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miércoles, 22 de junio de 2011

El orgullo de ser negro


Hace pocos días regresé de un hermoso viaje por tierras americanas. Mi trabajo en la revista Mundo Negro me permitió visitar la costa pacífica de Colombia y Ecuador, donde la presencia afroamericana es mayoritaria. Estamos en el Año Internacional de los Afrodescendientes, y no podía dejar pasar la ocasión para conocer de primera mano la realidad de una población que, bien sea por sus raíces o bien sea por el color de su piel (o por ambas cosas a la vez) es una de las más marginadas en el continente americano.

Ser negro en Colombia o en Ecuador -como en muchos otros países latinoamericanos- no es fácil. Si, además, uno vive en barrios como el de Charco Azul de Cali, el de Nuevo Milenio de Tumaco o los de las Malvinas o Nigeria en la periferia de Guayaquil -por citar solamente algunos-, la cosa se complica aún más. Violencia organizada, mafias paramilitares, asaltos y robos están al orden del día.

Sin embargo, hay otra realidad que los medios de comunicación no cuentan, quizás porque nunca han tenido la ocurrencia de meterse en esos barrios estigmatizados; no han hablado con su gente, no han visitado las casas sencillas, no han degustado el sabroso "sancocho" hecho con amor por sus mujeres ni han experimentado el maravilloso trato humano que muchos de esos desgraciadamente mal llamados "negros y delincuentes" son capaces de brindar a quien se acerca a ellos.

En esos barrios precisamente es donde más he disfrutado. Pasear por las calles polvorientas de Nuevo Milenio, cruzar unas palabras con los vecinos de Charco Azul mientras comparten contigo un zumo de papaya o una "colada" fue un maravilloso regalo y una inyección de humanidad. Allí donde ni los taxistas se atreven a entrar y te preguntan si estás seguro de que quieres ir allí -"es muy peligroso, tenga mucho cuidado", te dicen mientras te dejan a un centenar de metros de distancia-, yo solo encontré sonrisas y abrazos llenos de calor humano al más puro estilo colombiano. Es cierto que siempre iba acompañado y que se respiraba la inseguridad y un cierto miedo; pero la mayoría de los que viven en esos barrios son gente buena, generosa, agradecida y acogedora hasta el extremo con el visitante.

Son barrios marginales en los que no es raro escuchar algún disparo durante la noche;en los que es frecuente oír que han asesinado a un joven o que tal o cual adolescente ha terminado haciendo de sicario porque según la ley no puede ser juzgado al no tener cumplidos los 18 años. Barrios en los que para muchos jóvenes las perspectivas de futuro son inciertas y desoladoras sencillamente porque su piel es oscura. Barrios en los que, a pesar de todo, la alegría y la esperanza se abren paso cada día sin que uno llegue a saber de dónde sale la fuerza que los empuja para no desfallecer.

En este año dedicado por la ONU a los afrodescendientes, vaya mi homenaje a todos ellos; a los jóvenes de Guayaquil, a los de Charco Azul, a los de Nuevo Milenio y a tantos y tantos otros que no tuve la dicha de conocer y que siguen luchando día a día sin perder su jovialidad ni su alegría, orgullosos de su negritud. Homenaje también a sus mujeres, luchadoras incansables por el futuro de sus hijos, mujeres negras por cuyas venas corre sangre africana, mujeres que te ofrecen como el mayor de los regalos lo mejor de su casa y de su cocina -por muy sencilla y humilde que sea- y que disfrutan más viendo cómo te comes el "sancocho" que te han preparado que tú mismo comiéndotelo.

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