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viernes, 26 de noviembre de 2010

Parábola de un campanario

Chad es un país con una fuerte presencia musulmana, particularmente en el norte del país. Incluso en el sur, donde yo me encontraba, esa presencia se nota cada vez más a pesar de no ser la religión mayoritaria de la gente. Los minaretes y las mezquitas se multiplican como hongos y cada vez es más normal que un muecin te despierte a las cuatro de la mañana con su canto de invitación a la oración ritual.

Los cristianos, con una mal disimulada envidia y un cierto deseo de revancha, vinieron un día a verme para pedirme nada menos que un campanario, ya que si los musulmanes tenían su "campana" por las mañanas ¿por qué nosotros no podíamos tener la nuestra?

Les dije que me parecía una idea estupenda, que tenían mi visto bueno para construirlo, pero les pregunté que de dónde pensaban sacar el dinero y, sobre todo, cómo iban a hacer para conseguir la campana. La respuesta ya me la esperaba: "Lo tienes que hacer tú, y la campana también, porque aquí no hay campanas ni fábricas que las hagan". Les expliqué que la parroquia no era mía, sino suya. "Yo no necesito ningún campanario, si vosotros lo queréis, organizaos y construidlo; ya veremos luego lo de la campana", les dije.

Puede que suene a respuesta fea o a escaqueo monumental. La idea en realidad me entusiasmaba y yo también me moría de ganas por tener un campanario, ya que hacer sonar cada mañana una vieja llanta de camión era de lo más incómodo y molesto para los oídos -más aún a ciertas horas tempranas de la mañana-, pero conociendo a mi gente, era la única manera de hacerles reflexionar y de empezar a estimularles para que se implicasen ellos mismos en el proyecto. Lo de la campana estaba resuelto desde hacía mucho tiempo, ya que una parroquia de Italia se había ofrecido a regalarnos una. Era preciosa, de bronce fundido, más de 200 kilos de peso y con el nombre de la parroquia grabado en el costado. Evidentemente, no dije nada a la gente hasta que el campanario no estuvo terminado.

Dos años les costó hacerlo. Un año y medio para ponerse de acuerdo, y el resto para fabricar los ladrillos necesarios, recaudar el dinero que costaba el cemento y levantar los pilares. Una de las cosas que aprendí en África es que nunca hay que poner plazo a las cosas. El ritmo es diferente y los tiempos no se miden como en Europa. Si de algo estoy convencido es de que el peor enemigo que tuve allí siempre fueron las prisas y la impaciencia. Con razón me dijo uno de ellos: "Cuando vengas aquí debes dejar tu pasaporte y tu reloj en el aeropuerto; ya los recogerás luego, cuando te regreses a tu país". Sabiduría popular de la buena...

Visto con ojos de aquí, no son maneras de hacer, lo reconozco, pero cuando llegó el final del curso e hicimos la evaluación final de las actividades de la parroquia, lo que la gente más valoró fue precisamente el hecho de haber construido el campanario. "Por primera vez hemos sido capaces de hacer algo nosotros solos, sin ayuda de los padres y las hermanas", fue la conclusión. Una hermosa lección. Se dieron cuenta de que trabajando juntos, poniendo cada uno su granito de arena, todo era posible. A 100 Francos CFA por persona (unos 20 céntimos de euro) logramos recaudar todo el material necesario. Eso sí, la clave estuvo en que como era "su" proyecto y tenían tantas ganas de culminarlo, todos dieron su parte. Y ya se sabe, miles de pequeños esfuerzos, equivalen a una gran gesta.

El campanario fue inaugurado solemnemente el día de Navidad. La campana -afinada en FA, según indicaba la carta que la acompañó desde Italia- sonaba de maravilla. Incluso un día se acercaron dos musulmanes a verla, porque la oían todas las mañanas desde la otra orilla del río. Y los cristianos, claro, sacaron todo su orgullo. "Es nuestro campanario, lo hemos construido nosotros solos....".

Todo podría haberse quedado en una hermosa anécdota y un bonito ejemplo de solidaridad y trabajo en común. Lo bueno es que ese campanario se convirtió de alguna manera en el símbolo de la parroquia, y cada vez que surgía una dificultad, diferencia o enfrentamiento entre la gente, siempre venía la misma reflexión: "Acordaos de lo que fuimos capaces de hacer para tener nuestro campanario...".

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