Hoy se cumplen cien años
del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, una conmemoración que nació en
el mundo occidental en 1911 pero que cada vez cobra más fuerza en África,
un continente en el que la mujer vive todavía en situación de
marginación y de exclusión en muchos ámbitos de la vida social.
Los datos están ahí: el
80 por ciento de los pobres son mujeres; el 83 por ciento de las
niñas no escolarizadas vive en África; el 49 por ciento de las
escolarizadas no terminan la Primaria y de las que pasan a Secundaria, el 30 por ciento no llegan a terminarla; más de dos
tercios de los adultos analfabetos de África son mujeres... sin olvidar el ignominioso escándalo de la violencia sexual de la que son víctimas con frecuencia.
No es la primera vez que escribo en este blog sobre la mujer, ni será la última. Los años que viví en Chad me dieron la posibilidad de conocerla de cerca, de constatar con mis propios ojos que esos datos son una triste realidad. Constaté también que a pesar de ello y aunque cargada de
trabajo y frecuentemente marginada, la mujer africana posee una
enorme dignidad y una conciencia de su propio papel en la sociedad digna de admiración. Es ella la que sostiene la economía, no sólo la doméstica,
sino buena parte de la economía nacional. Las mujeres africanas generan, ellas solas, el 80
por ciento de los alimentos, controlan entre el 70 y el 90 por ciento
de las pequeñas transacciones comerciales, realizan la mayor parte
de las tareas agrícolas y la totalidad de las tareas domésticas. Y todavía les queda tiempo para colaborar en la marcha de su comunidad cristiana o de la parroquia. Reconozco sin rubor y con todas las de la ley que eran ellas las que hacían funcionar la mía y que en más de una ocasión me sacaron las castañas del fuego.
Aunque en la sociedad moderna se la sigue marginando, especialmente en los puestos de responsabilidad -yo tuve no pocos problemas por ponerlas en los puestos clave de la parroquia-, la historia nos dice otra cosa. Muchas han sido las mujeres que gobernaron los pueblos de
África, que guiaron a los suyos por sendas de prosperidad, de justicia y de reivindicación social, pero que desgraciadamente son poco conocidas -¿Por qué será?-. Fueron grandes mujeres que destacaron por su grandeza, por su sabiduría o por su audacia en
defensa de la independencia frente a las potencias coloniales:
Makeda, reina de Saba (Etiopía), Amina en el reino Hausa (Ngeria), Njinga en Angola
o Ranavalona en Madagascar son algunas de ellas.
Hoy, gracias a Dios y como si de una reencarnación de aquellas mujeres históricas se tratase, están surgiendo en el continente una
serie de mujeres con carácter que han sabido salir de esa
marginación y son una referencia para sus países. Una de ellas, Ellen Johnson-Sirleaf, se convirtió no hace mucho en la primera mujer que asumía la jefatura de Estado de un país africano por voluntad expresa de sus
ciudadanos. Johnson recibió hace muy poco el Premio Africano a la Igualdad de Género.
Cada vez es más
frecuente ver a mujeres que ocupan cargos importantes en los
ministerios o en los parlamentos africanos. Cada día son más las
mujeres que destacan en multitud de disciplinas de las ciencias y de
las artes: juristas, economistas, científicas o escritoras
contribuyen al desarrollo de un continente que tiene una gran deuda
con ellas. Hoy existen incluso varios movimientos y corrientes de un
feminismo propiamente africano,
movimientos que quieren reivindicar la dignidad de la mujer, no por oposición al hombre -como lo pretenden ciertos feminismos radicales e inútiles que tenemos que soportar en nuestro llamado "mundo civilizado"- sino del ser “mujer africana” con voz
e identidad propia. En la medida en que se le dé el espacio que le corresponde, el futuro del continente -y del resto del mundo- brillará cada vez más. No tengo ninguna duda de ello.
NB: Os invito a firmar la petición de que se le conceda el Nobel de la Paz 2011. (Aquí)
NB: Os invito a firmar la petición de que se le conceda el Nobel de la Paz 2011. (Aquí)
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