Hoy
he visto con mis propios ojos nacer al Niño Jesús. No en un establo de Belén,
ni en los muchos belenes que pueblan nuestras casas y las plazas de nuestros
pueblos. Hoy lo he visto nacer en el jardín de mi casa, y a un precio que en
términos comerciales se podría considerar ridículo: 1,5 euros (unos mil francos
CFA, la moneda de aquí). Por ese precio compré en el mercado un paquete de
caramelos y lo repartí entre los niños que viven en torno a nuestra casa y que
siempre están delante del portón esperando que salga o entre con la moto para
abrirme la puerta y pedirme un caramelo. A
eso de las 12 del mediodía vinieron en tropel con la mano extendida y gritando “bon
Noel, bombón”; “bon Noel, bombón…”. Les di uno a cada uno y el resultado se
puede ver en la foto.
Hay
armas que acaban con pueblos enteros, métodos de persuasión que son capaces de
conseguir lo inimaginable, pero semejantes sonrisas son el fruto de un simple
caramelo, uno solo. ¿Acaso no es esa la verdadera Navidad? No pidieron ni
consolas, ni wii, ni juguetes, ni nada excepcional. Pedían un “bombón” (aquí a
los caramelos le llaman bombón). Y cuando lo tuvieron, fueron los seres más
felices de este planeta.
Fue
el momento culmen de esta Navidad en el corazón del Chad, donde las
dificultades de la gente son innombrables, donde escuelas y hospitales llevan
semanas cerrados por culpa de una huelga salvaje motivada por el retraso en la
paga de los salarios de los funcionarios, donde agricultores y ganaderos viven
enfrentados, donde la corrupción y el mal gobierno campan a sus anchas, pero
también donde un simple caramelo es capaz de hacerte ver que Dios sigue
naciendo, que el Niño Jesús existe realmente y es de carne y hueso. Esas
sonrisas me han hecho olvidar por un instante tantas penas y desasosiegos y me
han hecho recordar mi propia infancia, tiempos en los que con poquita cosa nos
conformábamos y cuando alguien nos daba un caramelo, aquello era lo máximo.
Y
todo por el módico precio de un “bombón”. ¿Cuándo se dará cuenta nuestro mundo
que para ser realmente felices hace falta bien poco? Esas ocho sonrisas, esos
ocho Niños Jesús me han dado toda una catequesis sobre la Navidad, sobre el
nacimiento del Hijo de Dios, sobre lo que realmente es importante. Fue una
lástima que todo sucediera después de la Misa de Navidad en la parroquia,
porque sería la homilía perfecta para una celebración en un día tan especial.
Miro
la televisión y no veo más que muerte, guerras, atentados terroristas,
políticos que no buscan más que darse una buena imagen y sacar el máximo
provecho mientras puedan. ¡Pues no! Me niego a creer que el mundo sea así. El
mundo, nuestro mundo, no es así. En nuestro mundo también hay niños que
sonríen, que son felices, que a pesar de la pobreza y la dificultad se
ponen guapos para festejar la Navidad;
niños que agradecen un regalo tan sencillo como un caramelo. Entonces apago la
tele, miro la foto, la vuelvo a mirar, no me canso de contemplarla. Son
sonrisas que realmente contagian, que transmiten tantas cosas… Y todo, por el módico
precio de un bombón.
Feliz
Navidad.
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