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sábado, 6 de noviembre de 2010

Por un puñado de cacahuetes

El mes de noviembre me recuerda mis correrías por los 54 poblados de la parroquia. Noviembre es sinónimo de cosecha, tiempo de recoger el mijo y los cacahuetes, principales cultivos del campesino chadiano.

Durante todo el mes me dedicaba a ir de poblado en poblado, de aldea en aldea, para celebrar con la gente uno de los eventos más importantes del año, porque de la cosecha recogida depende la subsistencia de la familia durante los meses siguientes. Si las lluvias han venido a su tiempo y en su justa medida, la cosecha será buena y el sustento cotidiano estará garantizado. Si, por el contrario, las lluvias se han hecho de rogar o han sido demasiado intensas, la cosecha será pobre y los fantasmas del hambre y la precariedad planearán durante todo el año sobre hombres, mujeres y, sobre todo, los niños.

El pueblo chadiano, como todo el pueblo africano, es muy religioso. No importa que la divinidad que trae la lluvia y favorece la cosecha se llame Dios, Alá, Su o Mbay. Cristianos, musulmanes y seguidores de la religión tradicional esperan con ansia que lleguen los meses de noviembre y diciembre para recoger el fruto de la tierra y presentar la ofrenda de agradecimiento a su dios.

Todos los poblados esperan con ganas a que llegue el cura para celebrar la "Fête des récoltes" (fiesta de las cosechas), durante la cual se ofrecen el mijo y los cacahuetes recién cosechados y se da una pequeña parte como diezmo para las inmensas necesidades de la parroquia. Era gracias a esa aportación de la gente que luego podíamos organizar sesiones de formación para catequistas, animadores rurales, matronas, líderes y responsables sociales o agentes de promoción social. Una vez que el cura se acerca al poblado para la celebración religiosa, no es raro ver participar en ella a musulmanes o fieles de la religión tradicional. Jamás he visto ni participado en una fiesta tan diversa ni ecuménica. ¡Cómo añoro aquellas Misas!

Lo más impresionante venía en el momento del ofertorio. Colas interminables de gente se acercaban al altar -improvisado casi siempre al pie de un frondoso árbol porque en la capilla no hay sitio para todos- con su correspondiente puñado de grano o su pequeña taza de cacahuetes. Unos cantando, otros bailando y todos exhibiendo orgullosos y agradecidos el contenido de su ofrenda mientras tambores, cascabeles y balafones suenan sin parar haciendo del momento una fiesta ensordecedora. Es la humilde y alegre ofrenda del pueblo como signo de agradecimiento a Dios por la cosecha. Es también el gesto de solidaridad y participación de todos en la vida de la comunidad parroquial.

Y como las matemáticas no fallan, cuando cientos de personas traen cada una un puñado de cacahuetes, se puede literalmente llenar un camión. La foto es bien elocuente. ¡Cuánto sufría la vieja Toyota en el camino de regreso! Según el manual de instrucciones, podía cargar hasta una tonelada, pero casi siempre regresaba a casa con sobrepeso. Parece mentira, pero en África como que los coches multiplican sus prestaciones. Lo más corriente era que, además de la carga de cereal, hubiese algún pasajero extra que aprovechase la ocasión para ir a la ciudad -casi siempre enfermos o ancianos que necesitaban ser hospitalizados- o que alguien pidiese el servicio de enviar un paquete a un familiar, convirtiendo así la Toyota en un remix de vehículo de carga, ambulancia y furgón de reparto.

Antes de partir, no podía faltar el toque final. Había que degustar el fruto recién cosechado. Una buena boule de mijo nuevo con su correspondiente pollo guisado con el arte culinario que sólo tiene la mujer africana, servía de epílogo y ayudaba a reponer las fuerzas después de más de dos horas de celebración. Todo en un ambiente de fiesta y amistad.

Aún tengo en la boca el gusto especial y único de los cacahuetes frescos recién cogidos y que iba mordisqueando mientras sorteaba los agujeros de la carretera camino de la misión, rezando para que, una vez más, la vieja Toyota aguantase el tirón y me llevase a casa. Nunca me falló.


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