La celebración de la
Jornada Mundial de las Misiones, que se celebrará el domingo 21 de
octubre y que este año tiene como lema “Misioneros de la Fe”, se
ve enmarcado por otros acontecimientos eclesiales de gran
importancia: el 50 aniversario del comienzo del Concilio Vaticano II,
la apertura del Año de la Fe y el Sínodo de los Obispos sobre la
Nueva Evangelización. Todos estos acontecimientos marcarán, sin
duda, la jornada del DOMUND de este año, enriqueciéndola y dándole
un sentido más eclesial y, si cabe aun, más misionero.
El Mensaje del Papa para
esta jornada ayuda, además, a clarificar bien los conceptos y evitar
confundir lo que es “Nueva Evangelización” con lo que
tradicionalmente se ha llamada misión ad gentes, que supone no una
nueva, sino una “primera evangelización” y que es la que está
en el centro de la celebración del DOMUND.
A nadie le es ajena la
preocupación que sienten nuestras Iglesias de Europa por los efectos
de una descristianización causada por un relativismo que nos empuja
cada vez más a “vivir como si Dios no existiese”. De ahí viene
la necesidad de anunciar de nuevo el mensaje evangélico, para que
los que se han ido alejando de la fe vuelvan a ella. Por eso, esta
Nueva Evangelización es concebida por muchos como una actividad
misionera, ya que todo anuncio del mensaje de Jesús es misión
evangelizadora. Y lo es porque obedece al mandato de Cristo a sus
discípulos: “id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda
la creación”.
Sin embargo, existe el
peligro de que esa preocupación por hacer que los alejados vuelvan
al seno de la fe ocupe el lugar y absorba los esfuerzos que toda
Iglesia debe hacer por salir de sí misma, ir más allá de sus
fronteras y anunciar ese mismo mensaje evangélico a los que todavía
no lo han escuchado. Tal y como afirma Benedicto XVI en su mensaje de
este año, “para un Pastor, el mandato de predicar el Evangelio no
se agota en la atención por la parte del Pueblo de Dios que se le ha
confiado a su cuidado pastoral, o en el envío de algún sacerdote,
laico o laica Fidei donum. Debe implicar todas las actividades de la
Iglesia local, todos sus sectores y, en resumidas cuentas, todo su
ser y su trabajo”.
Según el Papa, todos los
cristianos tenemos la responsabilidad de implicarnos en esa actividad
de anunciar a Cristo a los que todavía no lo conocen. “Todos los
componentes del gran mosaico de la Iglesia deben sentirse fuertemente
interpelados por el mandamiento del Señor de predicar el Evangelio,
de modo que Cristo sea anunciado por todas partes, -afirma Benedicto
XVI-. Nosotros los Pastores, los religiosos, las religiosas y todos
los fieles en Cristo, debemos seguir las huellas del apóstol Pablo,
quien, prisionero de Cristo para los gentiles (Ef 3,1), trabajó, sufrió y luchó para llevar el Evangelio entre los
gentiles (Col 1,24-29)”.
Si la Nueva
Evangelización solo tiene en cuenta los que han dejado de creer en
Cristo en la propia casa y no mira más allá de sus fronteras para
“salir” y anunciar ese mismo Evangelio a los que no lo conocen
todavía, puede que sea “nueva”, o que sea “evangelización”,
pero de ninguna manera será plenamente misionera. Si en Europa -y, más concretamente en España- dejamos que la Nueva Evangelización eclipse nuestra responsabilidad en la Primera, estaremos renunciando a un aspecto fundamental de nuestra vocación cristiana. Es más, si a esa Nueva Evangelización le ponemos el título de "misionera" (que lo tiene, por supuesto), correremos el riesgo de desvirtuar el significado de una palabra -la MISIÓN, con mayúsculas- cuya esencia fundamental es abrir puertas y ventanas para mirar al exterior, salir de nosotros mismos e ir al encuentro de aquellos que más nos necesitan.
Es lo mismo que pasa con la economía. El hecho de que estemos viviendo una grave crisis económica y de que en España haya millones de personas que sufren para llegar a fin de mes no nos exime de nuestra responsabilidad de ayudar también a los que mueren de hambre en el mundo a causa de la pobreza, las guerras las enfermedades o las catástrofes naturales. Que la caridad bien entendida empiece por uno mismo no significa que se la neguemos a los demás.
El Concilio Vaticano II,
cuyo 50 aniversario comienza a celebrarse en este mes de octubre, dio
un renovado impulso a esa actividad misionera y acuñó el término ad gentes con el decreto que lleva precisamente ese nombre. Mientras
haya en el mundo un solo rincón en el que el Evangelio no haya sido
predicado, seguirá estando vigente ese mandato de Jesús y todas las
Iglesias, sean jóvenes o ancianas, seguirán teniendo como parte
integrante de su ser y responsabilidad irrenunciable el salir de si
misma, cruzar las fronteras e ir al encuentro del que no conoce a
Jesús. La Nueva Evangelización ni está reñida ni debe ocupar el
lugar de la Primera. Todo es cuestión del adjetivo
que se le ponga.
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