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jueves, 1 de septiembre de 2011

Líderes de piel negra

Cuando la Asamblea General de Naciones Unidas declaró 2011 como “Año Internacional de los Afrodescendientes”, la revista Mundo Negro se propuso darle un protagonismo especial a la población afro, tal y como era el deseo de su fundador, el P. Enrique Faré, quien escribía en el editorial del primer número: “Mundo Negro quiere ser portadora de la vida y los problemas de los negros, no sólo de África, sino de todo el mundo que llamamos breve y simplemente 'mundo negro', sin la más mínima intención de desprecio o de desestimación de los negros frente a los blancos”.

Desde sus inicios, hace ya más de medio siglo, Mundo Negro ha intentado ser fiel a ese deseo y no quiere dejar escapar ninguna ocasión que se presente para tocar la realidad de los negros que viven en otros lugares, particularmente en el continente americano. El vigésimo tercer encuentro de Antropología y Misión, celebrado el pasado mes de febrero, tuvo por título "Afrodescendientes, comunidad viva con identidad propia". Su objetivo fue poner de relieve la realidad de los negros que viven hoy fuera de África pero que siguen teniendo en ella sus raíces. Una comunidad viva, a pesar de que sigue siendo marginada, olvidada y en ocasiones incluso ignorada, pero también una comunidad que, dentro de la diversidad que supone el entorno diferente en el que vive, tiene una identidad y una cultura propias marcadas por sus raíces africanas. Durante este año, además, la revista dedica cada mes una pequeña sección a las diferentes comunidades afrodescendientes que pueblan el continente americano.

El pasado mes de junio tuve la oportunidad de viajar a Colombia y Ecuador para conocer más de cerca esa realidad y ser testigo directo de la lucha de los afroamericanos por mantener viva su memoria y sus raíces. Fruto de ese viaje son dos reportajes que Mundo Negro publica en el número de septiembre -y a los que seguirán otros en los próximos meses- en el que presentamos los anhelos del pueblo afroecuatoriano, una comunidad que, pese a vivir a veces en situaciones extremas de violencia y marginación, no ceja en su empeño por defender su propia cultura  y reivindicarse a sí mismo.

En Ecuador, como en otros lugares del continente americano, es normal que los negros se queden fuera de las instancias de decisión políticas, económicas y sociales. Frente a esta situación de marginalidad, las organizaciones negras luchan por recuperar las tradiciones culturales y exigen un reconocimiento que les sigue siendo negado por buena parte de la sociedad. Al frente de esas asociaciones hay una serie de líderes, hombres y mujeres en su mayoría anónimos, pero con una gran capacidad de organización y un carisma particular. Tuve la ocasión de hablar con ellos y pude constatar su fuerza y su orgullo de ser negros. Algunos son académicos o maestros, otros, en cambio, simples ciudadanos, jóvenes y mayores, que han descubierto en su negritud la principal fuente de su identidad.

En ese viaje constaté también la gran aportación que la Iglesia está haciendo en esa lucha por el reconocimiento y la visibilidad de los afroecuatorianos. La mayoría de los movimientos comenzaron gracias al compromiso de la pastoral afro, y buena parte de los líderes con los que me crucé reconocían que lo que son hoy se lo deben en gran medida a los misioneros que despertaron en ellos el espíritu de lucha para reivindicar sus derechos y les ayudaron a descubrir el valor y la dignidad de ser negro.

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