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miércoles, 5 de enero de 2011

Los Reyes son los niños (no los padres)

Llega el día de Reyes. Cabalgata, caramelos, barbas de algodón, betún (cada vez menos, gracias a Dios y a la creciente presencia africana en nuestro país) y, sobre todo, mucha ilusión.

En Chad esta tradición no existe. Allí la época de los regalos es la Navidad. Allí no hay Reyes Magos más allá de lo que marca la liturgia cristiana, las figuritas artesanales de los belenes improvisadas con barro o los que hacen de tales en la representación teatral del Evangelio de la Natividad. Camellos, lo que se dice camellos... sí que hay unos cuantos, aunque están en el norte del país y yo los veía muy raramente.

Lo que si había, al menos en mi parroquia, eran niños. Decenas de ellos. Cientos de ellos. Las "mamás catequistas", mujeres de armas tomar, como ya dije alguna vez, se encargaban de preparar con ellos una hermosa velada, con representación teatral y caramelos incluidos. Creo que era la noche que yo más disfrutaba. Durante la misa del Gallo los niños representaban el pasaje del nacimiento. Uno hacía de María, otro de José, un muñeco bien hermoso hacía de niño Jesús, otros niños hacían de pastores y hasta los había que hacían de ovejas y corderos (niños, desde luego, no faltaban).

Y cuando llegaba el día de Reyes, como allí no hay noche mágica de cabalgata y regalos, se preparaba un gran día de fiesta. Día de Epifanía. Solíamos dedicar ese día a la Infancia Misionera, día de los niños, día en el que ellos eran los amos de la parroquia. Todo giraba entorno a ellos. Y ese día la parroquia se llenaba de niños. Los llamados "Kemkogi", que en lengua local significa corazón valiente, eran los reyes. Juegos, concursos, regalos... Ese día todos nos volvíamos un poco locos. O quizás mejor decir que ese día todos éramos un poco más niños.

Eran la alegría de la parroquia. Y no sólo por la alegría innata que porta en sí todo niño africano; sino también por su espíritu de compromiso y de solidaridad. Cada año tenían su tema de reflexión y su campaña de solidaridad con otros niños, campaña que se materializaba precisamente ese día. No sólo movilizaban a las "mamás catequistas" (repito, mujeres de armas tomar), sino a un buen número de adolescentes y jóvenes que hacían de monitores. De hecho, la principal pastoral juvenil la hacíamos precisamente con esos jóvenes monitores de los Kemkogi. Que se lo digan a Tere o a Isabel, dos Hermanas Combonianas (también de armas tomar, por cierto), que cada año se dejaban la piel y a veces hasta la salud coordinando las actividades y velando para que todo saliese bien.

Y como niños que son, tenían la costumbre de saltar el muro de la misión para "robar" los mangos y las guayabas del cura. ¡Malditos ellos!, pensaba cuando en plena siesta oía el escándalo que formaban. ¡Benditos ellos! pienso ahora, que me recuerdan que todos fuimos niños alguna vez. ¿Acaso no nos producía una excitación especial entrar en el huerto del vecino para "robar" uvas o lo que se terciase?

En estos días los recuerdo con un cariño especial. ¡Cuántas veces me paraba a balbucear con ellos las pocas palabras que había aprendido en Ngambay (la lengua local)!. Hasta echo de menos aquellos cabreos por una siesta interrumpida bruscamente o un balonazo en plena ventana.

Desde que estoy en Madrid siempre que puedo voy a ver la cabalgata. Y no precisamente para ver a los Reyes Magos -que sigo creyendo firmemente en ellos y en todo lo que representan-, sino para ver la cara de alegría y de ilusión de nuestros niños. Y también -lo confieso-, para ver las caras iluminadas de tantos padres y verme de alguna manera retratado en ellos. Porque la ilusión que ese día nos transmiten los niños, bien mirado, contradice el famoso dicho de que "los Reyes son los padres". No, en realidad, los Magos son los niños.

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