A mi me queda la espina de no haberla
podido celebrar en Chad, donde todo se vive con otra dimensión y en la que el elemento más importante es, precisamente, el agua. Un
Jueves Santo bajo una lluvia torrencial o a la sombra de un mango, Un Viernes Santo con su
velatorio incluido, Sábado Santo de preparación (casi más solemne
que la celebración en sí), y Domingo exultante, con baño en el río
incluido. Lo echo de menos porque los bautismos en Chad tienen una
carga humana enorme. Están impregnados de una pedagogía iniciática
que marca a los iniciados a la nueva vida y deja huella en el “jefe
de iniciación”.
Tras una noche en vela a orillas del
río, los catequistas dan los últimos toques. Una última charla, un
momento de oración y todo está dispuesto. Al tiempo que el sol se
va levantando por el horizonte, hago la bendición del agua. Aun tengo grabada en la pupila la
imagen impresionante del río mientras meto los pies en él, alzo la
mano y pronuncio la oración pidiendo a Dios que bendiga esa
corriente de agua viva en la que dentro de un instante nacerán de
nuevo hombres, mujeres, ancianos y niños que llevan cuatro años
preparándose para ello. Mientras tanto, los candidatos siguen la
ceremonia con expectación esperando ansiosamente que llegue el
momento de entrar en el agua.
Una vez terminada la bendición,
empiezan a sonar tambores y balafones. Ataviados con alba y estola,Luigi y yo entramos en el río y nos detenemos a unos metros de la
orilla, donde el agua apenas nos sobrepasa la cintura. Entonces
empiezan a desfilar los que serán nuevos miembros de la comunidad
cristiana. Uno tras otro, acompañados por sus padrinos, se acercan y
se dejan sumergir tres veces en el agua. Es impresionante ver sus
rostros cuando salen de la tercera inmersión. Son rostros nuevos,
exultantes de gozo, transformados por una experiencia fuerte que
recordarán toda su vida.
Tras el bautismo, todos se visten de
blanco e inician una procesión de alegría hacia la iglesia para
continuar con el resto de la ceremonia: Unción con el Santo Crisma,
Primera Comunión, Matrimonios... Todo se une en una celebración que
dura no menos de cuatro horas.
Al final Luigi y yo regresábamos a
casa agotados, pero con un no sé que dentro del alma que nos hacía
los hombres más felices del mundo. Entonces empezaba a aflorar el
cansancio y la tensión acumulada durante más de cuarenta días.
Retiros cuaresmales, visitas a las comunidades, Jueves y Viernes
Santo de lo más intenso... culminándolo todo con la gran fiesta de
los bautismos.
Eso sí, al llegar el lunes de Pascua, desaparecíamos de la parroquia. Regresábamos al río armados tan sólo con un par de leños, una parrilla casera y unos buenos chorizos de los que solían llegar de vez en cuando en un paquete postal. Volvíamos a entrar en el río para refrescar el cuerpo y relajar el espíritu, encendíamos un pequeño fuego y dábamos buena cuenta de los chorizos y de algún que otro pescado que amablemente nos ofrecía algún pescador que andaba por allí, todo ello regado con una buena cerveza. Dichoso lunes de Pascua, como para no echarlo de menos.
Eso sí, al llegar el lunes de Pascua, desaparecíamos de la parroquia. Regresábamos al río armados tan sólo con un par de leños, una parrilla casera y unos buenos chorizos de los que solían llegar de vez en cuando en un paquete postal. Volvíamos a entrar en el río para refrescar el cuerpo y relajar el espíritu, encendíamos un pequeño fuego y dábamos buena cuenta de los chorizos y de algún que otro pescado que amablemente nos ofrecía algún pescador que andaba por allí, todo ello regado con una buena cerveza. Dichoso lunes de Pascua, como para no echarlo de menos.
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