendo
realidad en sus países y asume, en la humanidad frágil de un niño
que nace en un establo, la pobreza y la miseria de tantos millones de
personas que siguen sufriendo injustamente.
Pero
la Gaudium et Spes nos recuerda también que esos gozos y esas
esperanzas, esas angustias y tristezas -especialmente las de aquellos
que sufren- deben ser también las de los discípulos de Cristo, es
decir, las nuestras. Sería una incongruencia celebrar la Navidad y
olvidarnos de esa multitud de seres humanos que hoy siguen sufriendo
a causa de guerras y calamidades, pero lo será también si nos
sentimos indiferentes ante la alegría de quienes poco a poco van
viendo la luz al final del túnel.
Ojalá que la presencia de Cristo hecho
hombre nos estimule para que tanto las penas y las frustraciones de
África, como sus alegrías y esperanzas sean también las nuestras.
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