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jueves, 3 de enero de 2013

Ninguneando la verdad

La trágica situación que está viviendo el este de la República Democrática de Congo nos obliga, una vez más, a dirigir la mirada hacia este país de África que parece condenado a vivir permanentemente en la incertidumbre y la desesperación. Las actividades del grupo rebelde 23 de Marzo (M23) -un movimiento nuevo con viejos rostros conocidos- son un eslabón más en la cadena de inestabilidad que desde hace décadas se ha instalado en la región de los Grandes Lagos.

Dos son las causas fundamentales de esta situación: la altísima demografía de los países vecinos, especialmente Ruanda, cuya superficie se queda pequeña para tanta población, y las inmensas riquezas naturales que alberga su subsuelo. El deseo expansionista del presidente ruandés Paul Kagamé y la codicia por explotar los recursos naturales de esta parte de África hacen que los dos Kivus vivan en un estado de permanente inseguridad. A ello se añade el componente étnico, ya que los principales protagonistas de esta nueva rebelión son los conocidos banyamulenge o tutsis congoleños de origen ruandés.

Paul Kagamé, hasta ahora protegido y apoyado por las grandes potencias occidentales que son, a la postre, las beneficiarias de la explotación ilegal de los minerales congoleños, ha sido acusado por la ONU y la Unión Europea de apoyar con armas al M23 con el fin de instaurar en ambos Kivus un régimen de gobierno autónomo que le permitiría seguir expoliando las riquezas de su vecino y paliar de alguna manera su problema demográfico.
Pero una cosa es la denuncia -porque ya nadie cuestiona hoy un hecho tan evidente- y otra actuar de manera clara y contundente para que el pueblo congoleño pueda vivir en paz. Muchos son los elementos que hay en juego, y los ricos yacimientos de oro, diamantes y sobre todo coltán, pesan más en la conciencia de quienes tienen en sus manos terminar con esta situación que la vida o el bienestar de los congoleños. 

El presidente ruandés no parará hasta que consiga crear una “gran Ruanda”, dominada por la etnia tutsi, que comprenda Kivu Norte y Kivu Sur. Por su parte, las grandes compañías internacionales que se están enriqueciendo a costa de un debilitado Estado congoleño, harán todo lo posible para que fracase cualquier intento de pacificar la zona. Ya se sabe, a río revuelto, ganancia de pescadores desalmados. 

En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz, que cada año se celebra el 1 de enero, Benedicto XVI afirma que “causan alarma los focos de tensión y contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero no regulado”. Y añade, citando al beato Juan XXIII, que “la paz comporta principalmente la construcción de una convivencia basada en la verdad, la libertad, el amor y la justicia”.

Verdad, libertad, amor y justicia son, desgraciadamente, principios morales que no tienen cabida en la mente de quienes están haciendo todo lo posible para que la situación en los Grandes Lagos siga como está. A día de hoy, hay pruebas más que evidentes para llevar al presidente ruandés ante un tribunal internacional. Sus continuas violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional siguen siendo consentidas por una comunidad internacional que prefiere mirar para otro lado, ninguneando así los valores de verdad, justicia, amor y libertad a los que alude Benedicto XVI. Ya es hora de que la ONU y la Unión Europea -que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz- intervengan de manera contundente para erradicar de una vez por todas esta triste situación.

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