Esta semana se celebra la
Campaña Contra el Hambre de Manos Unidas con un lema -“Su mañana es hoy”-, que hace referencia al cuarto Objetivo del Milenio:
reducir la mortalidad infantil.
El último informe de Naciones Unidas
sobre el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio,
publicado el año pasado, indica que la situación de los niños ha
mejorado en algunos aspectos: se han incrementado las tasas de
vacunación contra algunas enfermedades, se han adoptado medidas
preventivas y terapéuticas contra el VIH/sida y el suministro de
nutrientes para evitar a corto plazo la desnutrición infantil está
siendo efectivo.
A pesar de ello, se nos siguen muriendo
diariamente más de 24.000 niños menores de cinco años, unos 17 cada minuto, la mayoría
de ellos durante el primer año de vida (en el tiempo que emplees en leer este blog, se habrán muerto unos 50). Es triste ver estas cifras, pero más triste es constatarlas en la realidad. Durante los ocho años que pasé en Chad, raro era el día que se me moría alguno en la parroquia. Siempre me sentí impotente y lleno de rabia por dentro, especialmente cuando el niño podía haberse salvado si sus padres hubiesen dispuesto de los medios necesarios.
Según UNICEF, el 70 por
ciento de esas muertes se producen por diarrea, paludismo, neumonía,
infecciones neonatales, parto prematuro y falta de oxígeno al nacer;
siendo la principal causa de esas enfermedades la desnutrición y la
falta de agua potable y de un saneamiento adecuado, todas ellas
causas que podrían evitarse fácilmente.
Para Manos Unidas, afirmar que “el mañana de los niños es hoy” implica tomar en serio la vulnerabilidad de su vida. Si las causas de tantas muertes están relacionadas entre sí, también tienen que estarlo las soluciones. Invertir en el futuro de los que tendrán en sus manos el destino de la humanidad supone dedicar cuantas energías sea posible para que ya su presente sea un poco mejor.
Es escandaloso y triste constatar que,
mientras los Gobiernos de los países ricos siguen dedicando enormes
cantidades de dinero para los llamados rescates financieros, recortan
cada vez más las ayudas al desarrollo con la excusa de que hay que
reducir gastos para disminuir el déficit.
Vivimos en un mundo que funciona,
desgraciadamente, al ritmo que marcan los indicadores económicos.
Constantemente vemos en los medios de comunicación noticias sobre la
crisis económica, los vaivenes de la Bolsa, los índices de riesgo o
la deuda pública, como si fuesen ellos los señores de nuestro
futuro. No pretendo banalizar la economía, cuyo papel en la vida
de toda sociedad es fundamental. Debemos preocuparnos cuando esos
indicadores son alarmantes y es responsabilidad de los Gobiernos
hacer todo lo posible para enderezar la situación. Pero me niego a que se sacrifique el presente -y sobre todo el futuro- de los que
vienen detrás por la simple e injusta razón de que las instituciones financieras, los grandes bancos o los especuladores han buscado siempre su único y exclusivo beneficio de la manera más inmoral con la confianza de que "ya vendrá papá Gobierno para rescatarme".
Sudán Meridional ha optado ya
oficialmente por la secesión. La independencia traerá consigo
grandes retos y un futuro no menos incierto. Los que serán sus
dirigentes el día de mañana son los que hoy luchan por sobrevivir.
Los niños sudaneses de hoy son los que tendrán que sacar el país
adelante. Si no les garantizamos un presente digno ni una educación
de calidad, pasarán veinte años y Sudán -como otros muchos países
de África y del Tercer Mundo- seguirán postrados en la pobreza y la
miseria.
El artículo 27 de la Convención de
los Derechos de los Niños afirma que los principales responsables
del desarrollo del niño son sus propios padres. Pero añade de
manera clara que “los Estados adoptarán medidas apropiadas para
ayudar a los padres y hacer efectivos esos derechos y, en caso
necesario, proporcionarán asistencia material y programas de apoyo,
particularmente con respecto a la nutrición, el vestuario y la
vivienda”. De cara al futuro, esta es, sin duda, la mejor
inversión.
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