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lunes, 11 de octubre de 2010

¡Quien fuera niño!

Esta fotografía fue tomada en 2005 en un campo de refugiados, cuando la región sudanesa de Darfur vivía uno de sus momentos más difíciles a causa de una guerra escondida, cruenta, alimentada por los que codician la riqueza que se esconde bajo las piedras y la arena del desierto.

Me quedo con el enorme contraste entre la sonrisa del niño y la mirada perdida de su madre, expresión de la impotencia, de la incertidumbre ante un futuro al que no se le ve salida por ningún lado; peor aun, un futuro que se cierne como una amenaza sobre el pequeño que tiene en sus brazos. ¿Qué va a ser de él?

Y mientras la madre se interroga sobre el devenir de su retoño, el pequeño parece tener la mirada en otra parte, ajeno a las preocupaciones de los mayores, él simplemente mira y sonríe. Seguramente su inocencia lo mantiene aún apartado de toda la tragedia que se está viviendo en su entorno. Sin duda que algo atrae su atención y le hace gracia, como a todo niño que se ríe con cualquier carantoña. Y es que los niños son siempre niños. ¡Quien pudiera ser como ellos!

Esos hoyuelos en las mejillas, ese aspecto rollizo y sano, como que no concuerdan con el guión. Dado el lugar y la situación en la que vive, debería ser un niño famélico, casi en los huesos, llorando y, a ser posible, con unas cuantas moscas alrededor de ojos y labios.  Pues va a ser que no. A este crío ni los tiros ni la pobreza ni tan siquiera la desesperación de su madre le quitan la sonrisa. Algo le hace gracia y eso le basta. Lo demás parece no tener importancia. Es, lo que los mayores solemos llamar poéticamente, "disfrutar del momento".

Sudán está viviendo un momento muy delicado, quizás el más delicado de toda su historia después de su independencia. El referéndum que decidirá la autodeterminación de Sudán Meridional está a la vuelta de la esquina y los primeros problemas serios han empezado a aparecer. El temor a que vuelvan a sonar las armas tiene cada vez más argumentos para oscurecer el hermoso amanecer que surgió con los acuerdos de paz que pusieron fin a una de las guerras más crueles de África.

¿Futuro incierto? Puede ser. En cualquier caso, me resisto a dejar que las nubes de tormenta apaguen la esperanza. Este niño y todos los niños de Sudán (los que sonríen y también los que lloran) tendrán un día en sus manos la posibilidad de hacer de su país una tierra de paz, de libertad y de prosperidad. Ojalá que cuando llegue el momento sean capaces de permanecer ajenos al odio del pasado y miren sonrientes al futuro de su país. En sus manos está.

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