El próximo día 23 se celebra el día del DOMUND, conocido popularmente como el día en que se pide dinero para las misiones. Los tiempos han cambiado y la concepción de la misión también, aunque hay que reconocer que en la mente de mucha gente todavía sigue esa imagen de la hucha con un "chinito" o un "negrito" que pasan hambre y necesitan ser evangelizados.
Para nosotros, los misioneros, es un día muy especial.
Aparte de hacer un esfuerzo para presentar el verdadero rostro de la misión hoy, nos corresponde animar aun con mayor intensidad a nuestra vieja Iglesia española, para que deje de mirarse tanto a sí misma y se abra a los demás con una mirada menos paternalista y más fraterna.
Como cada año, el Papa escribe un mensaje con motivo del Día Mundial de las Misiones. He de reconocer que esos mensajes pocas veces me llenaban y a duras penas veía en ellos alguna novedad. El de este año, sin embargo, me ha gustado. Quizás sea porque una de las grandes cualidades de Benedicto XVI es la de saber sintetizar y expresar las ideas de forma clara y brillante, se esté o no de acuerdo con él.
El mensaje de este año lleva por título “como el Padre me ha enviado, así también os
envío yo (Jn 20, 21)”. Aunque a primera vista parece un título
simple y poco original para una jornada misionera, su contenido saca a la luz lo que esas palabras de Jesús significan hoy
no sólo para los creyentes, sino para todos aquellos que buscan el
bien de la humanidad.
En primer lugar,
afirma que para ser fiel a su vocación misionera, la Iglesia “nunca
puede encerrarse en sí misma. Se enraíza en determinados lugares
para ir más allá”. Nacida en tierras de Palestina y en un
ambiente cultural judío, la Iglesia llegó a Europa y Asia y se
extendió por todos los rincones del planeta, llegando al Nuevo Mundo
y echando raíces profundas en el continente africano. Hoy ya no se
habla de una Iglesia europea que da o de la que parten misioneros, y
otra que recibe. El envío misionero tiene hoy origen en cualquier
país del mundo. Arraigada ya en los cinco continentes, sigue
sintiendo la llamada a ir más allá.
Ya no es noticia ver misioneros
asiáticos trabajando en África, africanos en América Latina o
latinoamericanos en Europa. El carácter geográfico de la misión
está dando paso a otro más singular y que tiene su raíz en la
verdadera llamada a la misión: la de salir de uno mismo para
acercarse al otro allí donde esté, con su pobreza y su sufrimiento,
pero también con su riqueza y su dignidad.
Por otra parte, citando la
encíclica Evangelii Nuntiandi de Pablo VI, Benedicto XVI deja bien
claro que “no se puede aceptar que en la evangelización se
descuiden la promoción humana, la justicia y la liberación de toda
forma de opresión. Desinteresarse de los problemas temporales de la
humanidad significaría ignorar la doctrina del Evangelio acerca del
amor hacia el prójimo que sufre o padece necesidad”. Cada
cristiano es un enviado de Dios para paliar la pobreza y el
sufrimiento de su semejante, ya sea esa pobreza de orden espiritual,
intelectual, moral o material.
Por último, el Papa recuerda que la misión universal “implica a todos, a todo y
siempre”. Todos estamos implicados en ella, no de manera esporádica
y ocasional, cuando llegan campañas misioneras como el DOMUND, la
Infancia Misionera o la Campaña contra el Hambre, entre otras
muchas. Cada día, cada semana, cada mes, los que hemos escuchado la
Palabra de Dios y queremos ponerla en práctica debemos hacer de ella
nuestro modo constante de vida. “Por su participación responsable
en la misión de la Iglesia -concluye el mensaje del Papa- el
cristiano llega a ser constructor de la comunión, de la paz, de la
solidaridad que Cristo nos ha dado, y colabora en la realización del
proyecto salvífico de Dios para toda la humanidad”.
El “así os envío yo”
de Jesús a los Apóstoles es, para los cristianos hoy, una llamada a ser
esos constructores de solidaridad, de vida, de paz y de comunión. Somos enviados a
ser constructores y colaboradores de Dios en ese proyecto para toda
la humanidad.
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