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jueves, 21 de abril de 2011

"Lo Yo"

La Semana Santa en Chad siempre ha sido muy especial, como en el resto de África, me imagino. Mientras aquí la vivimos con esa mezcla de devoción popular, fe arraigada y un toque bastante grande de folclore y tradición, en África se celebra por todo lo alto. Los que más intensamente lo viven son siempre los catecúmenos que ultiman su preparación para el Bautismo.

Tras una cuaresma muy intensa en la que catecúmenos y cristianos salen a la "brousse" para hacer sus retiros, viene el momento fuerte que culminará con la Vigilia Pascual, los bautismos y las primeras comuniones. Tanto el Domingo de Ramos como el Triduo Pascual se celebran por doquier con un sinfín de actividades, encuentros, retiros y catequesis, en los que los pocos sacerdotes que estamos hemos de multiplicarnos sin descanso para asistir a todos.

Recuerdo muy especialmente la celebración del Viernes Santo; y más que la celebración litúrgica de la Muerte del Señor, la vigilia de oración que se hace después, ya que era para mi uno de los momentos más intensos y emotivos por cómo lo vivía la gente, integrándolo en su cultura y su tradición. Si hay algo que se vive de manera muy intensa en África es la muerte.

Cuando una persona muere, toda la familia y todo el poblado se moviliza. Enseguida se organiza lo que en lengua local se llama "Lo Yo" (el lugar de la muerte). El velatorio se hace en casa del fallecido. Mientras se vela el cadáver se van entonando cantos fúnebres alternando con historias o anécdotas en memoria del fallecido. Si la familia es cristiana, se avisa a la comunidad y se organizan también cantos religiosos y momentos de oración. Así se pasa toda la noche. Los que acuden a dar el pésame a la familia aportan algún presente, mientras que la familia del difunto debe acoger a todos los que llegan, ofreciéndoles un té o algo de comer.

Tras una noche en vela acompañando y recordando al difunto, se le lleva a enterrar y la familia regresa a su casa, donde continuará el velatorio durante tres días si el difunto era un hombre o cuatro en el caso de que sea una mujer.

La muerte de Cristo no había de ser menos, por lo que tras la celebración litúrgica y la adoración de la cruz se organiza también el "Lo Yo". Nada más terminar los oficios, se saca la cruz fuera de la iglesia y se coloca en un lugar especial, a la vista de todos -como si del cadáver se tratase- para hacer el velatorio. La comunidad cristiana se organiza y durante toda la noche se vela al "difunto".

Se entonan cantos fúnebres y entre canto y canto se van leyendo pasajes del Evangelio, especialmente aquellos que hacen referencia a la vida, milagros y enseñanzas de Jesús, haciendo memoria del que "ya no está entre nosotros". De vez en cuando alguna persona hace un pequeño discurso cantando las alabanzas del difunto o compartiendo con los presentes alguna gracia recibida. La presencia del sacerdote o del catequista es muy importante, porque es quien "mejor conocía al difunto" y quien puede hablar de él, animando a la gente con palabras de esperanza y consuelo. Y así se pasa toda la noche. Las diferentes comunidades de base y los grupos y movimientos eclesiales de la parroquia se van turnando para velar al cuerpo sin vida de Jesús, para que en ningún momento se quede solo.

La parroquia, por su parte, se encarga de acoger a los que van llegando, ofreciendo una taza de té o algunas galletas para que nadie desfallezca durante las largas horas de vigilia. Al amanecer, se vuelve a introducir la cruz en la Iglesia, esperando a que llegue la Noche Santa, la gran fiesta de la Resurrección.

Para mi era siempre uno de los momentos más intensos de la Semana Santa. Siempre se me ponía la piel de gallina escuchando los testimonios de la gente, asumiendo y viviendo la muerte de Jesús como un hecho tan real como la vida misma. Muerte real de un hombre que lo dio todo por amor. Muerte real de un Dios que quiso ser uno de los nuestros y por el que afortunadamente aun queda gente que le organiza su "Lo Yo".

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