En un mundo tan
globalizado como el nuestro, la solución a los problemas que afligen
a la humanidad, especialmente en el continente africano, pasan
ineludiblemente por aunar esfuerzos, trabajar juntos y superar el
individualismo al que algunos modelos de sociedad nos pretenden
llevar. La ONU no se equivoca al considerar las pequeñas
cooperativas y asociaciones comunitarias como una herramienta eficaz
para luchar contra el subdesarrollo, porque contribuyen de manera
concreta a la reducción de la pobreza, favorecen la seguridad
alimentaria y promueven el desarrollo rural y la integración social.
Esta proclamación llega,
además, en un momento en el que el tema de la tierra se está
convirtiendo en uno de los grandes problemas del continente africano.
Desde hace varios años, empresas o gobiernos extranjeros están
comprando grandes extensiones de tierra con el fin de dedicarlas a
cultivos extensivos destinados a la exportación para la elaboración
de agrocombustibles, en detrimento de una población local que cada
vez tiene más dificultades para sobrevivir.
Hablar de la tierra en
África no es cualquier cosa. Es la madre que da el alimento, el
hogar que acoge a los difuntos y donde reposan los antepasados,
patrimonio colectivo e inalienable que goza de un carácter sagrado.
Por eso, el hecho de que se venda a empresas o gobiernos extranjeros
es para los campesinos africanos, que son la mayoría de la
población, peor que una traición; es como vender la propia vida. En
los últimos cinco años, más de 50 millones de hectáreas de
tierras cultivables -una extensión tan grande como casi toda España-
han ido a parar a manos extranjeras. Ya no se trata solamente del
expolio de las riquezas que hay en el subsuelo. Si la venta incontrolada
continúa, la población africana corre el riesgo de verse desposeída
hasta del mismo suelo.
La exhortación
apostólica "Africae Munus", firmada por Benedicto XVI en su
reciente viaje a Benín, denuncia sin ambigüedad “que una minoría confisque los bienes de la
tierra en detrimento de pueblos enteros”, y exhorta a la Iglesia
africana a “alentar a los gobernantes a proteger los bienes
fundamentales como la tierra y el agua para la vida humana de las
generaciones actuales y las del futuro”.
La creación y
fortalecimiento de cooperativas y organizaciones comunitarias
contribuirá, sin duda, a luchar contra esa confiscación o venta
indiscriminada de bienes tan preciados y a garantizar un futuro mejor
para las generaciones venideras. La experiencia que viví en Chad así me lo ha demostrado. Allí donde un grupo de personas, por pobres que sean, se ponen a trabajar juntas, el resultado siempre es asombroso.
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