Sigo
presentándoos a mis parroquianos. Se llama Sylvie Yoassem. Es
nuestra cocinera y se dispone a limpiar un capitán, el pescado más suculento que he comido en Chad. Yoassem significa algo así como “la muerte me basta”. A ella
no le gusta mucho ese nombre. Dice que no sabe por qué se lo pusieron, pero que
a ella eso de la muerte no le va, así que prefiere que la llamemos Sylvie. El
hecho de que os quiera hablar de ella no es porque sea nuestra cocinera, sino
porque tiene otras muchas ocupaciones, todas ellas en la parroquia.
Bautizada cuando
ni tan siquiera tenía un mes, hizo la Primera Comunión y se confirmó en Sarh.
Se casó en 1997, hace ahora 20 años, pero su marido falleció. Tiene varios
hijos, de los que se ocupa con un amor de madre gracias al salario que gana
como cocinera, que no es mucho.
Es responsable y
animadora de su comunidad de barrio, responsable del grupo de chicas Annuarite,
(grupo que lucha contra la mutilación genital femenina), miembro de la Legión
de María, catequista de niños y adultos, forma parte de la comisión parroquial
de catequesis, lectora en la misa de los domingos; lo digo porque no es
fácil encontrar mujeres capaces de leer en lengua sará o en francés (y ninguna de las dos es su lengua materna, ella es ngambay)... y no sé
cuantas cosas más. Los lunes asiste a la reunión semanal de su capilla, los
martes a la de la Legión de María, los miércoles da la catequesis a adultos,
los jueves anima la reunión de su comunidad de barrio, un viernes al mes tiene la
reunión del comité de catequesis, los sábados formación de catequistas y los
domingos la Misa. Su agenda a veces está más cargada que la mía, y eso sin
olvidar que su horario laboral es de 7:30 a 13:30 y de 18:00 a 20:00, de lunes
a sábado.
Al igual que
Gandá o Madjita, es una de las fieles incondicionales a la misa matinal, a la
que no falta nunca antes de venir a nuestra casa para trabajar. Los domingos es
normal verla rezar un rato en la capilla antes de la misa. Mujer simple y
convencida de su fe, tiene la enorme cualidad de saber estar atenta a las
necesidades de los demás, especialmente de los enfermos. Su comunidad es con
diferencia la mejor de toda la parroquia. No es de extrañar, viendo su
capacidad para coordinar y su elocuencia a pesar de que a primera vista parece
una mujer tímida y débil. Aquí en África el hecho de que no se echa para atrás
siendo viuda es todo un ejemplo a seguir, y su preocupación por los demás un
estímulo para todos.
Cada vez que hay
algún enfermo en el barrio o alguien que tiene un problema sea del tipo que
sea, viene a contármelo y a consultarme sobre qué se puede hacer. Lo llamativo
del asunto es que no viene a pedirme ayuda material, sino consejo. Me pregunta
qué es lo que ella o su comunidad pueden hacer y remueve Roma con Santiago para
hacerlo.
Su trabajo como
cocinera es impecable. Es más, se preocupa de nosotros y de que estemos bien a
todos los niveles. Al verme tan delgado me dijo que no podía trabajar tanto sin
comer bien, y todos los días, a media mañana, prepara la “boullie” (una bebida
muy nutritiva a base de arroz, mijo, leche y cacahuetes) y viene a buscarme a
mi cuarto para que deje lo que estoy haciendo y me la tome. Como mujer y como
madre, tiene detalles que son de lo más hermoso. El otro día me vio barriendo
mi despacho de la parroquia y sin decir palabra me quitó la escoba y se puso
ella a barrer. Luego se puso a quitar el polvo de los muebles, las paredes, los
archivos…. En fin, que se pasó toda la tarde limpiando aprovechando que está de
vacaciones y que no tenía que venir a la casa para preparar de comer. Lo dicho…
mucho más que una cocinera.