La trágica situación
que está viviendo el este de la República Democrática de Congo nos
obliga, una vez más, a dirigir la mirada hacia este país de África
que parece condenado a vivir permanentemente en la incertidumbre y la
desesperación. Las actividades del grupo rebelde 23 de Marzo (M23)
-un movimiento nuevo con viejos rostros conocidos- son un eslabón
más en la cadena de inestabilidad que desde hace décadas se ha
instalado en la región de los Grandes Lagos.
Dos son las causas
fundamentales de esta situación: la altísima demografía de los
países vecinos, especialmente Ruanda, cuya superficie se queda
pequeña para tanta población, y las inmensas riquezas naturales que
alberga su subsuelo. El deseo expansionista del presidente ruandés
Paul Kagamé y la codicia por explotar los recursos naturales de esta
parte de África hacen que los dos Kivus vivan en un estado de
permanente inseguridad. A ello se añade el componente étnico, ya
que los principales protagonistas de esta nueva rebelión son los
conocidos banyamulenge o tutsis congoleños de origen ruandés.
Paul Kagamé, hasta ahora
protegido y apoyado por las grandes potencias occidentales que son, a
la postre, las beneficiarias de la explotación ilegal de los
minerales congoleños, ha sido acusado por la ONU y la Unión Europea
de apoyar con armas al M23 con el fin de instaurar en ambos Kivus un
régimen de gobierno autónomo que le permitiría seguir expoliando
las riquezas de su vecino y paliar de alguna manera su problema
demográfico.
Pero una cosa es la
denuncia -porque ya nadie cuestiona hoy un hecho tan evidente- y otra
actuar de manera clara y contundente para que el pueblo congoleño
pueda vivir en paz. Muchos son los elementos que hay en juego, y los
ricos yacimientos de oro, diamantes y sobre todo coltán, pesan más
en la conciencia de quienes tienen en sus manos terminar con esta
situación que la vida o el bienestar de los congoleños.
El presidente ruandés no
parará hasta que consiga crear una “gran Ruanda”, dominada por
la etnia tutsi, que comprenda Kivu Norte y Kivu Sur. Por su parte,
las grandes compañías internacionales que se están enriqueciendo a
costa de un debilitado Estado congoleño, harán todo lo posible para
que fracase cualquier intento de pacificar la zona. Ya se sabe, a río
revuelto, ganancia de pescadores desalmados.
En su mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz, que cada año se celebra el 1 de enero,
Benedicto XVI afirma que “causan alarma los focos de tensión y
contraposición provocados por la creciente desigualdad entre ricos y
pobres, por el predominio de una mentalidad egoísta e
individualista, que se expresa también en un capitalismo financiero
no regulado”. Y añade, citando al beato Juan XXIII, que “la paz
comporta principalmente la construcción de una convivencia basada en
la verdad, la libertad, el amor y la justicia”.
Verdad, libertad, amor y
justicia son, desgraciadamente, principios morales que no tienen
cabida en la mente de quienes están haciendo todo lo posible para
que la situación en los Grandes Lagos siga como está. A día de
hoy, hay pruebas más que evidentes para llevar al presidente ruandés
ante un tribunal internacional. Sus continuas violaciones de los
derechos humanos y del derecho internacional siguen siendo
consentidas por una comunidad internacional que prefiere mirar para
otro lado, ninguneando así los valores de verdad, justicia, amor y
libertad a los que alude Benedicto XVI. Ya es hora de que la ONU y la
Unión Europea -que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz-
intervengan de manera contundente para erradicar de una vez por todas
esta triste situación.
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