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miércoles, 6 de octubre de 2010

Ver, hablar y actuar

El mensaje del Papa para el Domingo Mundial de las Misiones, que se celebra el 24 de octubre, lleva por título “La construcción de la comunión eclesial es la clave de la misión”. Los cristianos, afirma el Papa, deben “aprender a ofrecer signos de esperanza y a ser hermanos universales, cultivando los grandes ideales que transforman la historia y, sin falsas ilusiones o miedos inútiles, comprometerse a hacer del planeta la casa de todos los pueblos”.

El mandato misionero de Cristo, “id por el mundo y anunciad el Evangelio”, va mucho más allá de la simple proclamación de una doctrina o de un mensaje. En una sociedad que cada vez favorece más el individualismo, todos estamos llamados a aunar esfuerzos de manera colectiva para hacer un mundo mejor. Ese mandato no es solamente un estímulo a nivel individual, sino que concierne a todas las comunidades.

Todos y cada uno de nosotros tenemos una grave responsabilidad, como individuos y como colectividad. Los diversos organismos que existen en la actualidad, ya sean de carácter civil, político o eclesial, deben buscar la interacción más allá de sus propias fronteras si quieren ser realmente eficaces. Sin ir más lejos, acabamos de asistir a una nueva cumbre sobre los Objetivos de Desarrollo del Milenio, celebrada en Nueva York del 20 al 22 de septiembre pasado. Esos Objetivos sólo se alcanzarán si los intereses particulares, especialmente los de los países más ricos, dejan de ser el obstáculo fundamental para llegar a los acuerdos necesarios que beneficien a todas las partes. Hablamos mucho de los países pobres pero, ¿dialogamos realmente de tú a tú con ellos? Manos Unidas, flamante Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, es un ejemplo fehaciente de que es posible hacerlo.

La Iglesia española ha escogido como lema para el Domund de este año “Queremos ver a Jesús”, en alusión a la petición que unos griegos hacen al apóstol Felipe. A los hombres y mujeres de nuestro tiempo no les basta con que se les “hable” de Jesús, sino que quieren “ver” signos de vida y de esperanza que demuestren que ese mundo solidario y fraterno al que tanto aludimos en nuestros discursos es posible.

De poco sirven las cumbres y los congresos internacionales -por muy buenas que sean sus intenciones- si las palabras que se dicen en ellos no se transforman luego en acciones palpables que se puedan ver concretizadas en la realidad. A pesar de toda su influencia y su poder para cambiar las cosas, los grandes de este mundo han hecho bien poco durante los últimos 10 años. En ese tiempo, los miles de misioneros repartidos por todo el mundo han hecho crecer la vida y la esperanza en la pequeña parcela en la que trabajan. Si por nuestra vocación cristiana estamos llamados a hablar de Jesús y de su amor por toda la humanidad, más llamados estamos aún a mostrarlo con hechos concretos.

El Papa también nos recuerda, citando el Concilio Vaticano II, que los que creen realmente en la caridad divina tienen la certeza de que “no es inútil el esfuerzo por instaurar la fraternidad universal”. Los que más convencidos están de ello son los misioneros, y no por simple convicción personal o profesión de fe, sino porque que en los avatares y dificultades de cada día, ven a Jesús y son testigos directos de su amor a toda la humanidad.

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