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lunes, 2 de julio de 2012

Superar el pasado

El 1 de julio se cumplen 50 años de la proclamación de independencia de Ruanda y Burundi, dos de los países más pequeños del continente africano cuya vida política y social se ha desarrollado de forma paralela desde que dejaron de ser colonias belgas. La historia reciente de ambos países ha estado marcada por enfrentamientos étnicos que han causado millones de muertos, desplazados y refugiados, pero también por un evidente crecimiento económico que mantiene viva una tenue luz de esperanza de cara al futuro.

Las trágicas imágenes del genocidio ruandés que dieron la vuelta al mundo en abril de 1994 aun siguen en la memoria de muchos y hacen difícil desligar las matanzas fratricidas entre grupos hutu y tutsi del devenir histórico de estos dos países.

Tanto Ruanda como Burundi viven hoy una relativa calma, aunque sea más una situación artificial que un verdadero clima de paz y reconciliación. La represión política que se vive en ambos países hace que la bonanza económica se quede en unos simples números que, si bien pueden tener repercusión en el bienestar material de la población, no impiden que el fantasma de la guerra o de la violencia étnica siga presente en la conciencia de la población. El proceso judicial sin ningún tipo de garantías al que está siendo sometida la opositora ruandesa Victoire Ingabire o las decenas de muertos en ataques políticos denunciados por Human Rigts Watch en Burundi son buena prueba de ello.

La memoria pesa demasiado en la historia de los pueblos; y más aún cuando esa historia está marcada por enfrentamientos y luchas cuyo origen está, sobre todo, en la pertenencia étnica. El hecho de que en ambos países más del 80 por ciento de la población pertenezca a un grupo determinado no facilita las cosas. Es cierto que el pasado colonial tuvo mucho que ver, cuando Bélgica optó decididamente por dar formación intelectual y poder político a uno de ellos. Pero ello no es excusa para que ambas partes, con cinco décadas de independencia a sus espaldas, no busquen caminos de reconciliación.

La historia de ambos países también nos ha dejado ejemplos admirables de tolerancia, fraternidad y respeto hacia el otro, más allá de su pertenencia étnica o de su pasado. Muchos han sido los ruandeses y burundeses que, siendo hutu o tutsi, han sabido dar prueba de respeto, tolerancia y reconciliación. Más de uno ha sacrificado su vida por ello. Si Ruanda y Burundi quieren avanzar y salir de ese estado permanente de violencia -latente o real-, deben saber superar los límites de las diferencias políticas, étnicas y sociales. 

Por otra parte, la cuestión étnica no es el único obstáculo que impide a estos dos pueblos mirar hacia adelante con optimismo y determinación. Su situación estratégica en la zona de los Grandes Lagos hace que sean seguidos muy de cerca por todos los que con una actitud inmoral codician los enormes recursos naturales que alberga el subsuelo de la región más rica del continente africano. Es más, la violencia étnica se ha convertido en una excusa para que el intervencionismo de los países ricos -que se traduce la mayoría de las veces en mirar para otro lado cuando se cometen matanzas indiscriminadas o en culpar a unos u otros según convenga- siga presente 50 años después de la independencia.

A pesar de todo, tanto ruandeses como burundeses tienen en sus manos el devenir de su propia historia. Son ellos y solamente ellos los que deben superar la memoria del pasado y encaminarse hacia un futuro de hermandad e igualdad.