Páginas

viernes, 22 de abril de 2011

Viernes Santo: Admiración agradecida

El misterio de la Pasión y de la Muerte de Jesús de Nazaret nos recuerda, una vez más, que Dios sigue estando de nuestra parte y se compromete a seguir compartiendo la historia de la humanidad. Lo que los creyentes celebramos hoy va mucho más allá de la simple conmemoración de un hecho histórico.

Hoy, como hace más de dos mil años, Dios sigue sufriendo en primera persona la pasión de la humanidad que sufre a causa de la miseria, del odio, del terrorismo, del maltrato a las mujeres, del abuso y explotación de los niños o del racismo y la intolerancia hacia el que es, piensa o cree de manera diferente. Pasión de una humanidad atenazada por aquellos que buscan su propio provecho dejándose llevar por la codicia, el ansia de poder o el deseo de una vida placentera a cualquier precio, incluso a costa de la vida y de la dignidad de los demás.

La muerte de Jesús se actualiza hoy en rostros muy cercanos y conocidos a muchos de nosotros. Y sigue siendo muerte violenta, absurda, injusta. El Señor sigue muriendo sin defenderse en las millones de cruces sembradas en tantísimas partes de nuestro mundo.

Pero al mismo tiempo, la muerte de Jesús sigue siendo hoy respuesta de Dios, que en su Hijo nos sigue revelando el amor con que nos ha amado siempre. Un amor que va hasta el extremo; un amor que no tiene cortapisas ni engaños; un amor que se contrapone con toda su fuerza al odio que esclaviza nuestra humanidad.

Ojalá que los que nos llamamos cristianos, más allá de comprender, meditar y celebrar hoy la inmensa carga teológica de lo que entendemos por Viernes Santo, pudiéramos interiorizarla a nivel personal y comunitario, grabar en lo más profundo de nuestro ser lo que ese gesto de Jesús supone para cada uno de nosotros.

Al cargar con la cruz y emprender el camino del Gólgota, Jesús carga no sólo con lo que llamamos -sin saber a veces muy bien lo que significa- "el pecado de la humanidad", Jesús carga también con el pecado de cada uno de nosotros: con nuestras miserias, con nuestras envidias y recelos, con nuestras mentiras y cobardías, con nuestros resentimientos y frustraciones. Sí; hoy celebramos, hoy celebro que Dios se dejó matar por mi.

Y lo más sublime es que lo hizo por amor. Lo escuchamos en el pasaje evangélico de la Pasión, que se lee hoy en todas las comunidades cristianas del mundo. Ante el “no lo conozco, no sé quien es, juro que no soy discípulo suyo” de Pedro, aparece como contrapartida el “soy yo, si me buscáis a mi, dejad marchar a estos” de Jesús. Ante la traición de Judas o la espada vengativa de Pedro vemos el “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen" de Jesús. Ante la huida cobarde y a la desbandada de los discípulos, encontramos el “sea tu voluntad y no la mía” o el “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” pronunciado por Jesús. Esto, traducido a nuestra vida cotidiana y nuestra vida de fe, significa que a cada uno de los desplantes que yo doy al Señor, ante cada uno de mis pecados y de mis cobardías, el Señor responde siempre con un gesto de amor: "me amó y se entregó por mi".

Por todo eso hoy, más que un sentimiento de culpabilidad, lo que debemos tener es un sentimiento de inmensa gratitud, de respeto y admiración por Aquel que lo dio todo, por Aquel que me amó y se entregó por mi. Por eso el Viernes Santo debe ser viernes de silencio, de respeto y de admiración agradecida, con la confianza y los ojos puestos en ese sepulcro del que dentro de tres días saldrá victorioso el Señor para devolver la Vida a todos los que la habíamos perdido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario