Desde mi despacho en la redacción de
Mundo Negro oigo el ensordecedor estruendo de los pitidos de los
coches que no pueden acceder a la A2 (autopista que llega del
aeropuerto de Barajas y por la que se accede al centro de Madrid). La
curiosidad me pica y salgo a la calle a ver qué pasa. Han cortado el
acceso a la autopista que está justo delante de nuestra casa. El
follón es impresionante. Hoy llega el Papa a Madrid, y los cortes de
circulación y las medidas de seguridad están haciendo de Madrid y
de su tráfico rodado un verdadero caos, pese a ser el mes de agosto.
Llevo varios días dándole vueltas a
todo este asunto: la JMJ, los indignados, las manifestaciones de los
“anti-Papa” y todas las polémicas y comentarios que salen en los
medios de comunicación. Es evidente que la visita de Benedicto XVI a
España no deja indiferente a nadie.
Por una parte, me alegra ver estos días
la ciudad. Está a rebosar de gente. Son multitudes de jóvenes, de
todas las razas, lenguas, colores y edades. Madrid es una fiesta
multicolor en la que la inmensa mayoría de los jóvenes están dando
ejemplo de civismo, alegría, espontaneidad y ganas de celebrar la
alegría de ser joven y cristiano. En eso na hay ninguna duda: la JMJ
es un acontecimiento maravilloso en el que uno se da cuenta que la fe
y sus múltiples maneras de vivirla y celebrarla son la mayor riqueza
de nuestra Iglesia y que los jóvenes son su mayor exponente. Como
Combonianos tenemos una presencia en el parque del Retiro de Madrid.
A ella acuden a diario miles de personas que evidencian esa
multiculturalidad, diversidad y riqueza. Hay alegría, espontaneidad,
un regalo para todos los que nos consideramos cristianos.
Pero está también la otra parte, la
de la polémica, la de una Iglesia que busca la ostentación y la
grandiosidad, una Iglesia que, para sufragar los gastos de semejante
ostentación, no ha tenido reparos en aliarse con los ricos y
poderosos de este mundo, con los que están al origen de la crisis
económica que estamos viviendo y que a tantas familias ha dejado en
la mayor de las desesperaciones. Grandes empresas y grupos
financieros que no tienen reparo en dar por un lado su apoyo a la JMJ
(cuestión de imagen y de márketing) y por otro financiar guerras
injustas, ventas de armas y explotación de los más pobres y más
débiles. Y lo más triste es que nuestro cardenal lo justifica
diciendo que “es lo que se hace normalmente cuando hay otro tipo de
acontecimientos culturales o deportivos”.Sí, es lo que se suele hacer, pero no con cualquiera ni a cualquier precio, digo yo.
Algunos colectivos han dicho que “sí,
pero no así”. Es decir, que sí están a favor de la visita del
Papa y de la JMJ -¿Y quién no lo está, viendo lo maravilloso que
está siendo el ver tanto joven en nuestras calles?-, pero no de esta manera. Yo me uno a
ellos. Creo que se puede ser cristiano y manifestarlo de mil maneras,
pero, desde luego, jamás desde semejante ostentación y
parafernalia. Desgraciadamente, en la organización y en los actos
litúrgicos y oficiales está quedando de lado esa iglesia de la calle,
la de los pobres, la de las comunidades de base. No es esa “otra
Iglesia”, como algunos afirman erróneamente. No es otra.
La Iglesia de los ricos y la de los pobres son la misma, es una sola,
pero con formas diferentes de ser y de manifestarse. Lo triste es que a nuestra jerarquía le gusta mostrar sólo una cara. Y si no me creen, miren quienes son los grupos y movimientos que protagonizan todos los actos oficiales.
La
decisión de obligar a los religiosos y religiosas que serán
recibidos por el Papa en El Escorial a llevar el hábito
correspondiente es una muestra más de esa obsesión por la imagen, por mostrar una Iglesia clásica y formal. En este sentido, no tiene
desperdicio el editorial de la revista Vida Nueva del pasado 26 de
junio (os lo recomiendo sinceramente).
Me entristeció ver que en la Misa de inauguración oficial de la JMJ presidida el otro día por el cardenal Rouco se dio rienda suelta al uso del latín (no tengo nada contra él, ojo) y se ignoraron tantas y tantas lenguas nativas de los miles de jóvenes que abarrotaron la plaza de Cibeles y los aledaños. ¿No es un encuentro internacional?
Madrid será estos días un poquito el
centro del mundo. Todos los ojos están puestos en nuestra ciudad. Yo
me quedo con la frescura de los jóvenes, con su alegría y
espontaneidad, con esa maravillosa oportunidad y ese hermoso regalo
que es tener en nuestra casa tanta vitalidad, tanta alegría y tanta
riqueza cultural. Lo demás... Ya Dios lo juzgará.
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