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lunes, 21 de febrero de 2011

El desparpajo de Myriam

A caballo entre la Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas -celebrada hace una semana- y el Día Internacional de la Mujer -que se celebrará dentro de poco- me viene a la memoria la historia de Myriam, una joven de Doba (Chad) cuyo empeño y determinación son dignos de admirar.

Cuando era muy niña tuvo la poliomielitis, esa maldita enfermedad que se puede evitar con una simple vacuna, erradicada desde hace décadas de nuestras latitudes, pero que en África sigue causando estragos y arruinando la vida de miles de niños y adolescentes. Myriam no tuvo la suerte de poder vacunarse y la enfermedad la dejó paralítica de cintura para abajo. Con todo, se considera afortunada, porque es una de las pocas personas minusválidas que pueden presumir de tener una silla de ruedas gracias, como no, a la ayuda de la Iglesia católica de Chad.

Cuando vino a verme me sorprendió su sonrisa y su determinación. No es normal ver en Chad a una persona que, siendo mujer y además minusválida, se desenvuelva con tal desparpajo. Sin tapujos y sin rodeos vino a decirme que quería montar una pequeña empresa de bordado para ganarse la vida, pero que no tenía dinero para empezar. "Mis piernas están muertas -me dijo-, pero mis manos son hábiles y puedo trabajar". Como prueba de ello me mostró unos pañuelos que ella misma había bordado. Ganas y entusiasmo no le faltaban. De lo que no disponía era de dinero para empezar. Por eso quería venderme los pañuelos. Me pedía por ellos 5.000 Francos CFA (algo menos de 10 euros).

Mirado en términos europeos, 10 euros era una miseria; pero analizado en términos del nivel de vida de Chad, era un precio desorbitado (suponía el equivalente al sueldo de diez días de trabajo). Como es costumbre en África, pasé un buen rato discutiendo el precio con ella; pero a diferencia de las mujeres que venden sus productos en el mercado, Myriam no se apeó de sus trece. Necesitaba el dinero para comprarse agujas, unas tijeras y algunos ovillos de hilos de colores. Ese era el precio y de ahí no se bajaba.

Después de mucho discutir, llegamos a un acuerdo. Yo le daba los 5.000 Francos pero como préstamo, con la condición de que me los fuese devolviendo a medida que su pequeña empresa de bordado fuese produciendo beneficios -sinceramente he de reconocer que se los di sin la esperanza de recuperarlos-. Ni qué decir tiene que aceptó encantadísima, y como prueba de su buena voluntad, me "regaló" los pañuelos que quería venderme. Cuando se fue, me quedé mirando los pañuelos y riéndome de mi mismo. "Al final se ha salido con la suya y me los ha encasquetado", pensé. Algo me decía que las cosas le irían bien, porque no tenía un pelo de tonta y sabía muy bien vender su producto.

Mi sospecha se confirmó un par de meses después. Myriam volvió a visitarme y no sólo me devolvió los 5.000 francos sino que me obsequió con un precioso mantel con sus correspondientes servilletas. Todo bordado con un gusto y una calidad exquisita. Viendo la calidad y belleza del bordado y el trabajo que le debió de costar hacerlo, acepté el mantel con gusto y le devolví los 5.000 Francos diciéndole "los pañuelos que me encasquetaste la otra vez no lo valían, pero este mantel vale mucho más que esos 5.000 francos. Quédatelos, porque te los has ganado".

Con la misma determinación de la primera visita, se negó a coger el dinero. "Un trato es un trato, yo soy mujer de palabra. Tú me prestaste ese dinero y yo te lo devuelvo, eso fue en lo que quedamos". Acto seguido abrió su mochila y sacó otro mantel, más hermoso aún que el que me había regalado. Me lo enseñó y esbozando una sonrisa llena de picardía me dijo: "¿Te gusta? si lo quieres, te lo vendo por sólo 5.000 Francos, por ser para ti".
Qué queréis que os diga, no fui capaz de decirle que no.


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