Quiero traer aquí un bonito testimonio que José María Michavila publica hoy en el diario El
Mundo. Una hermosa lección de los jóvenes participantes en la JMJ.
(Diario El Mundo, 23 de
agosto de 2011, pág. 10)
Historia de otra mochila
Pepe, de trece años, perdió su
mochila. No era una mochila cualquiera. Era su mochila de peregrino
de la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud), con su crucifijo, el
Evangelio, el móvil y algunos entrañables recuerdos personales. Y
también con todos sus ahorros: ¡veintiséis euros!
Lo preocupante del asunto es que no le
sucedió en un lugar cualquiera sino que fue en pleno paseo de la
Castellana, la avenida central más grande de la capital de España.
Tampoco era una hora cualquiera. Era el momento en que cerca de un
millón de jóvenes terminaron de rezar el vía crucis con el Papa el
pasado viernes 19 de agosto. Un grupo de amigos, en compañía de sus
hijos, había acompañado el rezo de la multitud sentados en el
asfalto central de la Castellana. Justo delante del Ministerio del
Interior.
Al terminar el acto, el Papa pasaba de
regreso. Quisieron acercarse para verle lo más cerca posible. En
esas, Pepe le pidió a su padre que le subiera a hombros. Y pudo ver
de cerca al Papa. Se quedó más que feliz. Pero en el lío del
momento su querida mochila quedó olvidada en el suelo. Un disgusto.
Nada grave, pero sí un disgusto. Pepe y sus amigos buscaron un buen
rato entre los miles de pies que allí andaban. Imposible. En esa
aglomeración no podía aparecer una mochila, que, además, era
exactamente igual a otros cientos de miles de mochilas.
Esa misma noche, ya muy tarde, Irene,
su hermana mayor, recibió una llamada en el colegio en el que dormía
con su equipo de voluntarios. Pese a la hora, estaba todavía
despierta y trabajando con un grupo de amigas, también voluntarias,
en procurar que la concentración de más de millón y medio de
jóvenes prevista para la noche del sábado saliera lo mejor posible.
Carlos, voluntario responsable del centro de atención de
incidencias, quería decirle algo. En una Iglesia de Alberto Alcocer
había una mochila. Dentro de ella, un papel hacía pensar en que el
dueño era hermano de Irene. Y así era. La mochila había pasado por
varias manos. Todas de buenas personas, de gente preocupada en
encontrar a su dueño y devolverla. Y lo consiguieron. Apareció la
mochila, el crucifijo, el Evangelio, el móvil y los veintiséis
euros.
No hace falta ser un eminente jurista
para saber bien que, por desgracia, hay que hacer leyes para
sancionar a los que roban. Y que, cuando hay un grupo algo numeroso
de gente, siempre hay alguien que roba o que se aprovecha de un
descuido ajeno. Que la ley es necesaria, pero que no basta. Y que no
vale cualquier ley. Que hay leyes buenas, que dan buenos resultados
para la convivencia, y leyes que no ayudan a mejorar la sociedad.
No hace falta ser peregrino de la JMJ
para recordar que hay algo mucho más eficaz que las leyes para hacer
una sociedad mejor. Aunque no está de más escuchar que no podemos
sentirnos dioses para hacer leyes que decidan quien tiene derecho a
vivir y quién no. Y que ese mundo mejor no lo crea el puro poder, el
derecho positivo, la norma escrita, los parlamentos o los boletines
oficiales sin más. Ese mundo lo crean personas y leyes que respetan
a todos porque saben valorar la dignidad de los demás como la suya
misma. Que tienen la humildad de saber que hay verdades, cosas que
son como son. Y no está nada mal aprender que es posible encontrar
un mundo de convivencia basado en el respeto a los demás. Incluido
el respeto a su mochila perdida. Otra mochila con un móvil. Esta vez
de paz. Así lo aprendió en esas jornadas mi hijo Pepe.
José María Michavila fue ministro de
Justicia en el Gobierno de Aznar y actualmente es profesor de Derecho
de la UCM.
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