La exhortación
apostólica
Áfricae Munus (El compromiso de África), que
Benedicto XVI entregó a la Iglesia africana durante su reciente
visita a Benín como conclusión del II Sínodo Africano, es una
llamada a la esperanza y una invitación a mirar con optimismo el
futuro del continente y a renovar el compromiso en favor de la
reconciliación, la justicia y la paz, elementos básicos para la
vida de todos los pueblos y de los que África está especialmente
sedienta.
Con una excelencia
teológica, propia de Ratzinger, Benedicto VXI ahonda en las raíces
más profundas de la reconciliación describiéndola como un don que
sólo puede venir de Dios a través de Jesucristo, pero que necesita
de la intervención de los hombres para hacerse efectiva y real.
Según el Papa, “la reconciliación y la justicia son las dos
condiciones esenciales de la paz. Una paz conseguida sin justicia es
ilusoria y efímera; y una justicia que no brote de la reconciliación
por la verdad en el amor queda inacabada”. La Paz auténtica, la
que se escribe con letras mayúsculas y es capaz de curar todas las
heridas del pasado, “no es fruto de negociaciones y acuerdos
diplomáticos basados en intereses, es la paz de la humanidad
reconciliada consigo misma en Dios y de la que la Iglesia es el
sacramento”.
El nacimiento de Jesús
en Belén, que pronto vamos a celebrar, es la culminación de esa
reconciliación entre Dios y la humanidad. El Misterio de la
Encarnación no es otra cosa que la manifestación de la voluntad de
Dios por estar en medio de su pueblo, su deseo de hacerse humano
para, junto con los hombres y mujeres de buena voluntad, buscar
caminos de reconciliación, de justicia y de paz.
Esta iniciativa divina no
excluye, sin embargo, la actuación humana. Dios viene a salvar a su
pueblo y quiere que sea el mismo pueblo el actor principal de su
salvación. Sólo Dios es artífice y fuente de paz, pero para que
la paz se dé es necesario que el hombre la busque, la fomente y la
defienda. No basta con que Dios se encarne y se reconcilie con la
humanidad. Es preciso que la humanidad se reconcilie también consigo
misma.
En este sentido, Africae
Munus
nos llega como una hermosa carta de Navidad en la que Benedicto XVI
ofrece un programa concreto para la búsqueda de esa ansiada
reconciliación. Una carta que nos invita a confirmar la opción
preferencial por los más pobres, condenar sin paliativos la
ignominiosa explotación de las riquezas del continente africano por
parte de los países ricos, exigir que se haga justicia a las
víctimas de la guerra y la violencia -”sin justicia no puede haber
una verdadera reconciliación”, afirma el Papa-, defender los
derechos de refugiados y desplazados o tener una atención especial a
los enfermos de sida, no solamente desde el punto de vista médico,
sino también ético y moral.
Estamos a punto de
clausurar un año que ha sido intenso en lo que a la actualidad del
continente africano se refiere. Las revueltas en el Magreb, la
pertinaz sequía del Cuerno de África con la consiguiente situación
de hambruna para millones de personas, la crisis marfileña, la
independencia de Sudán del Sur, la concesión del Premio Nobel de la
Paz a Ellen Johnson o las elecciones presidenciales en varios países
-algunas modélicas, otras no tanto-, dejan sentimientos encontrados
y nos dicen que, aunque todavía queda mucho camino por recorrer,
África ha emprendido la senda de la reconciliación. El II Sínodo
Africano puso unas bases sólidas a esa senda, Africae Munus
podrá servir de guía para el camino. Sólo falta que África empiece a caminar.
Por cierto, y a modo de post data, muchas de las cosas que el Papa dice a la Iglesia y al pueblo de África podrían servirnos a nosotros también -particularmente a nuestros políticos-; de manera especial lo que se refiere a la reconciliación, a la necesidad de un protagonismo humano en la búsqueda del bien común y en la lucha por la verdad, la justicia y la paz.