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lunes, 25 de abril de 2011

Pascua... pasada por agua

Se terminó la Semana Santa. En España mucha gente se quedó desilusionada por no haber podido salir en procesión. La lluvia tiene esos caprichos. Todo un año preparándose y al final la lotería meteorológica ha jugado una mala pasada. Una vez concluidas las celebraciones -solemnes en algunos sitios, más sobrias en otros-, volvemos a nuestra rutina cotidiana.

A mi me queda la espina de no haberla podido celebrar en Chad, donde todo se vive con otra dimensión y en la que el elemento más importante es, precisamente, el agua. Un Jueves Santo bajo una lluvia torrencial o a la sombra de un mango, Un Viernes Santo con su velatorio incluido, Sábado Santo de preparación (casi más solemne que la celebración en sí), y Domingo exultante, con baño en el río incluido. Lo echo de menos porque los bautismos en Chad tienen una carga humana enorme. Están impregnados de una pedagogía iniciática que marca a los iniciados a la nueva vida y deja huella en el “jefe de iniciación”.

Tras una noche en vela a orillas del río, los catequistas dan los últimos toques. Una última charla, un momento de oración y todo está dispuesto. Al tiempo que el sol se va levantando por el horizonte, hago la bendición del agua. Aun tengo grabada en la pupila la imagen impresionante del río mientras meto los pies en él, alzo la mano y pronuncio la oración pidiendo a Dios que bendiga esa corriente de agua viva en la que dentro de un instante nacerán de nuevo hombres, mujeres, ancianos y niños que llevan cuatro años preparándose para ello. Mientras tanto, los candidatos siguen la ceremonia con expectación esperando ansiosamente que llegue el momento de entrar en el agua.

Una vez terminada la bendición, empiezan a sonar tambores y balafones. Ataviados con alba y estola,Luigi y yo entramos en el río y nos detenemos a unos metros de la orilla, donde el agua apenas nos sobrepasa la cintura. Entonces empiezan a desfilar los que serán nuevos miembros de la comunidad cristiana. Uno tras otro, acompañados por sus padrinos, se acercan y se dejan sumergir tres veces en el agua. Es impresionante ver sus rostros cuando salen de la tercera inmersión. Son rostros nuevos, exultantes de gozo, transformados por una experiencia fuerte que recordarán toda su vida.

Tras el bautismo, todos se visten de blanco e inician una procesión de alegría hacia la iglesia para continuar con el resto de la ceremonia: Unción con el Santo Crisma, Primera Comunión, Matrimonios... Todo se une en una celebración que dura no menos de cuatro horas.

Al final Luigi y yo regresábamos a casa agotados, pero con un no sé que dentro del alma que nos hacía los hombres más felices del mundo. Entonces empezaba a aflorar el cansancio y la tensión acumulada durante más de cuarenta días. Retiros cuaresmales, visitas a las comunidades, Jueves y Viernes Santo de lo más intenso... culminándolo todo con la gran fiesta de los bautismos.

Eso sí, al llegar el lunes de Pascua, desaparecíamos de la parroquia. Regresábamos al río armados tan sólo con un par de leños, una parrilla casera y unos buenos chorizos de los que solían llegar de vez en cuando en un paquete postal. Volvíamos a entrar en el río para refrescar el cuerpo y relajar el espíritu, encendíamos un pequeño fuego y dábamos buena cuenta de los chorizos y de algún que otro pescado que amablemente nos ofrecía algún pescador que andaba por allí, todo ello regado con una buena cerveza. Dichoso lunes de Pascua, como para no echarlo de menos.

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