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martes, 25 de octubre de 2011

No olvidemos a la vieja Jeanne

No hace mucho vi en un blog un comentario en el que alguien publicaba un montaje fotográfico que mostraba el rostro de Steve Jobs, el fundador de Apple, y varios niños africanos esqueléticos y pidiendo algo de comer. El titular era de lo más elociuente: "Una persona muere, 100 millones lloran por ella. Millones de personas mueren, nadie llora por ellas". Me impactó mucho, debo confesarlo, y me hizo reflexionar.

Hoy he visto en los telediarios y en la prensa escrita -especialmente en la deportiva- la cobertura mediática que se ha dado a la muerte del motociclista italiano Marco Simoncelli, y ha vuelto a mi memoria lo publicado en aquel blog.

No tengo nada contra Steve Jobs ni contra Simoncelli, como tampoco tengo nada contra Antoñete -torero donde los haya- ni ninguna otra personalidad pública o privada que haya destacado en el mundo de los negocios, del deporte, del arte o de la cultura. A todos ellos respeto y a muchos los admiro por lo que han dado a nuestro mundo y a nuestra sociedad.

Lo que ya me escuece un poco por dentro y hace que me sienta mal es cómo nuestra sensibilidad y nuestros sentimientos -merecedores también de todo respeto- se disparan cuando una persona famosa se muere, y lo fríos que nos quedamos ante los millones que diariamente son expulsados de este mundo -si, expulsados- porque se les ha negado el pan, la medicina o simplemente las ganas de vivir.

A mi se me rompió el alma cuando me enteré de que la vieja Jeanne, una anciana de mi parroquia en Chad, se había muerto. No era conocida. Era una simple viuda que ni siquiera tuvo quien le llorase en el entierro. Algunos no comprendieron que su muerte me doliera tanto. Al fin y al cabo era eso, una simple viuda como las miles de viudas que hay en Chad. Nadie hizo un minuto de silencio por ella en un estadio de fútbol, no salió ni en los telediarios ni en las revistas del corazón. Su muerte fue una más.

Y sin embargo, la vieja Jeanne había hecho tanto o más bien que todos esos artistas, deportistas o toreros. Jeanne pasó su vida haciendo el bien, dando ejemplo y testimonio de simplicidad, de humildad y, sobre todo, de generosidad. Yo recibí de ella el mayor testimonio durante los ocho años que viví en Chad.

Tampoco pido que le hagan un homenaje póstumo, ni que se exponga su cuerpo en una capilla ardiente para que todos la admiren y le presenten sus respetos antes de llevarla a su última morada. Lo que sí me gustaría es que tuviésemos los ojos y el corazón más abierto para saber apreciar a tantas y tantas personas que diariamente son "Santos en vida", en lugar de adorar a los que nos presentan en los medios de comunicación, por muy famosas que sean.

Simoncelli, Steve Jobs y Antoñete son tres. Como ellos habrá muchos más por ahí. Pero personas como la vieja Jeanne son millones; y lo triste es que ese pequeño detalle se nos escape con tanta facilidad. Ahora que se acerca el mes de noviembre y todos iremos a los cementerios para recordar a nuestros difuntos, recordemos también a tantos y tantas Santos que hubo, hay y habrá en nuestro amado mundo. Recordemos, como no, a Simoncelli, a Antoñete o a Steve Jobs; pero, por favor, no nos olvidemos de la vieja Jeanne.

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