Cuando llega la Cuaresma, algo bulle en
las comunidades cristianas de Chad. Cada año, por estas fechas, los
cristianos se van a la “brousse” (el bosque) para pasar tres días
meditando, orando y buscando caminos de vida renovada, para preparar
así la gran fiesta de la Pascua.
En aquellas latitudes Cuaresma y Pascua
coinciden con la estación más calurosa, justo antes de que
comiencen las lluvias, cuando el aire húmedo y el bochorno
tormentoso son más duros de soportar. Era cuando más sufría, pero
también cuando más feliz y lleno de vida me sentía, porque era una
experiencia rica, intensa, llena de la Palabra de Dios y del
compartir con la gente lo más profundo de sus vivencias y de su fe.
Cuando llegaba el momento del retiro
cuaresmal, los cristianos se daban cita en un lugar determinado.
Normalmente al pie de un gran árbol, a varios kilómetros de
cualquier zona habitada. Iban a pasar tres días alejados de todo, en
plena sabana, durmiendo en el suelo con un impresionante cielo
estrellado como único techo. Es una dinámica que les dice mucho,
por lo iniciático, por la salida al bosque, por el estar “fuera”,
como la salida de Jesús al desierto.
Recuerdo el último en el que
participé. Vino muchísima gente, cerca de doscientas personas.
Hasta la vieja Hélène, una anciana ciega y coja que, a pesar de
faltarle una pierna, todos los años recorre los dos kilómetros que
hay desde su vieja choza hasta el lugar del retiro. Llegó tarde,
cuando ya había anochecido. Aunque la noche no es obstáculo para
ella -sus ojos viven en constante oscuridad-, caminar por la sabana
con una sola pierna no es fácil. Fue la primera en levantarse por la
mañana, y lo primero que hizo fue venir a saludarme: “Bom, m’isi
ne; Mbay to maji” (Padre, ya estoy aquí; Dios es bueno). Los
catequistas habían preparado ya un pequeño rincón con pajas
trenzadas que serviría de capilla improvisada para colocar el
Santísimo, presencia del Señor que acompañará a la gente, como lo
hizo con el pueblo de Israel durante su travesía por el desierto.
Durante el día se iban desgranando los
temas de las catequesis: la necesidad de perdonarse y reconciliarse,
buscar el camino para llevar el mensaje del Evangelio a la vida
cotidiana, analizar lo que no funciona en la comunidad, el barrio o
el poblado... A un cierto momento, un hombre levanta la mano y pide
la palabra. Se lleva mal con su vecino porque un día sus cabras
entraron en su campo de mijo. Desde entonces no se hablan y él no se
siente feliz. Da la casualidad de que el propietario de las cabras
está también en el retiro y corrobora la historia afirmando que él
no puede estar todo el día pendiente de sus animales. Tras un
diálogo y un momento de oración, los dos vecinos se dan la mano, se
perdonan y se comprometen a no volver a discutir. El resto de la
gente lo celebra con un sonoro aplauso.
Al llegar la noche, todo se transforma.
En torno al altar improvisado en el que se encuentra el Santísimo
flanqueado por dos lámparas de petróleo, la gente se postra para
hacer su adoración. El cielo estrellado y el silencio de la sabana,
alumbrados tenuemente por la luz de las lámparas, crean un ambiente
hermoso, íntimo, en el que uno apenas puede ver al que está a su
lado, pero se siente en presencia de Dios y de la comunidad. Es uno
de los momentos más intensos del retiro. Alguna mujer entona
suavemente un canto que los demás siguen, también de forma suave,
como para decirle a Dios, sin molestarlo, que su pueblo está a sus
pies, que le quiere rendir homenaje y ponerse en sus manos. Surgen
espontáneamente oraciones por la paz, pidiendo perdón, de alabanza,
de acción de gracias… Lo vivido durante la jornada se hace oración
íntima y compartida. Cada uno va desgranando con sus palabras los
sentimientos del corazón para ponerlos en manos de su Señor. Al
final, un Padrenuestro y todos a dormir. Una enorme alfombra de
estrellas servirá de techo protector.
El último día es muy especial. Las
mujeres se levantan muy temprano para irse a lavar al río y
acicalarse como si fuera un domingo. Hay que ponerse elegante porque
se va a celebrar la Eucaristía de conclusión del retiro; una
Eucaristía muy especial. No hay prisas. En África nunca hay prisa,
las cosas importantes requieren su tiempo porque hay que vivirlas con
toda su intensidad. La Eucaristía, celebrada de manera festiva como
si fuera ya el día de Pascua, pone el broche de oro a tres días
intensos, llenos de la presencia de Dios. Los cristianos han vivido
su retiro y regresan al poblado cantando, orando, con el corazón
lleno de alegría y la fe renovada. Mientras yo, aquí en España,
pienso en cómo lo voy a celebrar este año.
Creo que para el misionero son experiencias bonitas y, claro, que se debe respetar sus tradiciones. Cada pueblo tiene sus riquezas que debemos valorarlo.
ResponderEliminar