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viernes, 2 de diciembre de 2011

Carta de Navidad


La exhortación apostólica Áfricae Munus (El compromiso de África), que Benedicto XVI entregó a la Iglesia africana durante su reciente visita a Benín como conclusión del II Sínodo Africano, es una llamada a la esperanza y una invitación a mirar con optimismo el futuro del continente y a renovar el compromiso en favor de la reconciliación, la justicia y la paz, elementos básicos para la vida de todos los pueblos y de los que África está especialmente sedienta.

Con una excelencia teológica, propia de Ratzinger, Benedicto VXI ahonda en las raíces más profundas de la reconciliación describiéndola como un don que sólo puede venir de Dios a través de Jesucristo, pero que necesita de la intervención de los hombres para hacerse efectiva y real. Según el Papa, “la reconciliación y la justicia son las dos condiciones esenciales de la paz. Una paz conseguida sin justicia es ilusoria y efímera; y una justicia que no brote de la reconciliación por la verdad en el amor queda inacabada”. La Paz auténtica, la que se escribe con letras mayúsculas y es capaz de curar todas las heridas del pasado, “no es fruto de negociaciones y acuerdos diplomáticos basados en intereses, es la paz de la humanidad reconciliada consigo misma en Dios y de la que la Iglesia es el sacramento”.

El nacimiento de Jesús en Belén, que pronto vamos a celebrar, es la culminación de esa reconciliación entre Dios y la humanidad. El Misterio de la Encarnación no es otra cosa que la manifestación de la voluntad de Dios por estar en medio de su pueblo, su deseo de hacerse humano para, junto con los hombres y mujeres de buena voluntad, buscar caminos de reconciliación, de justicia y de paz.

Esta iniciativa divina no excluye, sin embargo, la actuación humana. Dios viene a salvar a su pueblo y quiere que sea el mismo pueblo el actor principal de su salvación. Sólo Dios es artífice y fuente de paz, pero para que la paz se dé es necesario que el hombre la busque, la fomente y la defienda. No basta con que Dios se encarne y se reconcilie con la humanidad. Es preciso que la humanidad se reconcilie también consigo misma.

En este sentido, Africae Munus nos llega como una hermosa carta de Navidad en la que Benedicto XVI ofrece un programa concreto para la búsqueda de esa ansiada reconciliación. Una carta que nos invita a confirmar la opción preferencial por los más pobres, condenar sin paliativos la ignominiosa explotación de las riquezas del continente africano por parte de los países ricos, exigir que se haga justicia a las víctimas de la guerra y la violencia -”sin justicia no puede haber una verdadera reconciliación”, afirma el Papa-, defender los derechos de refugiados y desplazados o tener una atención especial a los enfermos de sida, no solamente desde el punto de vista médico, sino también ético y moral.

Estamos a punto de clausurar un año que ha sido intenso en lo que a la actualidad del continente africano se refiere. Las revueltas en el Magreb, la pertinaz sequía del Cuerno de África con la consiguiente situación de hambruna para millones de personas, la crisis marfileña, la independencia de Sudán del Sur, la concesión del Premio Nobel de la Paz a Ellen Johnson o las elecciones presidenciales en varios países -algunas modélicas, otras no tanto-, dejan sentimientos encontrados y nos dicen que, aunque todavía queda mucho camino por recorrer, África ha emprendido la senda de la reconciliación. El II Sínodo Africano puso unas bases sólidas a esa senda, Africae Munus podrá servir de guía para el camino. Sólo falta que África empiece a caminar.

Por cierto, y a modo de post data, muchas de las cosas que el Papa dice a la Iglesia y al pueblo de África podrían servirnos a nosotros también -particularmente a nuestros políticos-; de manera especial lo que se refiere a la reconciliación, a la necesidad de un protagonismo humano en la búsqueda del bien común y en la lucha por la verdad, la justicia y la paz.

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